Consciente desde el primer momento de la trascendencia histórica de la crisis a la que el coronavirus ha abocado a la práctica totalidad de las residencias de ancianos de nuestro país, José Carlos Bermejo, director del Centro San Camilo, en Tres Cantos (Madrid), ha relatado la experiencia vivida por su centro en el libro ‘Crónica de San Camilo: nuestra residencia en tiempo de pandemia’, escrito junto a Marta Villacieros y Gema Moreno.
De los 135 trabajadores de la residencia, 42 se contagiaron por COVID-19 (un 31% de la plantilla), mientras que un 45% tuvo sintomatología compatible con la enfermedad. En la primera ola, del 8 de marzo al 8 de mayo, fallecieron 34 residentes (tres de ellos en el hospital), de los que 21 tenían sintomatología propia de coronavirus y solo hubo constancia de un caso positivo.
Dar cuenta de lo ocurrido
Con la perspectiva aún cercana de lo que vivieron y de lo que aún estamos todos viviendo, destaca a Vida Nueva que, “apenas iniciado el mes de marzo, sentí que tenía que escribir un diario en el que dar cuenta en la historia de lo vivido, y hacerlo con precisión en cuanto a los datos y con coraje en lo emocional”.
Y es que, como reivindica, el Centro San Camilo es “la suma” de las varias iniciativas que en él laten: “La Unidad de Cuidados Paliativos, que cuida hasta el final de la vida; el Centro de Humanización de la Salud, donde se enseña a cuidar en base a una consolidada experiencia; el Centro de Escucha, que ayuda a quienes tienen que atravesar un duelo o una situación de crisis, del que depende la Unidad Móvil de Intervención; el Centro de Día de mayores y atención a la discapacidad; el Servicio de Ayuda a Domicilio a personas en situación de vulnerabilidad; y, en el mascarón de proa, el Centro Asistencial o Residencia de personas mayores”.
Historias de amor y esperanza
Ante lo que percibe como “la crisis más grande en nuestros 30 años de existencia”, el religioso camilo destaca que en el libro “hemos recogido testimonios escritos y realizado entrevistas personales a una treintena de compañeros; desde médicos, enfermeros y auxiliares, hasta personal de limpieza, mantenimiento o administración”. Un caudal de experiencias en las que es obvio que ha habido mucho dolor y sufrimiento, pero también “historias de amor y esperanza”.
Un reto dramático para toda la familia de San Camilo, pero que Bermejo resume en esta frase de un trabajador y que él destaca en el libro: “Entonces me di cuenta de que, a pesar de trabajar día a día acompañando en la muerte, carecía de las palabras de consuelo necesarias. Lo más difícil, y lo que realmente me pedía el cuerpo, era poderle dar un abrazo”.
Las familias han podido despedirse
Y es que, dentro de las historias de esperanza que ha conocido, paradójicamente, muchas están asociadas a la muerte: “Al contar con médicos propios, nosotros no derivamos al hospital a nuestros mayores enfermos. De hecho, aquí las familias han podido despedirse de su ser querido… Protegidos con EPI y manteniendo la distancia de seguridad, pero al menos les han visto. Y eso lo han agradecido mucho”.
Por ello, Bermejo rechaza lo que entiende que es una generalización injustificada: “Los cuidadores que hemos estado y seguimos a pié del cañón, en ocasiones, sentimos una extraña acusación genérica contra las residencias, que no hace honor a esa parte de verdad (¡grande!) de la entrega y el riesgo vivido. También hemos sufrido y estamos sufriendo. Hemos enfermado y siguen enfermando nuestros compañeros. Nos hemos visto excluidos de recursos que se reservaban a jóvenes, hemos experimentado la lentitud del apoyo de las instituciones públicas, que, con frecuencia, parecían ahogarnos con solicitud de información y sin otros apoyos”.
Con los más frágiles
“Necesitamos –concluye– ser bendecidos también… Aún más, apoyados, aplaudidos como personas y como instituciones para seguir honrando a la humanidad cuidando a personas tan frágiles. Ellos, los mayores, sufren también la soledad y querrían oír alguna voz de apoyo a estas casas que son las residencias, no solo un tono moralizante”.