El comboniano cordobés, obispo de Bangassou, denuncia que República Centroafricana se desangra por señores de la guerra que reciben fondos de ayuda de la UE y la ONU
“Vinieron a fastidiarnos la Navidad y el año nuevo y lo consiguieron”. Con esta tristeza inicia su denuncia Juan José Aguirre, el obispo de Bangassou. Un clamor desesperado, por el que el prelado cordobés, misionero comboniano que lleva media vida en República Centroafricana acompañando a los últimos y clamando contra la barbarie de la violencia, no tiene pelos en la lengua a la hora de manifestarse: “Ellos son un grupo de rebeldes, el CPC, que dicen actuar en nombre del islam, pero son completamente ignorantes de lo que es el Corán”.
El 3 de enero, “Bangassou se despertó con fuego cruzado de artillería, roquetas y granadas a un centenar de metros de la misión. El 80% de la población huyó despavorida. Otra vez, nos recorrió un sentimiento de pánico… Uno más desde hace 15 años, cuando la Armada de Resistencia del Señor [LRA, por sus siglas en inglés] atacó la diócesis por la primera vez. Desde entonces, no hemos parado de sufrir pisotones de elefantes que se pelean entre ellos sin que nuestra pobre gente, que no ha hecho daño a nadie ni ha provocado nada, sufra la onda sísmica de la lucha de otros”.
En cuanto a la última estampida de la barbarie, este 3 de enero fue especialmente negro: “Mucha gente murió o fue herida, y a muchos otros se les quebró en pedazos la esperanza. Vi a uno cuando le daban el tiro de gracia. Cinco rebeldes los enterraron en nuestro seminario, más allá del terreno del campo de futbol. Nuestra misión de Niakari fue completamente saqueada. Las nuevas habitaciones que hicimos este año para peregrinar en el mes de mayo las ha consumido el fuego”. Eso sí, la palabra rendición no entra en el vocabulario de Aguirre: “No os preocupéis: saldremos también de esta”.
“Para entender lo que pasa en Centroáfrica –abunda el obispo– no hay que perder de vista estos factores: que es un país justo en el centro del continente, estratégico, muy grande y poco poblado, lleno de minerales, oro, diamantes, litio, cobalto, mercurio y mucho sin explotar por falta de maquinaria. Muchos países, ahora Francia y Rusia, se lo disputan como halcones buscando donde clavar las garras. Los elefantes que se pelean. Además, 14 señores de la guerra controlan el 80% del país; la mitad son grupos mercenarios extranjeros que han matado a miles de personas, controlan las minas, la trashumancia, el dinero…”.
Sin ambages, el comboniano señala con el dedo: “Uno de esos señores de la guerra que controla parte de la Diócesis de Bangassou, Hassan Boubas, nacido en el Chad, era hasta hace poco ministro de la Industria y era pagado con los fondos de ayuda de la Unión Europea y Naciones Unidas. Ali Darassa, de Níger, también era parte del Gobierno. ¡Lo nunca visto! Además, uno de los grupos mercenarios está haciendo entrar a miles de nómadas de la etnia peulhs fullani que huyen del sur del Sahara por la desertificación. Ya han llegado miles a Bangassou y no hablan ni sango ni francés. Bangassou, con muchos pastos y agua, es para ellos el jardín del Edén. Son nómadas vulnerables que imponen su presencia a un pueblo más vulnerable que ellos. Nómadas ricos de ganado que pisotean a parias centroafricanos, hartos de recibir bofetadas y agresiones desde hace años”.
Ante ello, el panorama se oscurece: “Cinco de esos grupos del CPC se han unido para tomar Bangassou. Lo ocurrido el 3 de enero fue su batalla contra las fuerzas militares locales. Las ONG huyeron de la quema, casi todas menos Médicos Sin Fronteras”. “Cuando este pueblo se desangra –concluye Aguirre–, Cristo se desangra con él. Y los religiosos, sacerdotes, misioneros y monjas estamos aquí para volver a darle ánimos y ayudarlo a ponerse otra vez de pie cuando la esperanza está a la altura de los tobillos. Nosotros seguimos aquí con nuestro pueblo porque Jesús nos susurra al oído: ‘No tengáis miedo, que yo estaré con vosotros hasta el final de los días’”.