Los ‘Misioneros procesales’, como testigos de la misericordia, muestran la dimensión pastoral de los procesos canónicos matrimoniales.
Después de un intento fallido en otra diócesis, el vicario judicial de la diócesis de Talca, Juan Luis Ysern, ha puesto en marcha este programa de formación para acompañar estas instancias poco frecuentadas. El obispo emérito de Ancud, tiene 90 años, es Licenciado en Derecho Canónico y ha ejercido como Vicario Judicial en Santiago y Rancagua. En esa labor, se ha encontrado con muchas personas que han sufrido quiebres en sus matrimonios y viven con dolor su lejanía de la iglesia.
Afirma que en el motu proprio ‘Mitis Iudex’, de septiembre del 2015, el papa Francisco ha dado orientaciones para que los procesos judiciales sean llevados con especial esmero por el fin último de cada persona que es su salvación. Para ello, sostiene, “es necesario no quedarnos solamente con la correcta aplicación de las normas procesales, ya que el problema humano y pastoral que viven esas personas es más profundo que lo que pueda resolverse con la aplicación de tales normas”, dice Ysern.
Acoger a personas sufrientes
En mayo del 2019, expuso al clero de Talca contenidos del Motu Proprio y planteó la dimensión pastoral en el servicio judicial con las personas que están en procesos por nulidades matrimoniales. Su experiencia de acoger a muchas personas sufrientes, fue complementada por varios párrocos presentes que expusieron situaciones similares.
Luego, el Consejo de Vicarios aprobó los contenidos y metodología para un curso de formación de laicos que colaboraran en esta acción pastoral. Allí se acordó el perfil para los candidatos que buscarían los párrocos. Entre julio y octubre se realizó el curso con unos 50 agentes pastorales, ministros, diáconos permanentes y algunos sacerdotes.
Uno de los participantes fue Cristián Avendaño, vicario de pastoral en la diócesis, quien relató a Vida Nueva su experiencia.
“Nos entregaron contenidos sobre derecho canónico relacionado con la familia, temas bíblicos y llamó la atención en la metodología el trabajo con casos reales que teníamos que analizar, obviamente cambiando todos los datos que pudiesen identificar a las personas. Así nos iban poniendo ante situaciones concretas y reales, ayudándonos a adoptar criterios adecuados. Fue un trabajo intenso, profundo, con mucho material. Había también trabajo en grupos”, dice Avendaño.
PREGUNTA.- ¿Qué tal fue la acogida de los párrocos?
RESPUESTA.- Diría que bien. Ellos ven esas situaciones de quiebres matrimoniales y la necesidad de apoyarlos y acompañarlos. Estamos en la etapa de ver cómo esta experiencia se aplica en la vida parroquial. Esta es una periferia real que requiere ser acompañada y necesita disponer de un espacio propio en la vida parroquial.
P.- ¿Cómo valora usted este programa?
R.- Muy bien porque uno acerca el Tribunal Eclesiástico a las parroquias. Normalmente cuando teníamos un caso de este tipo, lo enviábamos al Tribunal y ahí terminaba nuestra intervención. Con este curso, primero, entendimos que el Tribunal es también una instancia pastoral en la Iglesia diocesana. Los “misioneros procesales”, las personas capacitadas en este programa, tienen la misión de acompañar a las personas cuando se acercan a la parroquia y durante el proceso en el Tribunal, hasta la sentencia final y en este momento tratar de incorporarlo a la vida de la Iglesia. También es importante destacar esta dimensión pastoral frente a esas personas que hasta ahora sólo se veían desde el ángulo judicial procesal. Por eso, valoro mucho este programa y esta capacitación como servicio pastoral de nuestra parroquia.
P.- ¿Qué proyección ve en esta experiencia?
R.- Vinculo esto con la Pastoral Familiar. En la diócesis estamos reorganizando esa pastoral y es el momento de incorporar allí a estas personas que viven estas situaciones familiares difíciles. En esta tarea, los “misioneros procesales” cumplirían una labor fundamental para incorporarlos a la vida de la Iglesia. Así se puede acoger este programa de manera estable en la vida diocesana. Otra proyección es llevar a la vida eclesial la imagen del Buen Samaritano, que es el centro de la motivación del “misionero procesal” que escucha cuando debe escuchar y habla cuando debe hablar, atendiendo al que está al borde del camino”.