La mirada de Sundance, el festival de cine indie por excelencia, se ha posado –aunque virtualmente– en un documental, ‘Corazones rebeldes’, con el que Pedro Kos, director brasileño afincado en Miami, homenajea –y reivindica– a las hermanas de la Comunidad del Inmaculado Corazón de María (IHC), con una película que es el testimonio desde Los Ángeles, y ya desde hace medio siglo, de una Iglesia en transformación.
“Refleja la sociedad actual, dónde estamos y quiénes somos –afirma Kos–. Creo que Sundance vio este paralelismo y se entusiasmó con la película. Que sea una historia de mujeres influye, pero también que es un grupo de personas que descubren que lo que creen ofrece oportunidades de cambio en una institución, y que trabajando desde sus valores fundamentales y su fe, pueden avanzar en el mundo”.
El filme usa como eje la figura de sister Corita Kent (Fort Dodge, Iowa, 1918–Boston, Massachusetts, 1986), referente imprescindible del pop art y del catolicismo humanista, visionaria y activista que representó el Inmaculado Corazón de María a partir de los años 60, coincidiendo con el Concilio Vaticano II.
“Ella capta la historia de la comunidad, era la punta del iceberg, una luz que brilla para el mundo”, resalta Kos. Sus famosas litografías, su rebeldía pop, su rivalidad con Warhol y Rauschenberg, su libertad, encontró reflejo en el instituto pontificio y en la superiora, sor Anita Caspary. “Eran unas monjas que querían ser parte del mundo y que querían marcar una diferencia”, añade el director.
La modernidad y la originalidad de Corita Kent funciona como espejo de la comunidad. “Mientras veía la película, se me ocurrió que Kent era la expresión externa de lo que ocurría en la comunidad internamente”, afirma Rose Pacatte, hermana de las Hijas de San Pablo y directora del Centro Paulino de Estudios de los Medios de Comunicación en Los Ángeles.
“Es un documental informativo, inspirador y entretenido –añade–, que cuenta una historia importante sobre una parte pequeña pero muy influyente de la historia de la Iglesia católica estadounidense”. Una historia de enfrentamiento entre el arzobispo de Los Ángeles, el cardenal James Francis McIntyre, y la orden, episodio en el que se centra gran parte del filme. Entre una Iglesia conservadora y otra progresista, entre una inmóvil y otra que vio en el Vaticano II una ventana abierta a la renovación.
“Las monjas se dieron más libertad en su día a día como una manera de ser más parte del mundo”, expone Kos. La orden llegó con diez hermanas pioneras en 1871 hasta California desde Olot (Girona), localidad donde las fundó el padre Joaquim Masmitjà como Hijas del Santísimo e Inmaculado Corazón de María (IHM).
Bajo el abrigo del obispo de California, el vicentino –y barcelonés– Tadeu Amat i Brusi, se establecieron en 1886 en Los Ángeles para abrir la escuela de la catedral de Santa Vibiana. En 1924, se independizaron de la orden española, formando un instituto pontificio. En 1965, ya eran 560 hermanas que sostenían gran parte de las escuelas bajo tutela del Arzobispado de Los Ángeles.
“Cuando llegaron los años 60, ellas ya estaban listas para ser parte del mundo, para hacer los cambios necesarios, para educar mejor a sus alumnas, para ayudar mejor a las comunidades pobres y carentes, para ayudar a los movimientos por la igualdad que estaban surgiendo en esa época. Parte de su fe era ser parte de la comunidad y ayudar a la comunidad. El cambio era una cosa totalmente ligada a su fe”, señala Kos a EFE.
En 1965, con el fin del Vaticano II, la superiora sor Anita Caspary, siempre con Corita Kent a su lado, pone en marcha un “programa de renovación” –como lo definió Caspary–, que incluyó la eliminación del hábito a elección de cada hermana o la flexibilidad de los horarios de oración. Además, reivindicaba salarios justos como profesoras ante el Arzobispado, a la vez que pedía clases más reducidas y la mejora de las “credenciales educativas” de las hermanas, lo que se traducía también en formación universitaria y, por supuesto, artística.