Como es habitual en Francisco, no solo se limita a señalar las heridas, sino que hace lo posible por curarlas. Con sus manos o a través de las de sus colaboradores más cercanos. Justamente, es lo que está tratando de hacer con Camerún, devastado en los últimos años por la crisis anglófona y donde ha mandado, en una importante visita de seis días, al secretario de Estado vaticano, el cardenal Pietro Parolin.
El purpurado ha ido con la misión de testimoniar una palabra de paz en un país, como muchos en África, marcado por el colonialismo y por el no menos convulso proceso descolonizador. Así, en 1961, cuando surgió como un Estado independiente, se conformó artificialmente como un único país lo que habían sido en la práctica dos naciones separadas, una con una mayoritaria población autóctona francófona (bajo el dominio de los franceses) y, la otra, de clara ascendencia anglófona (al estar controlados por ingleses y alemanes). Desde entonces, la división, creciente en los últimos años, ha hecho que proliferen grupos secesionistas en la región anglófona (en el occidente del país) que buscan la creación de un Estado independiente que se llamaría Ambazonia.
Milicias independentistas
Una independencia que, en los casos mas extremos, llegaría por la fuerza, gracias al impacto de acciones terroristas. Una de las más brutales se dio, por ejemplo, el pasado 24 de octubre en Kuba, cuando un grupo de hombres armados entró en el colegio Academia Bilingüe Internacional Madre Francisca y asesinaron a tiros y machetazos a seis niños de entre nueve y 12 años, hiriendo al menos a otra docena.
El contexto se ha deteriorado mucho en los últimos cuatro años, desde que el presidente, Paul Biya, anunciara que profesores de lengua francesa darían clase en centros anglófonos. Una medida que fue el detonante en una crisis que ha derivado en un enfrentamiento muy duro entre las autoridades y las milicias de la Ambazonizian Army que exigen la independencia de las provincias de habla inglesa.
Un nuevo arzobispo para Bamenda
Uno de los principales actos de Parolin se dio el pasado sábado 30 de enero, cuando consagró personalmente a Andrew Nkea como arzobispo de Bamenda. La ceremonia, que estuvo rodeada de enormes medidas de seguridad, se dio, precisamente, en la capital de la región noroeste, gran centro neurálgico del conflicto. De ahí que resonara con especial fuerza la homilía de Parolin (recogida por el medio local 237), en la que el purpurado aseguró que “la violencia no resuelve los problemas. Todos somos responsables de la paz. Solo un diálogo verdaderamente sincero puede lograr la paz. Pido en este día, aquí en Bamenda, en medio de vosotros, la gracia de Dios para transformar corazones y que la paz se instale en vuestras vidas”.
El propio Nkea, quien dio las gracias “a todos los que habéis desafiado la intimidación de los enemigos de la paz para venir al encuentro del que viene en nombre del Señor”, cerró la emocionante eucaristía levantando un pañuelo blanco ante el altar. Un gesto que imitó la multitud presente.
Un mensaje de fe
En declaraciones a Vida Nueva, la misionera santanderina Rosario García, esclava del Sagrado Corazón de Jesús que lleva 25 años en Camerún y que reside actualmente en Bikop, siente que “la visita del cardenal Parolin, y más en este momento, trae al pueblo camerunés un gran mensaje de fe. Una fe que conecta con lo que es la base de la vida de todo camerunés. Una fe que puede llenarles de esperanza, de comunión y de la tan deseada paz”.
Así, García espera que su presencia sea un bálsamo para “el conflicto anglófono, que ha traído desde hace cuatro años tantas muertes, migraciones, dolor, violencia, odios… y que ha creado un conjunto de señores de la guerra que han olvidado el valor sagrado de toda vida y de la fraternidad humana”.
Múltiples plagas
Algo que ella aprecia en una obra que conoce bien y que le apasiona: “El Hogar de la Esperanza, donde acogen a niños y niñas de la calle y que es reflejo de una pobreza social que ha traído separaciones, aumento de la hechicería, abandono infantil, maltrato o abusos sexuales”. Sin olvidar que, en plena pandemia de COVID-19 y ante el golpeo “de tantas enfermedades endémicas que siguen creando una enorme morbilidad y mortalidad”, urge “el encuentro con una Iglesia y una vida religiosa que tienen el reto de ser signos proféticos de un Dios que se hace servicio sencillo y humilde”.
“Siento –añade la misionera– que el papa Francisco, con este concreto gesto, nos anima a ser una Iglesia que se hace cercana de los pequeños, esperanza para todos, comunión a instaurar. Un Iglesia que propone un camino de paz que va unido a la justicia”. Porque, como concluye, “el pueblo necesita recuperar la confianza en un Dios que está siempre a su lado, que asume su sufrimiento, dándose y acompañando su dolor en el día a día. Un Dios que les llene de esperanza en un futuro mejor construido entre todos, porque todos y cada uno somos sus hijos”.