Profesor, orientador y director de varios colegios de la Compañía de Jesús, el jesuita Fernando de la Puente ha dedicado toda su vida a la educación de los jóvenes y a la formación de profesores y padres. Con estos últimos, desde hace más de tres décadas, viene organizando encuentros informales y ‘Escuelas de Padres’, cuyos materiales acaban de ver la luz en el libro ‘Atreverse a educar en la familia’ (Ediciones Mensajero)
PREGUNTA.- ¿Educar en la familia se ha convertido en una utopía, como parece sugerir el título de su libro?
RESPUESTA.- Decimos ‘Atreverse a educar’ no porque sea algo inasequible, sino porque educar en casa requiere combinar el diálogo, el afecto, la exigencia, la creación de hábitos y actitudes, valores. Y no desanimarse nunca porque tengamos frecuentes errores, o porque algunos hijos nos lo pongan difícil.
P.- Usted que lleva tantos años trabajando con las ‘Escuelas de Padres’, ¿cuesta más “educar” a los mayores que a los jóvenes?
R.- Las personas que acuden a las ‘Escuelas de Padres’ vienen con la sincera intención de aprender, y suelen recibir con interés las informaciones y los consejos prácticos de las charlas y los grupos. En este sentido, no son difíciles de “ser educados”. Los adultos difíciles suelen ser los que piensan que todo lo que hacen está bien y no deben actuar de otra manera.
P.- ¿Por qué no pocos padres delegan también en la escuela la tarea de educar a sus hijos, además de formarlos?
R.- La tarea de educar no se delega, sino que se comparte. La escuela transmite conocimientos, pero también ayuda a la formación humana de los alumnos. La familia es imprescindible en la labor de ir creando, por “ósmosis afectiva”, hábitos y actitudes, y de ir promoviendo la libertad responsable. Y esta labor no se puede delegar en la escuela.
P.- ¿Cómo se enseña a promover la responsabilidad moral de los hijos en la familia?
R.- Los padres han de tener claros cuáles son los valores que desean trasmitir. Las estrategias educativas son múltiples: poner límites adecuados y normas basadas en valores; conversar y escuchar con actitud empática sobre el sentido de los principios morales; transmitir coherencia entre lo que los padres comunican con sus palabras y sus comportamientos como adultos, que los hijos captan perfectamente. (…)