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Las monjas, a la vanguardia de la Iglesia





Para encontrar a la monja moderna, descubrir cómo vive, ama y reza, tenemos que hacer un trabajo de limpieza, es decir, olvidar las imágenes antiguas y dejar de lado los estereotipos que nos han transmitido. Cuando se trata de consagradas y religiosas, es difícil hacer que la realidad se imponga. Es más fácil aferrarse a lo que nos ha contado la literatura, aceptar la historia escrita por hombres y entregarse acríticamente a las imágenes divertidas o grotescas de las monjas retratadas por el cine o la televisión.



Todavía hoy pervive en el imaginario la figura de la monja de Monza, trágico ejemplo de la coacción a la vida monacal vivida por muchas jóvenes de familias que no podían proporcionarles una dote adecuada. Mujeres frágiles y esclavizadas. Forzadas. En tiempos, alejadas de la familia, hoy, de la pobreza de los lugares más desesperados del planeta.

¿Solo víctimas?

Se ha intentado construir una imagen más certera y coherente con la realidad. La televisión alemana probó con la hermana Lotte en Por el amor del cielo; o la italiana con la hermana Ángela en Que Dios nos ayude. Ambos intentos generosos, pero débiles que terminaron centrándose en lo cómico.

O como en la película ‘Sister act’, hasta en lo grotesco poniendo en evidencia un imaginario que sigue siendo el predominante. En el que el esplendor de figuras del pasado, de Clara, por ejemplo, o de Hildegarda de Bingen, adquieren un protagonismo residual. Marginal frente al estereotipo de la victimización.

Empecemos por el pasado. ¿Fue realmente así? ¿Era obligatorio elegir un convento?, ¿o esa semilla de libertad que hoy se mantiene viva en el mundo de las religiosas, su capacidad de discernimiento estaba presente incluso en los momentos más oscuros?, ¿no fueron las mujeres que siguieron a Santa Clara y obtuvieron el voto de pobreza del Papa las dueñas de sus acciones?, ¿y las otras mujeres anónimas de la Edad Media y de los siglos siguientes iban al convento solo porque alguien las obligaba?

La historia escrita por hombres

Si la historia no hubiera sido escrita casi exclusivamente por hombres, si hubieran podido transmitirnos lo que pensaban incluso en aquellos tiempos lejanos, habríamos encontrado el germen de la libertad en muchas vocaciones. Muchas nos habrían dicho que preferían el convento, la compañía de otras mujeres, la castidad, la vida en la fe y la oración a un mundo hostil que, en el mejor de los casos, las convertiría en esclavas de sus maridos.

Que eligieron vivir en oración en lugar de someterse a las reglas de hombres que las consideraban poco más que siervas. Habrían reivindicado que la fe era su libertad y el convento una oportunidad de emanciparse de la opresión y violencia de la sociedad.

Por acercarnos a tiempos más recientes, ¿no asombra la historia de la hermana Francisca Javier Cabrini? Veintiocho veces ida y vuelta a Europa por el Atlántico en embarcaciones precarias y después la travesía por los Andes y por países desconocidos.

Con su grupo de siete hermanas, las Misioneras del Sagrado Corazón de Jesús, recaudaron fondos, construyeron escuelas, jardines de infancia, convencieron a gobiernos y mejoraron la vida de miles de inmigrantes. Y todo ello en un momento en que las mujeres en Italia ni siquiera eran consideradas ciudadanas y no tenían derecho a poseer un patrimonio.

Las primeras hermanas

Intentemos ver la realidad con una mirada atenta y libre de prejuicios. Encontraremos algunas sorpresas, algunas realmente geniales como ver en los periódicos los nombres de religiosas importantes, “las primeras hermanas”, podríamos definirlas, a la vanguardia, que no solo están bien presentes en el mundo, sino que aspiran a cambiarlo.

Norma Pimentel fue incluida en la revista Time entre las 100 personas más influyentes. Organiza ayuda para migrantes que intentan entrar a Estados Unidos por la frontera. Alessandra Smerilli es Consejera de Estado del Vaticano. Giuliana Galli fue vicepresidenta de la Compagnia di San Paolo, una de las fundaciones bancarias europeas más importantes. Nos detenemos aquí para que sean descubiertas en este número. Es un hecho que en todos los sectores de la sociedad hay religiosas que ocupan puestos importantes.

Que trabajan y adquieren roles protagonistas en el campo de la medicina, el derecho, los estudios sociales y la salud pública. Son contables y abogadas. Ingenieras y arquitectas. Entran, y no de puntillas, en espacios que parecen ajenos al mundo del recogimiento y la oración. También las hay periodistas, expertas en marketing, y otras que utilizan y dominan las tecnologías de la información, así como religiosas comprometidas con el medio ambiente.

Keller predijo Internet

Sí, incluso en este campo suelen estar a la vanguardia. Empezando por la hermana Mary Keller, quien ayudó a desarrollar Basic, –el lenguaje de programación–, predijo la llegada de Internet y apoyó, cuando aún no estaban tan extendidas, la importancia de las herramientas de TI y su posible impacto positivo en la sociedad y en la educación de los jóvenes.

Nacida en 1913 en Ohio, fue la primera persona en obtener un doctorado en informática en los Estados Unidos en 1965, una verdadera precursora. Keller defendió que los ordenadores podrían convertirse en instrumentos para ejercitar las virtudes cristianas, comenzando por la paciencia y la humildad.

