Vista desde lejos, parece una cruz. Cuando te acercas, te das cuenta de que la figura que se levanta en la torre del campanario es la de la Virgen María. Está representada con una pose singular, levantando al Niño Jesús por encima de su cabeza, como se muestran los trofeos, como un signo de victoria. Desde la torre del santuario en la colina Sheshan, a 35 kilómetros de Shanghái, la escultura de bronce de la Virgen con su Hijo domina los bosques de bambú que se extienden por la llanura.
La actual basílica, la única en toda China, fue construida en lo alto de la colina entre 1924 y 1935, bajo la dirección del arquitecto jesuita portugués François-Xavier Diniz, y mezcla rasgos y formas neorrománicas y neogóticas. Desde hace tiempo, la colina de Sheshan está sembrada del ánimo, las lágrimas y la felicidad de los católicos chinos.
“Cuando te acercas a Sheshan, te sientes como en casa”, cuenta el anciano Pietro Liu Fu. Recuerda el entusiasmo juvenil con el que se participaba en las peregrinaciones desde Shanghái en mayo. Los peregrinos llegaban al pie del cerro sagrado en barca por los canales que bañan la llanura y subían la ladera del cerro en busca de consuelo. Por el camino se puede encontrar la estatua de Cristo sufriendo en Getsemaní, las 14 estaciones del Vía Crucis y otras pequeñas capillas.
También hoy, Nuestra Señora de Sheshan recoge la oración de cada madre que llega hasta el santuario para confiar a la Virgen a sus hijos y sus dolores, así como las súplicas de cada hijo que acude a pedir consuelo para los padres enfermos. Pero Sheshan es también el lugar donde se entrelazan el pasado, el presente y el futuro de la Iglesia católica en China. Desde allí también María ha consolado y sigue velando en las vicisitudes de los católicos chinos.
Antes de 1870, en la colina solo había una casa de retiro y una pequeña capilla para los jesuitas de Shanghái, construida sobre las ruinas de un templo budista. En ese momento, Shanghái fue invadida por el ejército rebelde de los Taiping, los “adoradores de Dios”, seguidores de Hong Xiuquan, el visionario que se presentó como el hermano menor de Jesús. Los jesuitas invocaron la protección de la Virgen pidiéndole que Shanghái se salvase de la destrucción de estas huestes.
Pasado el peligro, en 1871 comenzaron a construir el primer santuario mariano. En junio de 1924, mientras comenzaban las obras para la nueva iglesia, peregrinaron a Sheshan los 25 obispos que participaron en el llamado “Concilio de Shanghái”, convocado por el delegado apostólico Celso Costantini, para señalar el nacimiento de una Iglesia china local, ya no dependiente de la tutela de los misioneros extranjeros.
En 1946, la estatua de bronce de María levantando al niño Jesús, conocida como Nuestra Señora de Zo-se, se colocó en el campanario. Los tiempos eran turbulentos. Tras la ocupación japonesa, se reanudó la guerra civil entre comunistas y nacionalistas. Y llegaron nuevas tribulaciones a la “Nueva China” de Mao Zedong. Ignazio Gong Pingmei, el obispo de Shanghái y ya en el punto de mira en 1954, al oír que se avecinaba tormenta, subió al santuario de Sheshan con todos los sacerdotes de su diócesis y allí, con la ayuda de la Virgen, juraron no traicionar nunca su fe y ni a la Iglesia. Poco tiempo después, casi todos fueron arrestados.
En los convulsos años de la Revolución Cultural, Sheshan se torna en un lugar desolado de ventanas rotas, con el vía crucis destrozado y la estatua de María y de su Hijo derribada del campanario. La fe se conservaba en los corazones a la espera de tiempos mejores.
Con Deng Xiaoping, las iglesias se reabrieron. El jesuita Aloysius Jin Luxian, liberado de prisión y ordenado obispo sin el consentimiento de la Santa Sede, creó el seminario regional justo en la colina de Sheshan, pagado con dinero del gobierno. Abrió sus puertas en septiembre de 1986 a 115 seminaristas. Una señal de que, pese a que la persecución ha herido los corazones, sembrado discordia entre los hermanos y dejado una herencia de dolor y desencuentros, no ha logrado extinguir la fe.
Sheshan vuelve a la vida con oraciones y peregrinos. Y el 1 de mayo de 2000, Jin Luxian presidió la ceremonia con la que la estatua de bronce de Nuestra Señora de Zo-se, de casi cuatro metros de altura, se volvió a levantar sobre el campanario para mirar al horizonte desde la colina.
Incluso en años más recientes, Nuestra Señora de Sheshan ha consolado al pueblo de Dios frente a las nuevas pruebas. Thaddeus Ma Daqin, el joven obispo de Shanghái, que fue ordenado en 2012 e inmediatamente perdió el favor del gobierno, aún vive en el Seminario de Sheshan. El día de su ordenación episcopal, manifestó su voluntad de abandonar los cargos que ocupaba en los organismos oficiales de la política religiosa china, para dedicarse a la pastoral.
El aparato receló e inmediatamente impidió que Ma Daqin ejerciera su ministerio episcopal. Durante mucho tiempo continuó escribiendo y difundiendo sus reflexiones espirituales desde el seminario.
En este 2020, las peregrinaciones de mayo no pudieron llegar hasta Sheshan debido a la pandemia. Pero ahora los peregrinos empiezan a volver discretamente y sin temor. Desde Sheshan han capeado otros temporales porque durante siglos han sabido cultivar la paciencia y el arte de la espera.