Isaías 42,1-4

Este es mi siervo, a quien sostengo; mi elegido, en quien me complazco. He puesto sobre él mi espíritu, para que traiga la salvación a las naciones. No gritará, no alzará la voz, no voceará por las calles; no romperá la caña cascada ni apagará la mecha que se extingue. Proclamará fielmente la salvación, y no desfallecerá ni desmayará hasta implantarla en la tierra. Los pueblos lejanos anhelan su enseñanza.



siervo

Este es el comienzo del primer canto del Siervo (los otros están en los caps. 49; 50 y 52 de Isaías). Un misterioso personaje que constituye la delicia del Señor y que cumple con una tarea: proclamar o llevar la salvación al mundo (las “naciones”). Esto explica su empleo en la liturgia de esta fiesta del Bautismo del Señor.

No gritará

En el v. 2 se utilizan tres verbos que tienen que ver con la palabra, los tres en negativo: no gritar, no alzar la voz, no vocear. Pero una palabra impuesta, que somete o avasalla por la fuerza. Así, esa negación muestra el modo propio de actuación del Siervo, tan distinto de los valores del mundo.

caña cascada

El v. 3 sigue en la línea de la subversión de los valores sociales establecidos por los que se rige el mundo con dos expresivas imágenes, también en negativo: no acabar de romper una caña ya cascada y no terminar de apagar un pabilo a punto de extinguirse. La salvación de Dios no se impone por la fuerza.

pueblos

En el original hebreo, estos “pueblos” son las “islas” o “costas” (’îyîm). Sin duda, es una forma gráfica y muy eficaz de referirse al límite adonde llega esa salvación (lit.: “justicia”) de Dios: hasta los pueblos más alejados y desconocidos. Hasta allí llegará “su enseñanza” (lit.: “su tôrah”) esperada.

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Evangelio del día

Alicia Ruiz López de Soria, ODN







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