Madrileño de 59 años, en los planes de Luis Marín no estaba dejar de ser el asistente general del prior general de la Orden de San Agustín y presidente del Instituto de Espiritualidad Agustiniana, para convertirse en subsecretario del Sínodo de los Obispos. Con mitra incluida. Pero una llamada de Secretaría de Estado lo cambió todo.
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PREGUNTA.- ¿Uno no tiene más remedio que aceptar?
RESPUESTA.- No. Es libre. Yo me hice esta reflexión: como cristiano, agustino y sacerdote, estoy al servicio de la Iglesia, a lo que me pida más allá de miedos y limitaciones personales,
P.- ¿Hay que darle una vuelta más al Sínodo? El Papa ya le dado unas cuantas…
Es todo un reto. Ha puesto en marcha la sinodalidad como proceso que va más allá de un sínodo, que compete a la esencia misma de la Iglesia.
P.- ¿Se está aterrizando ya la sinodalidad en lo pequeño o sigue siendo una palabra fetiche que se queda en el aire?
R.- A menudo nos llenamos de palabras y las encerramos en el plano intelectual y en un mundo ideal, pero en este caso se está concretando por empeño del Papa. Los agustinos tenemos una vida comunitaria que cada vez es más participativa. También veo que se están dando pasos y tomando decisiones para una mayor colegialidad, corresponsabilidad…
Ahora hay que ponerlo en práctica en todas las realidades eclesiales: en el día a día de los cristianos, en las parroquias, en las conferencias episcopales… Pero también afecta a la vocación del sacerdote o del laico, porque una mayor participación exige una menor clericalización.
P.- El Papa dice que sinodalidad no es sinónimo de democracia o asamblea parlamentaria…
R.- El Sínodo no es un parlamento con grupos políticos en busca de poder o de imponer unos criterios. Y ahí resulta determinante el discernimiento: caminar juntos para buscar la voluntad de Dios. En esta dimensión espiritual radica la gran diferencia. De ahí la relevancia también de considerarnos Pueblo de Dios, unidos en Cristo, como referencia focal que nos hace distanciarnos de todo asambleísmo sin más.