El Aula de las Bendiciones del Palacio Apostólico del Vaticano acogió este lunes el tradicional encuentro del Papa con los cardenales y superiores de la Curia romana con motivo de las inminentes fiestas navideñas. Francisco les dedicó un discurso marcado por la situación de pandemia que vive el mundo en el que invitó a vivir la actual conjunción de crisis como una oportunidad y a no confundirla con el conflicto.
“De cada crisis”, destacó en su amplia alocución, “emerge siempre una adecuada necesidad de renovación, de un paso adelante”. Pidió por ello tener “valentía” para estar “dispuestos a todo” y puso como ejemplo la reforma de la Iglesia, que no debe pensarse “como un remiendo en un vestido viejo, o la simple redacción de una nueva Constitución apostólica”. Se trata en cambio de “otra cosa”. La reforma no puede ser el “remiendo de un vestido”, porque la comunidad cristiana “no es simplemente el ‘vestido’ de Cristo, sino su cuerpo que abarca toda la historia”.
Recordó en este sentido que la Iglesia “es siempre una vasija de barro, preciosa por lo que contiene y no por lo que a veces muestra de sí misma”. Al final de la audiencia regaló a todos los presentas un libro recientemente publicado en Italia que profundiza en esta idea. “Este es un momento en el que parece evidente que el barro del que estamos modelados está desportillado, agrietado, roto. Debemos esforzarnos para que nuestra fragilidad no se convierta en un obstáculo para el anuncio del Evangelio, sino en un lugar donde se manifieste el gran amor con el que Dios, rico en misericordia, nos ha amado y nos ama”, dijo.
En su discurso, que estuvo precedido por unas palabras de saludo del purpurado italiano Giovanni Battista Re, decano del Colegio Cardenalicio, Jorge Mario Bergoglio dejó varias recomendaciones a los miembros de la Curia romana, a los que dio las gracias varias veces por su labor. “Aquí hay muchos que dan testimonio con su trabajo humilde, discreto, sin chismes, silencioso, leal, profesional y honesto”, destacó, invitando no obstante más adelante a no perder de vista que “todos nosotros, y yo en primer lugar, somos solamente ‘servidores a los que nada hay que agradecer’ (Lc 17,10), de los que el Señor ha tenido misericordia. Por eso sería bueno que dejáramos de vivir en conflicto y volviéramos en cambio a sentirnos en camino”.
Como ya hizo en otras ocasiones, también en este discurso el Papa subrayó la importancia de no caer en los chismorreos. “El primer mal que nos lleva al conflicto, y del que debemos tratar de alejarnos, es la murmuración. Estemos atento a esto. No es una manía que tengo, es una denuncia de un mal que entra en la Curia, en este edificio con tantas puertas y ventanas, y nos habituamos a esto”, dijo, improvisando sobre el texto que tenía preparado. “El chismorreo, que nos encierra en la más triste, desagradable y sofocante autorreferencia”, acaba convirtiendo en un “conflicto” cada crisis.
Tras presentar las inminentes fiestas como la “Navidad de la pandemia, de la crisis sanitaria, socioeconómica e incluso eclesial que ha golpeado ciegamente al mundo entero”, señaló que hay que distinguir bien estas situaciones de los conflictos. “La crisis generalmente tiene un resultado positivo, mientras que el conflicto siempre crea un contraste, una rivalidad, un antagonismo aparentemente sin solución”.
También la Iglesia puede ser entendida con la categoría de conflicto: “derecha e izquierda, progresista y tradicionalista”, lo que “fragmenta, polariza, pervierte y traiciona su verdadera naturaleza”. La comunidad eclesiástica es en cambio un cuerpo “perpetuamente en crisis, precisamente porque está vivo, pero nunca debe convertirse en un cuerpo en conflicto, con ganadores y perdedores”. Cuando eso ocurre se hace “más rígida, menos sinodal” e impone una lógica “uniforme y uniformadora, tan alejada de la riqueza y la pluralidad que el Espíritu ha dado a su Iglesia”.