A través de ‘Spiritus Domini’, un motu proprio publicado el pasado 11 de enero, el papa Francisco otorga marchamo de oficialidad a lo que ya era una práctica habitual en muchísimas comunidades cristianas de todo el mundo: que la mujer acceda al altar y pueda ejercer el lectorado, el acolitado y la administración de la comunión.
Algo que, por ejemplo, sorprende a Fuencisla Martín González, quien, a sus 79 años, lleva haciéndolo desde hace casi 40 años en la Parroquia de San Juan Bautista, en el madrileño municipio de Arganda del Rey: “Sinceramente, pensaba que este reconocimiento institucional ya se daba desde hacía mucho… Por petición de los sacerdotes locales y con el permiso por escrito del obispo de turno, he sido habitualmente lectora en las celebraciones y he distribuido la comunión cuando se me ha pedido, tanto en las misas como para llevársela a los enfermos a sus casas”.
Como laica volcada en la vida parroquial (catequista y miembro de un grupo de voluntarios que, en plena pandemia, se encarga de llamar a los mayores más impedidos para charlar con ellos y ofrecerles una palabra de cercanía), Fuencisla ilustra con una anécdota su vivencia: “Jamás he tenido un solo problema al ser mujer y ofrecer este servicio. Como mucho una vez, en tiempos de Agustín García Gasco como auxiliar de lo que entonces era la Diócesis de Madrid-Alcalá. Recuerdo que vino a visitarnos a la ermita del pueblo y una mujer se le acercó para decirle que yo daba la comunión. Él, que me conocía perfectamente, sonrió y le dijo: ‘Si los curas se lo han mandado, bien hecho está’”.
A nivel de experiencia personal y de fe, reconoce que “es un servicio que hago con mucho respeto y que me no deja de impresionarme, pues, como todos, tengo mis defectos y siempre me planteo si soy digna de ello. Pero me reconforta ver que todos me han respetado y me han abierto las puertas de sus casas con toda la educación, sabiendo que es algo que hago de corazón. Ahora, cuando una dolencia en una pierna me impide realizarlo, me alegra mucho mantener esa unión con ellos y llamarles por teléfono. Es un modo de que estén unidos a la parroquia. El párroco ha propuesto que en esa conversación les leamos el Evangelio del día. Sería bonito y otro modo de acercarles al Señor”.
Otro caso es el de Ana Isabel Velázquez, miembro de un equipo de laicos de Ávila que, desde 2003, acuden a los pueblos a los que no pueden llegar habitualmente los sacerdotes para presidir celebraciones de la Palabra y distribuir la comunión: “Todo empezó siendo obispo Jesús García Burillo, alentando hoy esta labor el actual pastor, José María Gil Tamayo. A petición del Consejo Presbiterial, se vio que era necesario y se nos propuso a un grupo de unas 25 personas que ya estábamos familiarizadas de algún tipo con distintos servicios en las eucaristías. Durante seis meses, recibimos formación para el lectorado, el acolitado y las celebraciones de la Palabra”.
Concluida la formación, esta profesora de Religión de Fontiveros, cuna natal de san Juan de la Cruz, empezó ayudando a su párroco, que atendía diversos municipios. “Luego –relata–, poco a poco, pasé a apoyar a otros sacerdotes y al final me centré en la ayuda pastoral a los de la zona de La Moraña. Allí presto mi servicio a cuatro pueblos muy pequeños (uno solo tiene dos habitantes). Me turno y voy cada domingo a uno, yendo a dos en tiempos de celebraciones extraordinarias. Además, ayudo como lectora y acólita en la misa dominical de Fontiveros, a la que acuden muchas personas de los diversos pueblos de la región”.
Una experiencia de casi dos décadas que, sin duda, le llena: “Al principio, en las primeras celebraciones, reconozco que me asustaban mucho cosas como sacar el Santísimo… Aún sigo poniéndome nerviosa, pero me gusta, pues soy consciente de que es una gran responsabilidad y veo que esto da vida a los pueblos. El que suene la campana, se vaya a la iglesia y se rece juntos es algo que la gente valora mucho. Lo cuidan porque saben que es lo último que pueden perder, y más en un ámbito como el rural en el que cada vez pierden más cosas”.
Además, esta laica abulense destaca que ha fortalecido su fe personal: “Muchas veces reflexiono sobre si esto es demasiado grande para mí, pero muy pronto me digo que, sin este servicio, muchos no tendrían acceso a la eucaristía. La mayoría son mayores y tienen difícil moverse. Pero, a su vez, ellos me regalan un chute de fe. Me impresiona ver cómo agradecen algo que sienten suyo y lo cuidan con mimo. Igualmente, yo es algo que preparo durante toda la semana, sobre todo el comentario bíblico. Eso te hace ahondar mucho en las lecturas y, al final, es algo que me aporta mucho. Me lleva mucho tiempo, pues también soy catequista y tengo que preparar mis clases, pero me llena”.
