El misionero mexicano Sergio Chavira, misionero de Guadalupe, lleva desde 1997 en Hong Kong. El actual vicario de la Parroquia de la Santa Cruz aún recuerda cómo fue la última Navidad que pasó con su familia en casa: “Fue en el ya remoto diciembre de 1996. Aun era diácono en ese tiempo… Aproveché las vacaciones del seminario para viajar desde la Ciudad de México, en donde se ubica el seminario mayor de los Misioneros de Guadalupe, Instituto de Vida Apostólica al que pertenezco, a mi ciudad natal al norte del país”.



“Durante la estancia en mi terruño–recuerda–, en las misas en las que participé, pude ejercer el orden del diaconado al tiempo que invitaba a todo el mundo a asistir a la celebración de mi ordenación sacerdotal, que se llevaría a cabo algunos meses después. Fueron unas navidades diferentes para mí, pues, aparte de ser diácono, sabía que podrían ser las últimas en las que disfrutaría de la compañía de la familia y de amigos de la infancia”.

Un idioma más que complicado

Y así fue… A tres meses de su ordenación presbiteral, el 19 de julio de 1997, llegó a la misión de Hong Kong, donde le asignó el superior general de su Instituto. Entonces, el primer y elemental reto fue mayúsculo: “Aprender una lengua tan ‘endemoniada’, como calificaba a la lengua china el entrañable sacerdote y jesuita español Luis Ruiz, misionero durante 70 años en Macao y en muchísimas poblaciones dentro de China continental. Algo así requiere dos años en el pupitre y toda una vida de práctica”.

Entonces, en ese diciembre de 1997, “sentí la Navidad de ese primer año como la más fría que hasta entonces hubiera experimentado, a pesar de venir de un lugar en donde en ocasiones se disfrutan ‘navidades blancas’, por las nevadas invernales, como es el caso de mi tierra natal, Chihuahua, en el norte de México”.

Nostalgia del hogar

Y es que su frío era más anímico… “Aunque la temperatura llegó solamente a los cero grados centígrados en aquella ocasión, sin embargo, mi cuerpo la percibía varios grados por debajo del cero. La razón era, realmente, el estar tan lejos de la familia biológica, de la vida del seminario y de los amigos, más el suplicio de la lengua”.

Pero también tuvo su eco espiritual y comunitario: “Sin tener todavía la experiencia de la vida parroquial por estar en el estudio de la lengua a tiempo completo, en la Navidad de 1997 sentí más cercana la presencia de mis hermanos misioneros de Guadalupe y la compañía de los feligreses de las parroquias en donde ellos se encontraban trabajando”.

Cada tres años, con la familia

Cada tres años regresan a México por un período de tres meses “para trabajar en los proyectos del Instituto, actualizar un poco lo estudiado en el seminario y disfrutar de la familia y de los amigos”. Aunque ese reencuentro nunca se da “en las épocas del año más ‘fuertes, como en Adviento, Navidad, Cuaresma, Semana Santa o Pascua de Resurrección”. De ahí que Chavira lleve 23 años sin celebrar la Navidad con su familia.

“Pero no importa –asegura–, porque la gran familia que conforma la parroquia es la mejor compañía que un misionero puede tener cuando se encuentra en tierras de misión”. Y eso que, en este 2020 marcado por la pandemia, todo será diferente: “Por el momento, no tenemos misas públicas, aunque se mantiene el contacto con algunos parroquianos que frecuentemente visitan al Santísimo para mantener su unión con Dios de una manera más presencial”.

Donde está Dios

Eso sí, distinta no quiere decir, ni mucho menos, peor: “Como dice un vídeo que me ha llegado estos días desde España, aunque no habrá reuniones familiares, ni amigos, ni galletas ni un largo etcétera, lo más importante para celebrar la Navidad es una sola cosa: mirar al cielo y poner el corazón en el Niño Jesús, porque, donde hay oración, está Dios, y donde está Dios, hay Navidad”.

“La de este año –concluye Chavira–, será, exteriormente, la Navidad más diferente a cualquiera de las que en familia o en la misión haya vivido, pero deseo que en mi corazón y en el de todos los cristianos que el Niño Jesús nazca de nuevo para que nos conforte y fortalezca nuestra fe”.

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