“Todo lo ocurrido se produjo en un lapso tan breve que no nos dio tiempo ni siquiera a ser conscientes de lo que estaba pasando. Fuimos seis personas las que percibimos, en apenas unos minutos, un extraño olor a gas en cuatro puntos distintos: patio, planta cero, planta quinta y planta sexta. Pero no dio tiempo a nada más que a advertir ese olor”. Así relata Gabriel Benedicto, párroco de la Virgen de la Paloma cómo fue la explosión del pasado 20 de enero en la casa parroquial de la madrileña calle de Toledo.
En una emotiva carta en recuerdo al sacerdote Rubén Pérez Ayala y el laico David Santos, Benedicto reconoce que “estaban ellos como pudieron estar otros. Ni David ni Rubén ni ninguno de nosotros tuvo tiempo de intervenir en modo alguno. Solamente, como cualquier persona preocupada por el olor a gas, intentaron conocer la causa, seguir el rastro, sin manipular en ningún momento ninguna de las calderas”.
Por eso, ahora pide paciencia para que “la policía científica nos informe sobre el avance de sus investigaciones. Esto es lo que yo os puedo transmitir: David, el padre Rubén y los otros dos fallecidos y los demás heridos fueron víctimas. A unos les pilló dentro, a otros fuera”. “Como no podía ser de otra manera, estamos en contacto permanente con las autoridades judiciales, bomberos, policía y demás responsables del Ayuntamiento y de la Comunidad de Madrid, prestando en todo momento la colaboración que es necesaria para esclarecer cuanto antes la verdad y la secuencia de los hechos”, añade.
La misiva, escrita desde el “dolor” y el “misterio ante el que siempre nos coloca la muerte”, la parroquia agradece “las numerosas muestras de cariño y de cercanía que está recibiendo”.
En cuanto al padre Rubén y a David, el sacerdote solo tiene “agradecimiento por haber sido testigo de la vida de estos dos grandes amigos. Estaban siempre juntos y así les encontró la muerte”.
De Rubén, “mi gran compañero y amigo”, con quien ha vivido el confinamiento “en familia, celebrando la Eucaristía diariamente”, destaca que ha conocido “su fuerza en la debilidad, su paciencia al obedecer, su sentido del humor, su agudeza. Lo sentíamos como un hermano”. De David, catequista, “padre ejemplar, dispuesto siempre a entregar su tiempo día y noche. La gratuidad y la alegría eran sus notas características. Nunca le vi dejar de entusiasmarse por todo: muy enamorado de Sara, devoto de la Virgen, fanático del Atleti”, señala.
El presbítero concluye su carta pidiendo “al Señor que consuele en lo profundo a todos los familiares de las víctimas”. “Seguimos confiando en que la tribulación dé paso a la esperanza”, concluye.