Sobre lo dispuesto por el Papa en ‘Spiritus Domini’, Ana Isabel reconoce que “lo vivo con normalidad. No va a cambiar nada de mi función y tampoco creo que vaya a haber por ello más mujeres que lo hagan, pero es muy positivo en el sentido de que habrá muchos que lo descubran, incluso dentro de la Iglesia. Seguramente, bastante gente desconocía que existía este servicio por parte de los laicos y, además, animará a la gente de los pueblos, cada vez más comprometida en la preparación de las celebraciones, a asumir todavía más responsabilidades”.
Más decepcionada se muestra Ana Berrizbeitia, profesora en el Instituto de Diocesano de Teología y Pastoral de Bilbao y a quien le resulta chocante el trasfondo de esta medida eclesial: “Yo llevo 27 años presidiendo celebraciones del Día del Señor en espera de la Eucaristía, lo que va más allá de una celebración de la Palabra. Y lo hago por petición y envío de la Iglesia local a través de los obispos que la han presidido. Por eso, no siento lo anunciado ahora como una novedad… Como poco, siento que no se le da credibilidad a cuando en el bautismo se nos unge afirmando que somos sacerdotes, profetas y reyes”.
“Entiendo –abunda– que el Papa busca corregir una anomalía que surge en el tiempo, respecto a los fundamentos que nacen del Concilio Vaticano II, lo que en sí es loable. Pero no siento que esto sea parte de mi vivencia personal y espiritual durante casi tres décadas. Tal y como yo concibo el servicio que presto en las comunidades al presidir las asambleas dominicales, se trata de vivir de la Palabra y del Pan de Vida, lo que está en la raíz creyente de todos. Lo digo sin acritud, pero creo que, más que de teología, esto va de derechos humanos”.
Castillo Abad, catequista y animadora desde 2012 del grupo de jóvenes diocesanos en la Parroquia de San Mateo de Montánchez, en Cáceres, forma también parte, desde 2015, del equipo de la Delegación de la Pastoral Juvenil de la Diócesis de Coria-Cáceres. Además, algo que le nutre espiritualmente es “el poder colaborar en la preparación de la liturgia de los domingos: las moniciones, la oración de los fieles, la acción de gracias”.
A ello une su propio servicio como lectora, lo que vive “como una labor, sobre todo, vocacional, al menos en mi caso. Nunca me planteé por mí misma esta participación o colaboración, entre otras cosas, porque pensaba que no estaba preparada para ello. Fue a raíz de un momento complicado de mi vida y en el que el Señor me llamó para ser catequista. A partir de ahí, poco a poco, Dios te va enredando, te capacita y te formas para realizar estas tareas en la comunidad parroquial”.
“Lo valoro –observa Castillo– como un don de Dios porque, más de lo que yo pueda aportar, es lo que recibo; son muchas las gracias que el Señor me ha regalado, momentos irrepetibles que de otro modo no hubiera podido vivir y que me han ayudado a profundizar en mi fe: en la catequesis, acompañando a los jóvenes, preparando la liturgia, como lectora de la Palabra…”.
De ahí que vea como “un paso importante en la Iglesia que el Papa haya reformado el Derecho Canónico para incluir el acceso de las mujeres laicas a los ministerios de lector y acólito. Aunque es una labor que ya venían realizando desde hace muchos años, había que reconocer la presencia femenina en el altar”.
También desde Cáceres ofrece su testimonio Conchi Amigo, muy vinculada a la Parroquia Virgen de Guadalupe: “Desde los comienzos de la comunidad parroquial, en 1983, ya se tuvo muy clara la participación de la mujer en todos los servicios de catequesis, novios o bautismo, incluida la lirtugia. Se crearon los distintos equipos para estos servicios. Concretamente, en el equipo de liturgia participan tanto hombres como mujeres, siendo yo una de ellas. Se cita un día a la semana para preparar las celebraciones dominicales y, en esas reuniones, se reflexiona sobre las lecturas y, partiendo de ellas, se preparan las moniciones de entrada, las lecturas, las oraciones de los fieles o ofrendas acción de gracias. También preparamos los tiempo litúrgicos y las celebraciones de la Palabra”.
“Como catequista –prosigue–, sé que, también en las celebraciones de misa de los niños, es muy importante hacerles llegar el Evangelio partiendo de su realidad”. “Toda esta experiencia –cierra– de tantos años me ha servido para crecer como persona y he descubierto que, cuanto más te das, mas recibes”. Así, ve la decisión papal con normalidad: “No es nada nuevo para mí ni la comunidad a la que pertenezco. Está bien que se haga oficial, pero lo veo como algo natural en el proceso de ser cristiano”.