El V Encuentro Vida Nueva, organizado por esta revista junto a PPC y en colaboración con el Banco Sabadell, se ha celebrado en la tarde de este martes 23 de febrero. Telemático debido a las restricciones sanitarias impuesta por la pandemia, el coloquio, titulado ‘¿Vacunados contra la indiferencia?’, ha sido moderado por el director de Vida Nueva, José Beltrán, y ha contado con la presencia el arzobispo de Boston, el cardenal capuchino Seán Patrick O’Malley; el cardenal emérito de Sevilla, el también franciscano Carlos Amigo; y la colombiana Gloria Liliana Franco, religiosa de la Compañía de María y presidenta de la Confederación Latinoamericana y Caribeña de Religiosas/os (CLAR).
La mesa redonda ha sido la ocasión perfecta para, más allá del nuevo mundo al que nos ha abocado el coronavirus, reflexionar en torno a los dos primeros libros en español de O’Malley: ‘Se buscan discípulos y lavadores de pies’ y ‘Enganchados a la luz’, ambos editados por PPC.
El primer sermón… en la cárcel
Tras la bienvenida a los presentes por parte de Santiago Portas, director de Instituciones Religiosas del Banco Sabadell, O’Malley ha señalado sobre sus dos libros que “es parte de nuestro ministerio predicar el Evangelio”. De ahí que, con ello, busque “invitar a los lectores” a sumergirse en su modo de acercarse a la Palabra.
Algo que ha ilustrado con una divertida anécdota: “Mi primer sermón como capellán fue en un presidio. Nunca había predicado y estaba muy nervioso. Les hablé a los presos de Pablo escapando de la cárcel, de la experiencia carcelaria de Pedro… Esa misma noche, escaparon seis presos. Cuando me enteré –narró sonriente–, no sabía si el primero era un éxito o mi último sermón, pues el propio alcaide me quería meter preso”.
En cuanto al eje del coloquio, la reflexión sobre si en este tiempo de pandemia prevalecen la esperanza, la equidad o la fraternidad o el “sálvese quien pueda” que denuncia el papa Francisco al desnudar la cultura de la indiferencia y descarte, Franco ha clamado contra “la idolatría del individualismo”. Una noción ante la que la Iglesia debe anteponer un espíritu “comunitario y auténticamente cristiano”, basado en la “compasión”.
Hay que indignarse
“Hay que indignarse –ha pedido la presidenta de la CLAR– ante todo aquello que reste dignidad a otro ser humano”. Algo en lo que se tiene un triste ejemplo en América Latina con el desigual reparto de las vacunas, “teniendo todos claro que no hay ni va a haber un acceso a ellas para todos”. De ahí la presencia urgente de la comunidad cristiana: “Donde hay descarte y discriminación, allí debe estar la Iglesia con un testimonio de inclusión, de bondadosa cercanía, de defensa de la vida. Debemos levantar la mirada para empeñarnos en el arte del cuidado. Tenemos que agacharnos, comprometernos y contemplar la realidad. Cada comunidad, toda la Iglesia, ha de ejercer su influencia desde su carisma y con acciones concretas, grandes o pequeñas, pero que aseguren posibilidades para todos en sanidad o educación”.
Por su parte, Amigo ha defendido que “no podemos conformarnos ante la indiferencia. Tenemos que preguntarnos cómo sensibilizar, cómo remover los corazones de piedra. No se trata solo de detectar errores o pecados. Si somos evangelizadores, hemos de serlo siempre y en todo. Por eso, no podemos ser indiferentes a Dios o a los hermanos, ni a nosotros mismos… La compasión es vivir con el otro”.
Así, para el cardenal emérito de Sevilla, “la sensibilidad de Dios en nuestra vida” se encarna “en el que sufre o está contento. Y en nosotros mismos, para descubrir lo que somos”. Por ello, no basta con ser “predicadores de calamidades, sustos o tiempos malos… No es ese el camino del Evangelio. Tenemos que ser un grano de esperanza y alegría allí donde se pueda. No, no nos conformamos con la apatía generalizada”.
Abrir los ojos a todos
Aquí, O’Malley ha llamado a acudir a ‘Fratelli tutti’, “una encíclica con la que Francisco nos ofrece un programa a seguir en un mundo postpandémico. Se trata de abrir los ojos a todos para que sepamos que estamos conectados y no separados, que debemos ayudarnos mutuamente. No es que no solo se deba proteger a los ricos y dejar a los pobres. Realmente, si queremos vencer a la pandemia, hemos de hacerlo en todas partes”.
