“La fraternidad y la esperanza” son el mejor remedio ante la combinación de diversas crisis que acechan a la humanidad: sanitaria, medioambiental, económica, social, política y de las relaciones humanas. Ambas suponen las “medicinas que hoy el mundo necesita” tanto como “las vacunas” para acabar con el corononavirus. Este es el mensaje principal que transmitió el papa Francisco este lunes a los miembros del cuerpo diplomático acreditado ante la Santa Sede en el discurso que les dedicó en el Aula de las Bendiciones del Palacio Apostólico del Vaticano.
Como cada inicio de año, esta alocución estaba marcada en las agendas de las cancillerías porque en ella el Pontífice plasma las grandes prioridades de los próximos meses para la Iglesia católica. Después de que sus problemas de ciática le obligaran a postergar el encuentro, inicialmente programado para el 25 de enero, Jorge Mario Bergoglio se mostró hoy plenamente recuperado y leyó de pie su largo discurso, en el que fue desgranando las inquietudes internacionales vaticanas ante más de 80 embajadores y representantes de organizaciones supranacionales.
La pandemia, como no podía ser de otra manera, estuvo muy presente en sus palabras. “Exhorto a todos los Estados a que contribuyan activamente a las iniciativas internacionales destinadas a asegurar la distribución equitativa de las vacunas, no según criterios puramente económicos, sino teniendo en cuenta las necesidades de todos, en particular las de las poblaciones menos favorecidas”, dijo el Papa, advirtiendo además que resultaría “fatal” confiar solo en estos sueros y olvidarse del “constante compromiso personal por la propia salud y la de los demás”.
Aplauso a las ayudas europeas
En su análisis de la respuesta a las consecuencias de la pandemia, el Pontífice aplaudió el programa de ayudas impulsado por la Unión Europea. “La asignación propuesta por el plan Next Generation EU es un ejemplo significativo de cómo colaborar y compartir recursos en un espíritu de solidaridad no solo son objetivos deseables, sino verdaderamente accesibles”, comentó, tras remarcar la necesidad de que se construyan “iniciativas conjuntas y compartidas”, particularmente para “apoyar el empleo y proteger” a los más débiles.
Francisco consideró que la más grave de las crisis que sufre hoy el mundo es la que afecta a las relaciones humanas. Lamentó los “largos meses de aislamiento y de soledad” provocados por las restricciones para evitar los contagios y se acordó en particular de los estudiantes, privados de poder ir a las escuelas y universidades. Pese a la puesta en marcha de la didáctica a distancia muchos “se han quedado atrás”, lamentó el Papa. Denunció a continuación por dos veces que nos encontramos frente a una “catástrofe educativa” que clama para que no permanezcamos inertes “por el bien de las generaciones futuras y de la sociedad en su conjunto”.
Revolución copernicana en la economía
También pidió Bergoglio reacción ante las consecuencias del cambio climático, que exige “colaboración internacional en el cuidado de nuestra casa común”, y frente a una economía “enferma” y basada en la explotación y el descarte de las personas y de los recursos naturales. “Lo que se necesita es una especie de “nueva revolución copernicana que ponga la economía al servicio del hombre y no al revés”.
Además de pedir paz para “la amada” Siria, Yemen y otras naciones sacudidas por conflictos armados, Francisco se detuvo en la situación de Myanmar (antigua Birmania), que sufrió la semana pasada un golpe de Estado. Manifestó su “afecto y cercanía” con la población de aquel país, cuyo “camino hacia la democracia emprendido en los últimos años” se ha visto “bruscamente interrumpido” por la asonada militar, que ha provocado “el encarcelamiento de varios dirigentes políticos, que espero sean liberados rápidamente, como estímulo al diálogo sincero por el bien del país”.
Democracias amenazadas
No solo en esta nación del sureste asiático está amenazada la democracia. Se trata de un desafío que afecta “profundamente a todos los Estados, sean pequeños o grandes, económicamente avanzados o en vías de desarrollo”, advirtió Francisco, que pidió una vez más la cancelación de la deuda pública con los países pobres y se mostró contrario a la imposición de sanciones internacionales.
Al principio de su alocución, el Pontífice celebró la renovación por dos años el pasado mes de octubre del acuerdo con China para el nombramiento de obispos. Lo consideró un evento que permite continuar “el camino emprendido en un espíritu de respeto y de confianza recíproca, contribuyendo aún más a la resolución de cuestiones de interés común”.