“En el día en que la Palabra de Dios se hace niño, volvamos nuestra mirada a tantos niños que en todo el mundo, especialmente en Siria, Irak y Yemen, están pagando todavía el alto precio de la guerra. Que sus rostros conmuevan las conciencias de las personas de buena voluntad, de modo que se puedan abordar las causas de los conflictos y se trabaje con valentía para construir un futuro de paz”. Con esta llamada de atención comenzaba el papa Francisco en la bendición Urbi et Orbi de este 2020 su recorrido por algunos conflictos más o menos olvidados del mundo.
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Llanto en la alegría navideña
La inocencia de los niños, que la Iglesia celebra cada año este 28 de noviembre, es una ocasión para mirar las amenazas que sufren tantas vidas humanas inocentes. Precisamente, el Papa escribió el 28 de diciembre de 2016 una carta a todos los obispos en este día para hacer llamar la atención sobre el llanto de estos niños inocentes que resuena siempre en la liturgia de esos días de Navidad. “La Navidad, mal que nos pese, viene acompañada también del llanto. Los evangelistas no se permitieron disfrazar la realidad para hacerla más creíble o apetecible. No se permitieron realizar un discurso «bonito» pero irreal. Para ellos la Navidad no era refugio fantasioso en el que esconderse frente a los desafíos e injusticias de su tiempo”, escribía el Papa.
Recurriendo al relato del evangelista Mateo, reclama el pontífice la presencia del “gemido de dolor de las madres que lloran las muertes de sus hijos inocentes frente a la tiranía y ansia de poder desenfrenada de Herodes”. “Un gemido que hoy también podemos seguir escuchando, que nos llega al alma y que no podemos ni queremos ignorar ni callar”,prosigue. “Hoy en nuestros pueblos, lamentablemente –y lo escribo con profundo dolor–, se sigue escuchando el gemido y el llanto de tantas madres, de tantas familias, por la muerte de sus hijos, de sus hijos inocentes”, denuncia Bergoglio.
Desde esta reflexión, invitaba el Papa a los obispos a proteger la vida de los inocentes, a tener el “coraje de protegerla de los nuevos Herodes de nuestros días, que fagocitan la inocencia de nuestros niños. Una inocencia desgarrada bajo el peso del trabajo clandestino y esclavo, bajo el peso de la prostitución y la explotación. Inocencia destruida por las guerras y la emigración forzada, con la pérdida de todo lo que esto conlleva. Miles de nuestros niños han caído en manos de pandilleros, de mafias, de mercaderes de la muerte que lo único que hacen es fagocitar y explotar su necesidad”, denunciaba.