Entrevistas

Juan Vela: “La alternativa a morir por coronavirus no puede ser hacerlo de pena”





Juan Vela, religioso franciscano de la Cruz Blanca, es el presidente de Lares, asociación que integra a un millar de centros de atención a ancianos y personas con discapacidad sin ánimo de lucro en toda España, de las que buena parte pertenecen a entidades de titularidad católica o están inspiradas en el humanismo cristiano. Por su experiencia y conocimiento de tantas realidades diversas, muestra su desazón al ver cómo se ha abordado la protección de los más vulnerables en la mayor crisis sanitaria desde hace un siglo en nuestro país. Algo que achaca a la Administración y a la crisis en general. “Las personas mayores –se duele– que requieren apoyos y cuidados son las grandes olvidadas”.



P.- Más de la mitad de los muertos por coronavirus en España han fallecido en residencias. Se debate sobre si estas estaban o no “preparadas”… Pero, ¿alguien o alguna entidad lo estaba para algo así?

R.- El sistema sanitario ha arrollado a lo social. Por intentar evitar el colapso sanitario, se dejó sin atención a quienes eran las personas más vulnerables al virus: las personas mayores de 80 años que vienen en entornos comunitarios. Las personas que viven en centros residenciales y sus trabajadores no tuvieron atención preferencial. Aún en la segunda ola, el sistema sanitario trata de eludir sus responsabilidades derivando sus obligaciones a terceros. Desgraciadamente, este problema no ha sido solo de España y se ha producido en casi todo el mundo desarrollado.

Se ignoró la realidad

P.- ¿Cuál es la responsabilidad de la Administración, sobre todo en los lugares en los que se forzó de algún modo que los ancianos murieran en las residencias y no tuvieran la oportunidad de ser ingresados en los hospitales para no “colapsarlos”?

R.- Se sabía que los centros residenciales eran hogares y se pretendió considerarlos como hospitales. Se sabía que muchos carecían de infraestructura adecuada para sectorizar. Conocíamos que el porcentaje de residencias con habitaciones individuales es pequeño, y se ignoró. Se avisó de que no contaban con medios humanos y materiales para atender necesidades sanitarias, y se miró hacia otro lado. Se ha discriminado por edad a las personas, y ello debe hacernos pensar en algo más profundo que en la crisis sanitaria y económica que ya padecemos y que es mucho más grave. Europa y el mundo desarrollado están inmersos en una crisis de valores.

P.- Según su identidad, medios y número de internos, una residencia puede ser percibida por los ancianos como un hogar en el que se sienten felices e integrados o algo parecido a un hospital donde están más seguros pero hay menos calidez. ¿Dónde puede estar el punto idóneo de cara al futuro? Realmente, ¿hay que plantearse otro modelo de residencias? ¿Se les pregunta por ello a los propios ancianos?

R.- El año pasado publicamos el libro ‘Los cuidados de larga duración en Europa en el horizonte del 2030’, que está a disposición de todos sus lectores en nuestra web. En dicho libro se señalaba cómo debían ser los centros residenciales de la próxima década. Deben ir cambiando, no por el Covid-19, sino para adecuarse a las necesidades de las personas. De la cantidad a la calidad de vida, de los procesos a las personas, del curar al cuidar, del prohibir al prevenir… Hay que ir hacia centros donde prime la flexibilidad y cuenten con unidades de apoyo y cuidado más pequeñas.

Algunos, sin embargo, desde el interés económico o su interés como gestores públicos, abogan por convertirlos en hospitales. ¿Quién quiere vivir en un hospital? En los centros viven personas mayores con necesidades sanitarias y tienen el mismo derecho que cualquier otro ciudadano a ser atendidas por el sistema público de salud en su domicilio.

Una movilización sin precedentes

P.- ¿Cómo han vivido y viven en Lares una crisis sin precedentes como esta? ¿Hasta qué punto esta pandemia les ha obligado a ir más allá de la acción habitual en el apoyo a centros sin ánimo de lucro?

R.- Seguramente, Lares se ha encontrado ante la situación más difícil de su historia. Más que nunca, hemos alzado nuestra voz para defender a los más frágiles y apoyar a las entidades sociales, no solo interviniendo activamente en el debate de las propuestas y búsqueda de soluciones, sino prestando apoyo. Un apoyo concreto de comunicación y gestión de crisis a todas las entidades asociadas. Un apoyo a través de la asistencia jurídica permanente y poniendo orden y comprensión en el caos regulador.

La primera semana del Estado de Alarma, todos nuestros socios tuvieron a su disposición un modelo de Plan de Contingencia. También intermediamos y prestamos asistencia, incluso, a congregaciones religiosas que no tenían afiliados a sus centros. Y promovimos el apoyo de la sociedad civil mediante donaciones. En este sentido, quiero agradecer la solidaridad de más de una decena de donantes gracias a los cuales han llegado casi 800.000 euros en materiales a más de 400 centros sin ánimo de lucro de toda España. Hemos ido por delante de los acontecimientos. El esfuerzo ha sido máximo.

P.- Muchas de las residencias y centros para personas con dependencias a los que atienden son de titularidad católica: congregaciones, diócesis, fundaciones en las que hay participación eclesial al lado de administraciones públicas… ¿Percibe que una crisis de la magnitud de esta ha llevado al límite sus valores esenciales y su propia supervivencia tal y como hasta ahora han existido?

R.- En muchas ocasiones nos hemos encontrado ante conflictos éticos. Seguramente, el más significativo ha sido obedecer instrucciones que sabíamos eran injustas, como la no derivación de personas a hospitales. El grito de Lares ha tratado de ser el grito de todos. Pero ha habido otras acciones que producen debate ético: el confinamiento y aislamiento sistemático, la prohibición de visitas de familiares, el impedimento del acompañamiento al final de la vida….

La alternativa para evitar la muerte por coronavirus no puede ser morir de pena. La seguridad no puede ser excusa para vulnerar derechos humanos. La sociedad debía girar en torno a su protección y no aislar a los ancianos para que, como sociedad, pudiésemos hacer mejor vida.

Han sido momentos muy duros y, más que nunca, deben hacer reflexionar a las congregaciones religiosas en dos niveles: de un lado, la necesidad de clarificar el rol de acuerdo con las necesidades de las personas; por otro, la obligación moral de agruparse en torno a quienes comparten sus inquietudes, que es lo que Lares representa. Caminar solas, confundirse por interés con lo mercantil o aislarse por primar el voluntarismo es un error de calado histórico como Iglesia.

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Etiquetas: ancianoscoronavirus
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