En este punto, fiel a su estilo, ha reforzado su mensaje con otra potente historia: “Dicen que en Japón había un hombre cuya casa estaba en los alto de una bella montaña. De pronto, vio a sus vecinos, que estaban en una fiesta en la playa. Y frente a ellos avanzaba un tsunami. Quería gritar para advertirles, pero estaba muy lejos. Así que pegó fuego a su casa para que lo vieran desde la playa. Unos, quisieron subir a ayudarle. En cambio, otros vieron la montaña muy alta y no quisieron subir, pues además estaban muy bien en la playa. Los que subieron fueron los que se salvaron… Esta visión nos hace ver que tenemos que ser miembros de una misma familia, de la casa común. Si seguimos cada uno por su lado, nos destruiremos”.
Amigo ha recogido el guante y ha solicitado que seamos “testigos y misioneros en este tiempo de pandemia”. Algo que él ha visto en muchos casos cercanos: “Se cerraban los templos, pero los despachos de Cáritas tenían las puertas más abiertas que nunca. Ha habido tantos sacerdotes que iban al sagrario y pedían luz para ayudar… Sé de muchos testigos que acompañan a muchas personas que están solas y desanimadas”.
La Iglesia ha dado lo que tenía
“La Iglesia –ha reiterado el purpurado vallisoletano–, con los defectos y limitaciones de las personas que la conforman, ha dado lo que tenía. Hay gente que desconoce lo que es la Iglesia, y algunos se han sorprendido para bien en este tiempo. Así, la pandemia puede ser un estímulo, un modo de evidenciar que no nos conformamos con el mal. Muchos llamaban para ayudar o solo para preguntar cómo está el otro. La Iglesia está en su sitio, aunque a veces un poco descolocada. Pero nunca ha perdido el norte que Cristo le ha enseñado”.
Franco percibe que “la realidad es heterogénea. Por ello, se hace explícita la actitud de ayudar, de ser una comunidad viva que se transforma con los signos de los tiempos. En el eco del hoy también se conforma nuestra realidad. Ahora, la pandemia es una posibilidad de conversión. A veces estamos amparados en el confort, por lo que se nos invita a zambullirnos en la realidad. Y hay muchos hombres y mujeres con la toalla en la mano para lavar los pies de los demás, para sostener con su esperanza, para ayudar prestando el oxígeno necesario en la Amazonía, para acercar comida a la olla comunitaria con la que se alimentan los enfermos. Muchos han dado la propia vida en el arte del acompañamiento. Con su magisterio y su testimonio, el propio Papa nos anima a ello, a que permitamos que la realidad nos salpique”.
Una realidad que, en las fronteras, llama al encuentro con el otro. Algo que Amigo ha recordado que pudo hacer “durante muchos años, cuando fui arzobispo de una diócesis [Tánger] con tres millones de personas y en la que solo unas 5.000 eran católicas. Mi convivencia con los musulmanes era estar con ellos cada día. Tanto en las tribulaciones como en las alegrías, siempre en el encuentro”.
Abrazo al inmigrante
Sobre los “inmigrantes que buscan un poco de vida y trabajo”, el arzobispo emérito de Sevilla ha comentado que “claro que lo mejor es que no migraran y encontraran en sus países los recursos necesarios para su bienestar, no teniendo que asumir los riesgos de dar incluso la propia vida. Pero, mientras eso sucede, no podemos estar de brazos cruzados. La actitud, como cristianos, es hacer ver que aquí no hay migrantes, sino que nuestra casa es la de todos. Más allá de las políticas, este es un fenómeno de todas las épocas y cada situación es distinta. Pero nosotros no podemos cruzarnos de brazos, sino que debemos estar siempre abiertos y compartir con ellos lo poco o mucho que tengamos”. Y es que “la migración no es solo un fenómeno político o social, sino profundamente humano y cristiano. Debemos abrir las puertas al forastero y ponerle cerca del corazón para facilitarle el vivir con dignidad como persona”.
Franco, religiosa colombiana que ha visto como justo estas semanas el Gobierno de su país se ha volcado con los refugiados venezolanos, ha señalado que “esta es la confirmación de que se necesita voluntad política. Puede haber cambios significativos si sabemos tocar el corazón de quienes tienen el poder de decidir sobre la vida de quienes padecen situaciones de violencia interna o son víctimas de sistemas totalitarios en los que, por la corrupción, se hace difícil pensar en el bien común”. Así, la clave es “empoderar a la sociedad civil y apoyar a los movimientos sociales”. Algo en lo que la Iglesia “debe llamar a las dinámicas relacionales, a la convivencia para generar comunión y bien común para todos. Frente a los nacionalismos que han fomentado la exclusión en este tiempo de pandemia, nosotros tenemos que trabajar para todo el mundo, como hermanos”.
Sobre la realidad en Estados Unidos, O’Malley ha detallado que “somos una Iglesia de inmigrantes. Algo que en Boston se nota mucho. En su día, hubo un millón de muertos por el hambre y se originó una migración ilegal desde Irlanda. En un año, la tercera parte de la población de Boston eran católicos, lo que fue visto como una invasión de extranjeros por los locales protestantes”.
