La pandemia también marca la Jornada de la Vida Consagrada, este 2 de febrero. Un contexto de incertidumbre que puede zarandear a quienes han iniciado su vocación en estos meses difíciles. Como un niño que aprende a nadar rodeado por los brazos protectores de sus padres, los jóvenes que han apostado ahora por la vida religiosa necesitan el sostén de su familia y su comunidad. Pero, en estos meses marcados por el Covid-19, sus sueños e ilusiones se han topado con un mundo en el alambre. Algo que puede tener un doble efecto, pues también asoman oportunidades y se abre ante ellos la posibilidad de remar en plena tormenta con sus dones y talentos.
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Así lo han experimentado el costarricense Randy Josué Campos Porras y el brasileño Rodrigo Feitosa Linhares, quienes llevan unos pocos meses en el noviciado de los agustinos recoletos en el monasterio de Monteagudo, en Navarra. Randy, con 24 años, cuenta que “mi familia siempre ha estado muy ligada a la parroquia, de los agustinos recoletos. Allí fui catequista, hasta que, hace ocho años, sentí la llamada del Señor. Seguí como si nada: entré en Magisterio y tenía a mi novia. Pero un día vi claro que Dios me pedía dejarlo todo. Lo discerní y mis padres me apoyaron. Fue difícil dejar la carrera y a mi pareja, pero, el 24 de enero de 2016, empecé el postulantado en la capital, San José”.
Un momento de prueba
Después de tres años de formación en Filosofía y de un año sabático junto a su familia en un momento de dificultad de sus padres, siguió su proceso en México para rematar el postulantado y venir a Monteagudo, donde todos los agustinos recoletos hacen el noviciado. Pero, “a los dos meses de llegar a México, en marzo, estalló la pandemia. Estaba aislado y lejos de los míos. Fue un momento de prueba y dificultad, pues, si no conseguía viajar a Europa, este curso estaba perdido. Me plantee qué quería Dios de mí y si podía ser un signo de que este no era mi camino”.
Tras conseguir volver a Costa Rica, al final se aclaró el panorama: “Me abandoné en Dios, en una espera confiada. De pronto, las trabas burocráticas desaparecieron y pude viajar a Madrid. Pasé varias semanas de cuarentena en el Teologado de los agustinos recoletos, que me acogieron maravillosamente. Hasta que, al fin, el 21 de agosto pude llegar a Monteagudo”.
Ante el año clave
El 15 de septiembre llegaba a España desde Brasil Rodrigo, de 22 años. “Siempre he estado unido –relata– a los agustinos recoletos por mi parroquia. Con ellos tuve convivencias vocacionales y, en 2016, entré en su seminario menor. Luego dediqué los tres siguientes cursos a formarme en Sao Paulo, estudiando Filosofía. Este era el año clave, pues, tras un breve paso para concluir mi formación en México, tenía que venir a Monteagudo para el noviciado”.
Pero todo se le complicó… “Tras vencer todas las dificultades para poder viajar a Europa en plena pandemia, lo conseguí. Fue un momento feliz cuando aterricé en Madrid y fui a nuestra Curia Provincial a guardar la cuarentena. Pero, al día siguiente, me dieron la peor noticia: había dado positivo en el PCR. Fue duro, pues acababa de llegar, pero me enseñó a confiar en la Providencia, entendiendo que Dios no quería eso, pero lo permitía para que sacara lo mejor de mí”.
Doble positivo
Tras dos semanas de aislamiento, “entré en Monteagudo el 1 de octubre y me impresionó la alegría con que me acogieron los religiosos”. Pero la paz solo duró un mes. El 3 de noviembre, tras infectarse un hermano que había atendido a un contagiado, se supo que Randy y Rodrigo eran positivos. Otro duro palo para el brasileño: “Me lo dijeron mientras fregaba los platos. Lo dejé todo en silencio, subí a mi habitación y medité. Era la segunda vez y no lo entendía. Pese a la tristeza, lo acepté y valoré como otra enseñanza”.
Así lo vivió también Randy: “Siempre le pedía a Dios que, si el virus entraba en la comunidad, lo cogiera yo y no los hermanos mayores. Así que –cuenta entre risas– le di gracias por hacerme caso… Además, salvo un dolor en las articulaciones, no me afectó. Había ofrecido a Dios aceptar lo que me deparara. Como no me dañó la salud, le ofrecí el sufrimiento por no estar con la comunidad. Para nosotros, la interioridad y la vida en comunidad son las claves de nuestro carisma”.
Apoyados por la comunidad
Fueron dos semanas complicadas, pero, como destaca Randy, aprendió mucho: “Era duro ver trabajar a mis hermanos desde la ventana, pero sabía que no estábamos solos, sino unidos en el corazón. Y nos lo hicieron notar: veíamos las mismas películas, venían con nosotros a rezar en el pasillo, nos bendecían cada día y compartían la misa online. Aparte, Rodrigo y yo, al ser nuestras habitaciones vecinas, nos juntábamos para rezar, siempre con la mascarilla”.
Además, fue un tiempo de crecer en interioridad. “Pude dedicar más tiempo –explica el costarricense– a meditar, a leer a santa Teresa de Jesús y a contemplar todo en paz desde mi ventana. Así que doy gracias a Dios por una experiencia que me acompañará siempre y de la que salgo mejor. Nunca olvidaré esos 17 días de ‘noviciado extremo’”.
Privilegiados
Algo en lo que coincide Rodrigo: “Me siento un privilegiado por cómo nos cuidaron… A mucha gente le coge sola y lo pasa mal, pero aquí tengo una familia. He aprendido que todos necesitamos de los demás para compartir la vida. Y he podido rezar con una fuerza especial, lo que me ha dado la vida, pues, para mí, la oración es como respirar. La última enseñanza es que, aunque diferentes, todos somos hermanos y hemos de cuidarnos para poder cuidar de los demás”.
Una experiencia que no deja de emocionar al venezolano Wilmer Moyetones, formador de los novicios en Monteagudo: “Este es mi cuarto año acompañando las jóvenes vocaciones. Como Randy y Rodrigo, también viví en su día esta experiencia aquí, además de completar mi formación, antes y después, en Madrid, Lima y en mi Venezuela natal. Sé que no es fácil lo que les ha tocado vivir…”. Y es que han tenido que experimentar “una especie de doble confinamiento. Para nosotros, el primer año de noviciado está muy volcado en la interioridad. Solo tienen acceso al móvil y al ordenador los fines de semana. Encima, a causa de la pandemia, se ha eliminado la excursión que hacíamos una vez al mes y la asistencia a nuestra misa de los fieles del pueblo”.
Entrega y fraternidad
Aunque aún más aislados de lo normal en un año de por sí duro, Wilmer se felicita por su entrega y fraternidad: “Somos una comunidad de 21 hermanos: 14 religiosos y siete novicios. Ha sido precioso ver cómo han dado las gracias a Dios por ser ellos los contagiados y no hermanos nuestros de 93 años… Todos nos hemos cuidado mutuamente, como una familia”.
Fotos: María Planillo Cardenal