Tras la vuelta a la ventana del despacho papal en el Palacio Apostólico, Francisco ha vuelto a presidir el rezo del ángelus con los fieles presentes –y bien distanciados– en la Plaza de San Pedro, de hecho el Papa exclamó “¡Está bonita la plaza soleada!” nada más asomarse. Este ángelus se ha rezado a tres días de comenzar el tiempo de Cuaresma, un tiempo que ha destacado como oportuno para ofrecer esperanza ante la pandemia.
El Papa agradeció a quienes colaboran con los migrantes, en particular ha mostrado su cercanía a los obispos de Colombia que han apoyado la concesión de una estatuto de acogida a los migrantes venezolanos en el país promovido por el gobierno. “Esto lo hace un país muy rico y sobredesarrollado, sino que lo hace un país con tantos problemas de desarrollo, de pobreza y de paz –¡casi 70 años de guerrilla!–; pero, con estos problemas, ha tenido el valor de mirar a los migrantes y hacer este estatuto. Gracias a Colombia”, apuntó Francisco..
En el día de los santos Cirilio y Metodio, saludó también a todas las comunidades de los territorios evangelizados por estos hermanos y ha deseado que dichas iglesias “encuentren nuevos caminos para evangelizar” y trabajen por hallar nuevas vías de unidad entre las distintas comunidades. También, en el día de san Valentín, pensando en los novios y enamorados, el Papa les aseguró su oración y bendición.
El Padre de la compasión
Comentando el evangelio del día, la curación de un leproso (Mc 1,40-45), Francisco destacó cómo Jesús “cumplió la Buena Noticia que anunció: Dios se hizo cercano a nuestras vidas, se compadece de la suerte de la humanidad herida y viene a derribar toda barrera que nos impida vivir nuestra relación con él, con los demás y con nosotros mismos”.
En este sentido, el Papa señaló como “transgresiones” a las normas de la época que “el leproso que se acerca a Jesús y Jesús que, movido por la compasión, lo toca para curarlo”. Y es que, destacó, “su enfermedad fue considerada un castigo divino, pero en Jesús pudo ver otro rostro de Dios: no el Dios que castiga, sino el Padre de la compasión y el amor, que nos libera del pecado y nunca nos excluye de su misericordia”. “La actitud de Jesús le atrae, le empuja a salir de sí mismo y a confiarle su dolorosa historia”, añadió. Una ternura de Dios que Francisco destacó –pidiendo incluso un aplauso– en algunos confesores y no están “con el látigo”.
Mascarillas que ocultan el dolor
Francisco destacó que para Jesús “tocar con amor significa establecer una relación, entrar en comunión, implicarse en la vida del otro hasta el punto de compartir incluso sus heridas”. Y es que, sentenció, “Jesús muestra que Dios no es indiferente, que no se mantiene a una ‘distancia de seguridad’; al contrario, se acerca con compasión y toca nuestras vidas para sanarlas; es el estilo de Dios: cercanía, compasión y ternura. Dios es una gran transgresor en este sentido”.
En este sentido, el Papa recordó a quienes por su enfermedad son víctimas de los “prejuicios social” e incluso sufren “discriminación religiosa”. “Frente a todo esto, Jesús nos anuncia que Dios no es una idea o una doctrina abstracta, sino Aquel que se ‘contamina’ con nuestra humanidad herida y no teme entrar en contacto con nuestras heridas”, algo que a veces “para cumplir con las reglas de la buena reputación y las costumbres sociales, a menudo silenciamos nuestro dolor o usamos máscaras para disimularlo”. El de Jesús, añadió Francisco, es “un amor que nos hace ir más allá de las convenciones, que nos hace superar los prejuicios y el miedo a mezclarnos con la vida del otro”.