Francisco lanzó semillas sobre tierra fértil con ‘Querida Amazonía’, la exhortación postsinodal que se mostró “ante el mundo con todo su esplendor, su drama, su misterio”. Después de aquel 12 de febrero de 2020, sigue avanzando firme en la consolidación de sus cuatro grandes sueños: social, cultural, ecológico y eclesial. Todo ello pese a los vapuleos de sectores conservadores, la emergencia sanitaria del coronavirus y la atávica pobreza estructural.
Para Patricia Gualinga, líder indígena ecuatoriana del pueblo sarayaku y consultora del Sínodo, “el entusiasmo aún se siente en las bases de la Iglesia. Especialmente, algunos obispos han empezado a hablar en las homilías sobre la protección de la Amazonía”, porque “nuestros pueblos cuentan con un aliado, eso lo sabemos. Un Papa que ha optado por los más pobres”.
João Gutemberg, secretario ejecutivo de la Red Eclesial Panamazónica (REPAM), asegura que ‘Querida Amazonía’ es un tesoro y, como tal, “necesita darse a conocer con mayor ímpetu”. Los impactos que deja “están en clave de esperanza”. El religioso sugiere no verla de forma aislada, pues “responde al documento final del Sínodo, como también al Instrumentum laboris, al documento preparatorio y a todas las escuchas presinodales.
El ecoteólogo y asesor de Cáritas América Latina Alirio Cáceres va más allá: “Los sueños de esta exhortación se conectan con ‘Fratelli Tutti’ y, como hermanos, cantamos Laudato si’ con Evangelii gaudium al ritmo del Episcopalis comunio en nuestra querida casa común. Allí tenemos una pequeña síntesis de toda la línea magisterial en la Iglesia”.
Por su parte, Gutemberg añade: “El principal desafío con Querida Amazonía radica en cómo retroalimentar a los pueblos originarios en medio de tantas vicisitudes”. Daniela Cannavina, secretaria general de la Confederación Latinoamericana de Religiosos (CLAR), explica que “hay una tarea pendiente para seguir fortaleciendo procesos en un tiempo no muy largo y de manera comunitaria”.
Por ello, “la vida consagrada se siente fuertemente convocada una vez más a despertar a la Amazonía, sin dejar nunca de soñar, ya que los sueños nos convierten en profetas”. No en balde, “seguimos animando a muchas congregaciones a conformar equipos itinerantes para continuar la dinámica de escucha de las realidades amazónicas a la luz del proceso sinodal”.
“La Amazonía ha sido golpeada duramente en este momento de pandemia y, en este contexto, hemos descubierto la manifestación de Dios en los más vulnerables”, cuenta Alba Teresa Cediel, religiosa laurita y quien ha pasado gran parte de su vida encarnada en la Amazonía colombiana.
Admite que el coronavirus ha dejado muchas de las iniciativas surgidas en el aula sinodal a medio camino, por lo que todavía “hay que seguir promoviendo la exhortación de diversas maneras. Este virus vino para enseñarnos lo vulnerables que somos y lo necesitados que estamos de oxígeno”, literalmente, en una Amazonía asfixiada.
Ese clamor lo comparte Gregorio Díaz, cacique del pueblo kurripako en Venezuela y coordinador general de la COICA (Coordinadora de las Organizaciones Indígenas de la Cuenca Amazónica): “Quiero enviar un SOS a partir del mensaje profundo hecho por el papa Francisco en el Sínodo amazónico en Roma. Él exigió desborde en todas las acciones por la Amazonía. En 2020 y por lo poco que llevamos de 2021, no estamos a la altura de ese pedido. Esta emergencia está desnudando la peor desigualdad y discriminación hacia los más débiles”.
De ahí que demande una mayor articulación entre la COICA y la Iglesia: “Aun cuando reconocemos que con la REPAM hemos avanzado con ciertas dificultades y, por supuesto, asumimos parte de nuestra responsabilidad, si no hacemos un verdadero plan de acción en 2021, no lograremos ese desborde que pide ese gran ser humano, nuestro amigo Francisco”.
El indígena peruano Delio Siticonatzi, del pueblo ashánica, siente la misma preocupación y lamenta que el mensaje de Querida Amazonía no ha llegado con suficiente fuerza a su pueblo: “En mi vicariato incluso no se han pronunciado frente a la pandemia que nos sigue matando. La llegada de misioneros a zonas de selva se ha vuelto muy difícil durante la cuarentena”.
A pesar de estos obstáculos, “el camino emprendido no tiene marcha atrás”, dice Tania Ávila Meneses, indígena boliviana, teóloga quechua e integrante de la Comisión de Ecología Integral de la CLAR. La clave para todo esto se encuentra en la escucha activa de “las diversas voces que hacen a la Iglesia: indígenas, kilombolas, ribereñas, pescadores”, para lo cual “precisamos abrazar una real conversión ecológica integral que atraviese todo lo que somos y hacemos, dejando brotar las consecuencias del encuentro con Jesucristo en las relaciones con el mundo que nos rodea”.
Todo ello, claro, pasa por “desaprender, aprender y reaprender a un ritmo para tejer, entre todos, un modelo de humanidad que cure al mundo”.