“El cuerpo no es para la fornicación, sino para el Señor”. Así titula y concluye Demetrio Fernández, obispo de Córdoba, su carta semanal, que ha dedicado a hablar sobre sexo. El prelado, que compartió el lunes su vacunación contra el Covid-19, repite las palabras del apóstol san Pablo para recordar la “contracultural” propuesta católica para vivir la sexualidad, al tiempo que invita a madurar en la afectividad-sexualidad.
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“En mis visitas pastorales por toda la diócesis, me reúno con adultos y jóvenes, con grupos establecidos o personas individuales, visito los colegios e institutos, llego al trato personal cercano y confidente. Y en varias ocasiones surgen preguntas acerca de la sexualidad humana, acerca de su sentido y del uso o abuso que las personas hacen. Es un tema que va rodeado de cierto pudor, como protegiendo algo que pertenece a la intimidad de la persona y no debe exhibirse públicamente. Sobre todo los jóvenes, me han hecho preguntas de todo tipo en este campo, y he intentado responder a todas ellas sin ninguna censura por mi parte”, comienza explicando Fernández.
En su opinión, “el misterio de la encarnación proyecta una luz nueva sobre nuestro cuerpo humano, al que considera miembro de Cristo, templo del Espíritu Santo. Hemos de glorificar a Dios también con nuestro cuerpo. La sexualidad humana se vive en esta perspectiva y adquiere toda su nobleza y dignidad”, indica.
“La fornicación es la búsqueda egoísta de sí mismo”
Tras recordar la Teología del cuerpo de Juan Pablo II, señala que “la sexualidad no es toda la persona, pero ciertamente la sexualidad es un microcrosmos de la persona, donde se refleja la psicodinámica de la persona y sus relaciones afectivas, que pueden perfeccionarle o destruirle”. Por eso, “la luz de Cristo ilumina el misterio del hombre y le hace entender que su sexualidad está hecha para ser expresión de la donación de sí mismo, del amor verdadero. Y que la fornicación, por el contrario, es la búsqueda egoísta de sí mismo y del placer sexual a cualquier precio”, agrega.
El prelado insta a los matrimonios a seguir al Señor “en cuerpo y alma”, porque las parejas que se dejan llevar por “el gusto del momento, dando rienda suelta a las pasiones de la carne no duran dos días, o dura lo que dura la flor del heno, que hoy es y mañana se marchita, porque dos egoísmos asociados se rompen a la primera de cambio”. Para Fernández, “un matrimonio bien fundado tiene que constituirse sobre una madurez humana afectivo-sexual de él y de ella, en un camino progresivo de donación corporal como expresión de la donación de la persona, que está dispuesta a sacrificarse por la persona amada”.
Asimismo, afirma que “cuando Jesús toca el corazón para hacerlo todo de Él, llamando a la vida consagrada o al sacerdocio, no debe olvidarse que la sexualidad humana debe integrarse en ese amor de totalidad”. “También el célibe ha de aprender que el cuerpo es para el Señor, porque es templo del Espíritu Santo”, concluye.