El Centro Dramático Nacional estrenó el año pasado, con enorme éxito, la obra ‘Firmado Lejárraga’ sobre la escritora que rubricó toda su producción a nombre de su marido, Gregorio Martínez Sierra. Su autora, Vanessa Montfort, quedó tan fascinada por el personaje que acaba de publicar una novela imprescindible basada en su historia: La mujer sin nombre (Plaza & Janés) que lleva miles de ejemplares vendidos.
PREGUNTA.- ¿Cómo llegó a María Lejárraga?
RESPUESTA.- Llegué hasta ella a través de un encargo del Centro Dramático Nacional, de modo que fue una experiencia muy pirandélica. Un personaje en busca de autor. Y tras la obra de teatro, con toda la documentación que había recopilado mi enamoramiento del personaje era ya total. No pude parar. Si ‘Firmado Lejárraga’ fue la primera obra de ficción con la que se daba a conocer a María Lejárraga al gran público, ‘La mujer sin nombre’ es la primera novela que defiende con pruebas la autoría única de María.
P.- Una mujer tan activa, diputada de la República, fundadora de asociaciones feministas, ¿cómo aceptó el anonimato literario?
R.- Creo que no firmó su obra como resultado de una tormenta perfecta de acontecimientos. María Lejárraga nació cuando España y Europa se empezaban a desequilibrar y vivió todo el siglo XX, hasta la muerte de Franco, cuando todo volvía a equilibrarse de nuevo. Tiempos convulsos entre guerras, crisis, pandemias y revoluciones en los que la mujer era un cero a la izquierda y ser escritora una extravagancia inaceptable si tenías un trabajo público como el de maestra. Un sueldo del que, por cierto, en un principio vivían los dos. Luego, además, era dramaturga. Y eso lo hacía aún más difícil. Por otro lado, se entiende mucho mejor la trampa en la que cayó cuando vemos que su feminismo, aunque se venía fraguando desde antes, se hace explícito cuando rompe con Gregorio y comienza su actividad política. Es decir, es resultado también de una evolución. (…)
P. ¿Tiene usted algún tipo de trascendencia o fe?
R. Cada vez más. Es curioso porque me recuerdo de niña con un pensamiento trascendente que la vida y mi entorno de una etapa de juventud fue diluyendo. Pero a día de hoy sí creo que somos y estamos más allá de lo que creemos y, a la vez, somos mucho menos de lo que querríamos ser. Si algo he aprendido al madurar, es a ser espiritualmente libre, y eso me ha hecho alimentar mi espíritu más y no menos. Creo que es fundamental para estar en paz con uno mismo y dar paz a los que amas.