Ahora hay tantas. Junto a ellas, están las religiosas que se siguen dedicando a oficios tradicionales en los conventos como cultivar la huerta, coser o bordar. También hay que preguntarse sobre ellas: ¿son hermanas anticuadas o modernas en un mundo que, para no colapsar, necesita nuevos modelos de trabajo y progreso?, ¿de un regreso al amor por la tierra y sus bienes?

Los jóvenes, –y no son pocos–, que hoy están preocupados por el destino del planeta y quieren preservar sus recursos, que prefieren volver a la tierra y al trabajo manual, pueden encontrar una preciosa orientación en las humildes religiosas de los monasterios.

La opción por el claustro

Entre las nuevas monjas hay quienes prefieren el claustro. Y esto puede parecer una contradicción con la fuerte presencia en el mundo, la excelencia de algunos puestos o el protagonismo en profesiones hasta hace poco solo laicas. ¿Por qué, –se preguntan muchos–, estas jóvenes prefieren encerrarse en la oración, en una relación íntima y exclusiva con Dios?

Es una contradicción solo si se mira a las religiosas con las viejas gafas de ver. Entonces solo se encontrará en la clausura y en la elección del aislamiento una ruptura con el mundo o el miedo a lo que está fuera del convento. No es así. Baste con leer sus entrevistas, las pocas palabras que sintieron la necesidad de decir, para entender que el claustro es el lugar donde la ausencia de ruido permite una relación más verdadera con el mundo.

También desde detrás de las rejas es posible comunicarse. Ocurrió durante el confinamiento, cuando llegaban los reconfortantes WhatsApp desde los conventos de clausura, la invitación a hacer del silencio impuesto un nuevo momento sobre el que construir relaciones con los demás y reflexionar lejos de cualquier distracción.

Las tecnologías informáticas de las mujeres separadas de las rejas del convento se han convertido en un instrumento de oración para los demás y con los demás, un medio de comunicación entre hombres y mujeres y Dios. La oración, –tenía razón sor Mary Keller–, también puede transmitirse por Internet y se puede alimentar a través de Instagram, WhatsApp o Twitter.

Lo incomprensible

Las religiosas hoy actúan en el mundo y con las herramientas del mundo, pero hay un momento de diálogo con una monja, –incluso una “moderna”–, en el que es necesario aceptar lo incomprensible. Ocurre cuando hablamos de vocación. ¿Cuándo y por qué sucedió?, ¿qué han sentido?, ¿cuál fue la prueba de que llamada era la correcta?, ¿cuándo estuvieron seguras de su camino?, ¿la elección fue resultado de la meditación, del trabajo duro en una misma o sucedió de repente como la caída de San Pablo de su caballo? Las palabras son difíciles de encontrar. Y difíciles de entender. No solo para quienes hacen las preguntas, sino también para quienes han elegido.

“El Señor me ha llamado”. “Comprendí que mi vida necesitaba a Jesús”. “La Iglesia es una madre, mi madre, y solo en ella siento calor y plenitud”. “Buscaba libertad y gracia, los encontré en el convento con las demás”. “En un momento de mi vida me di cuenta de que tenía que dejarlo todo para conseguirlo todo”. “Si tuviera que explicar la vocación a quien no la tiene, diría que es parecido a un estado de enamoramiento, cuando el otro lo es todo para ti y sientes que tu vida no tiene sentido sin él. Para mí Jesús es esto”.

¿Ninguna duda?, ¿ningún deseo de dar marcha atrás?, ¿ningún miedo? Muchas dudas, muchos miedos y alguna vez la sensación de que el camino elegido no era el correcto. Por eso, se reza y todo pasa.

La crisis de las vocaciones

Los datos dicen hoy que las vocaciones se han reducido. En 2018 había 641.661 religiosas, más de siete mil menos que el año anterior. El número de sacerdotes disminuyó, mientras que el de católicos aumentó. Europa es el continente donde la caída es más evidente, seguido de América y Oceanía.

Las vocaciones en África están aumentando. ¿Son estos números preocupantes? La Iglesia debe cuestionarse a sí misma. Las religiosas han constituido la mayoría de su pueblo. Una mayoría silenciosa o silenciada (según se mire), pero importante en la formación del alma y la imagen de la Iglesia.

Surgen entonces dos preguntas: ¿Cuál es el motivo de la crisis?, ¿la caída de las vocaciones femeninas puede asimilarse a la caída en las masculinas, es decir, a un desinterés por la religión, una reducción de la gracia, una afirmación de la secularización o un creciente desinterés por lo sagrado?

Es una opinión a la que se une otra que tiene un tinte más femenino. Las mujeres que quieren hacer algo por los demás, especialmente en los países occidentales, tienen a su disposición una amplia oferta de miles de asociaciones y organizaciones en las que pueden ejercer su vocación.

La Iglesia, con sus códigos masculinos y con la escasa consideración por la aportación femenina en la toma de decisiones, se ha vuelto menos atractiva para las mujeres acostumbradas a ejercer el bien en libertad. ¿En qué se convertiría una institución, que ya es rígidamente masculina, si se reduce aún más el número de mujeres?, ¿y si su columna vertebral religiosa se encogiera? Sería un daño enorme.

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Alicia Ruiz López de Soria, ODN







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