Vaticano

El Vaticano reclama un nuevo modelo de cuidado para los ancianos tras la pandemia

La Pontificia Academia para la Vida reivindica “la fuerza de la fragilidad” con la publicación del documento ‘La vejez: nuestro futuro. La condición de los ancianos después de la pandemia’





Un nuevo modelo de cuidado y asistencia para los ancianos más frágiles. Es la reclamación de la Pontificia Academia para la Vida con la publicación hoy del documento ‘La vejez: nuestro futuro. La condición de los ancianos después de la pandemia’. “En el plano cultural y en el plano de la conciencia civil y cristiana, es oportuno realizar un profundo replanteamiento de los modelos de asistencia para los ancianos. Aprender a ‘honrar’ a los ancianos es crucial para el futuro de nuestras sociedades”, afirma el Vaticano.



El texto, firmado por el presidente de la Academia, el arzobispo Vincenzo Paglia, reconoce que “existe el deber de crear las mejores condiciones para que los ancianos puedan vivir esta fase particular de la vida, en la medida de lo posible, en un ambiente familiar. ¿Quién no querría seguir viviendo en su propia casa, rodeado de sus seres queridos, incluso cuando se vuelve frágil? La familia representa la elección más natural para cualquiera”.

Y continúa: “No todo puede seguir siendo igual que cuando se era más joven; a veces se necesitan soluciones que hagan realizable el cuidado en el domicilio. Hay situaciones en las que la propia casa ya no es adecuada. En estos casos es necesario no dejarse llevar por una ‘cultura del descarte’, que puede manifestarse en la pereza y en la falta de creatividad para buscar soluciones eficaces cuando la vejez también significa falta de autonomía. Poner a la persona, con sus necesidades y derechos, en el centro de la atención es una expresión de progreso, civilización y auténtica conciencia cristiana”.

Recalificar las residencias de ancianos

Según el documento, “cada anciano es diferente, no se puede pasar por alto la singularidad de cada historia: su biografía, su entorno de vida, sus relaciones presentes y pasadas. Para identificar nuevas perspectivas de vivienda y cuidado es necesario partir de una cuidadosa consideración de la persona, de su historia y de sus necesidades”.

Por ello, “se debe prestar especial atención a los hogares, para que sean adaptados a las necesidades de los ancianos. Cuando uno se enferma o se debilita, cualquier cosa puede convertirse en un obstáculo insuperable. La atención domiciliaria ha de ser integrada, con la posibilidad de curas médicas a domicilio y una distribución adecuada de los servicios en todo el territorio”. Y agrega: “Todo esto requiere un proceso de conversión social, civil, cultural y moral. Porque solo así se puede responder adecuadamente a la demanda de proximidad de las personas mayores, especialmente las más débiles y expuestas”.

En concreto, el Vaticano pide que las residencias de ancianos opten por recalificarse para ofrecer algunos de sus servicios directamente en los hogares de los ancianos.

Los ancianos y la fuerza de la fragilidad

El Vaticano invita a las diócesis, las parroquias y todas las comunidades eclesiales a reflexionar sobre el mundo de los ancianos. “Su presencia es un gran recurso. Basta pensar en el papel decisivo que han desempeñado en la preservación y transmisión de la fe a los jóvenes de países bajo regímenes ateos y autoritarios. Y cuántos abuelos continúan transmitiendo la fe a sus nietos”, apuntan. Así, pide cuidar la espiritualidad de los ancianos, su necesidad de intimidad con Cristo.

“El testimonio que pueden dar las personas mayores a través de su fragilidad es también muy hermoso. Se puede leer como un ‘magisterio’, una enseñanza de vida. Los ancianos nos recuerdan la debilidad radical de todo ser humano, incluso cuando están sanos; nos recuerdan la necesidad de ser amados y apoyados. En la debilidad es Dios mismo quien primero extiende su mano al hombre”, señala el documento.

Según la Pontificia Academia para la Vida, “la debilidad de los ancianos es también provocativa: invita a los más jóvenes a aceptar la dependencia de los demás como un modo de abordar la vida”. Y añade: “Una sociedad que sabe aceptar la debilidad de los ancianos es capaz de ofrecer a todos esperanza para el futuro. Quitar el derecho a la vida a los más frágiles significa robar la esperanza, especialmente a los jóvenes. Es por eso que descartar a los ancianos es un problema serio para todos. Implica un mensaje claro de exclusión, que está en la base de esa falta de acogida: de la persona concebida a la persona con discapacidades, del emigrante a la persona que vive en la calle”.

Los ancianos y su papel profético

En este mismo sentido, resalta que “privar a los ancianos de su ‘papel profético’, dejándolos de lado por razones meramente productivas, provoca un empobrecimiento incalculable, una pérdida imperdonable de sabiduría y humanidad. Al descartar a los ancianos, cortamos las raíces que permiten a la sociedad crecer hacia arriba y no ser aplastada por las necesidades momentáneas del presente”.

Por ello, “el paradigma que pretendemos proponer no es una utopía abstracta o una reivindicación ingenua, sino que puede alimentar y nutrir nuevas y más sabias políticas de salud pública y propuestas originales de un sistema de bienestar más adecuado a la vejez. Más eficaz, así como más humano. Esto es exigido por una ética del bien común y por el principio de respeto a la dignidad de cada individuo, sin distinción de ningún tipo, ni siquiera por la edad”.

“Toda la sociedad civil, la Iglesia y las diversas tradiciones religiosas, el mundo de la cultura, de la escuela, del voluntariado, de las artes escénicas, de la economía y de las comunicaciones sociales –prosigue– deben sentir la responsabilidad de sugerir y apoyar –en el marco de esta revolución copernicana– nuevas e incisivas medidas que permitan acompañar y cuidar a los ancianos en contextos familiares, en sus propias casas y, en todo caso, en entornos domésticos que se asemejen más a los hogares que a los hospitales”.

Y continúa: “Este es un cambio cultural que debe ser implementado. La Pontificia Academia para la Vida se preocupará de señalar este camino como el más auténtico para dar testimonio de la profunda verdad del ser humano: imagen y semejanza de Dios, mendigo y maestro de amor”.

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