Julio Jara (París, 1962) es un artista y dominico seglar que ha dedicado las dos últimas décadas de su vida a trabajar con los más vulnerables. “He construido ese puente que es mi vida hacia lo absoluto, que es Dios, en esa mirada que ellos me dieron. Fueron ellos realmente los que me dieron la conversión, son ellos los profetas. La única puerta son los pobres”, afirma rotundo.
Y así es. Su arte, y su testimonio, lo comparte con los excluidos, los marginados, los sin voz, los sin casa, de la mano de la Fundación San Martín de Porres. “Lo defino como un vuelo de abundancia y de gracia –añade–, porque he trabajado en muchísimos proyectos, y ahora nos ha tocado habitar un monasterio en Loeches, el monasterio de la Inmaculada Concepción”.
Jara, quien alguna vez se ha definido como “artista nómada”, ha trasladado su inagotable ímpetu y su residencia desde el albergue de San Martín de Porres, en Carabanchel, donde llevó a cabo proyectos artísticos como DentroFuera o Los 1001 Cartón, en el que personas sin hogar rememoran cómo fue su primera noche en la calle. Llega a Loeches después de que, hace cuatro años, la media docena de monjas dominicas tuvieran que abandonarlo e integrarse en otras comunidades de clausura.
“Nosotros queríamos habilitarlo, volver a darle vida –explica–. Un edificio olvidado, con gente olvidada. Un edificio denostado, con gente denostada. Y, de hecho, lo estamos haciendo. Hemos logrado atraer a unas veinte personas que están entrando y saliendo. Aquí vivimos cinco. Hemos limpiado todo, casi 8.000 metros cuadrados de campo que hay para cultivo. Hemos plantado patatas y habas”.
El proyecto apenas recién nacido, el pasado septiembre, se asienta en una abadía fundada en 1640 que se adecúa a la ‘nueva’ comunidad. “No hay ningún objetivo del número de personas que pueden vivir aquí. Estamos empezando. El criterio se tiene que ajustar. Hay unas 45 habitaciones y nos gustaría generar una comunidad plural y cimentada en la gente sin hogar. Es una estructura muy amplia, pero bien definida”, describe Jara.
“Ahora estamos trabajando, sobre todo, con parados de larga duración –explica–. Nos tenemos que apoyar en la gente de la que no esperamos nada de ella, pero que aún puede dar mucho, que ellos sean realmente la llama, la ilusión”. En definitiva, lo que Jara y la Fundación buscan es hacer familia. “Hemos decidido que, aunque el mundo nos siga excluyendo, no vamos a retirarnos de él. Desde aquí, desde Loeches, vamos a intentar generar un nuevo mundo”.
Como siempre ocurre con Julio, allí donde está, el arte tiene un papel nuclear. “Mi intención es siempre que aquellas personas que están fuera de la cultura, entren”, confiesa a Vida Nueva. Su discurso es evangelizador, fervoroso y, sin duda, elocuente: “Pretendo volcar la vida, encarnar el arte. He trabajado mucho la performance. Es el modo más fácil de contactar con el espectador. Equivale a una predicación: no llevar la cultura a los pobres, sino que los pobres vayan a la cultura. Porque la mayor exclusión que hay es realmente la exclusión de la cultura, no es el bocadillo ni la casa. Al final, eso se puede dar. Pero lo que lo que está vedado realmente es la cultura”.