Un cambio con Biden
Pero, frente a esas “resistencias”, la Iglesia, “que aquí siempre es de inmigrantes, sabe que estos cambian nuestro rostro; como viví en mis muchos años acompañando a la población que venía de América Central, viendo hoy cómo ellos conforman buena parte de la población local”. En esta línea, a la hora de “presionar a los gobiernos para que ayuden a que las personas no huyan y se queden en sus países”, el desafío se abre paso con la Administración Biden. Al menos en comparación con la de Trump: “El nuevo Gobierno está más abierto a trabajar con los indocumentados en el camino hacia su legalización”.
Sobre la profecía de la vida religiosa hoy, Franco ha recordado que “la centralidad del Evangelio ha de situarse en nuestro tiempo y contexto”, siendo el reto “generar alianzas, salir de las burbujas del confort y ser sinodales”. Para ello, se necesita “poner en valor la intercongregacionalidad, ejercitar la red de alianzas y unirnos todos en causas comunes, como la defensa de la vida, la tierra y los pobres. Tenemos que abrazar nuestra pequeñez y que las estadísticas no nos causen pesimismo. Con la mirada puesta en lo fundamental, Jesús, este motor nos debe mover a vivir con gozo nuestra vocación”. En definitiva, el futuro ha de moverse en este paradigma: “Interculturalidad (una realidad muy presente ya en nuestras comunidades), intercongregacionalidad e itinerancia. Tenemos muchas razones para creer en el futuro”.
Para Amigo, urge “ser fieles y cuidar el propio carisma, motivación y origen de la vida consagrada de cada uno. Pero partiendo siempre de que lo recibido es mío, pero no para mí, sino siendo conscientes de que este carisma propio nos puede enriquecer a todos. Hemos de compartir todos los carismas con los demás. Dios nos los ha dado para compartir con los demás la riqueza de los carismas, de formas de vivir, de espiritualidades”.
Cumbre antiabusos
Sobre los dos años que se han cumplido de la cumbre antiabusos en la que Francisco convocó hace dos años a todos los obispos del mundo para reflexionar sobre esta lacra, O’Malley, uno de los grandes referentes eclesiales en este sentido, ha asegurado que “ese encuentro nos ayudó mucho. Antes, en muchos sitios ni se hablaba del tema… Es una cuestión muy difícil, pero fue bueno que a todos los obispos se nos llamara a la reflexión, pues es mucha la responsabilidad que tenemos como pastores”.
De hecho, para el arzobispo de Boston, “garantizar un hogar seguro para nuestros niños, adolescentes y personas vulnerables es básico, ya que, si no logramos esto, no podremos cumplir con la misión de anunciar elEvangelio y servir a los pobres. A la Iglesia se nos pide coherencia al afirmar que amamos y respondemos por los más débiles. Ha habido grandes y concretos logros en este sentido, pero falta mucho por hacer aún para cuidar a las víctimas y sus familiares a la hora de ofrecerles el trato pastoral que merecen”.
Para ello, además de “la transparencia, la responsabilidad y la tolerancia cero”, el camino a seguir es que “todas las Iglesias locales deben tener protocolos claros. Si se improvisan, cometeremos errores, aunque sean con buena intención. Debe haber una estrategia para responder a esta crisis en cada comunidad. Para ello, el Papa nos ha dado unas pautas y nos señala que esta es una prioridad importante. De hecho, cuando tenemos visitas de nuevos obispos y organizo encuentros con víctimas, todos los pastores reconocen que son lo más emotivo de su experiencia. Le ha ocurrido al propio Papa. En su su evolución pastoral en esta batalla, han sido cruciales sus encuentros con supervivientes”.
La posición de la mujer
Otro tema del coloquio ha sido la posición de la mujer en la Iglesia. Aquí, O’Malley ha vuelto a hacer gala de una significativa capacidad narrativa con otra historia: “Había un sacerdote que siempre predicaba sobre el infierno. Al morir, le pidió a san Pedro poder visitar antes el infierno para conocer al fin aquello de lo que tanto había hablado. Se lo encontró adornado con flores, limpio… Le recibió un hombre bien vestido, con corbata. Al saber que era Satanás, le reconoció su sorpresa. Y este le respondió: ‘Antes el infierno no era así… No lo era hasta que llegaron las monjas. Ellas lo convirtieron en un paraíso’. Yo he sido testigo de ello durante 20 años viendo trabajar a unas religiosas españolas, vedrunas, entregándose con amor y cercanía y transformando su realidad en un paraíso para el pueblo de Dios”.
Franco ha enfatizado que “la Iglesia tiene rostro mujer. Solo con abrir los ojos, es algo obvio. Cada vez más, su rostro es femenino y se teje en el vientre de las mujeres. De ahí la necesidad de valorar lo que estas pueden aportar y buscar ese lugar, no como un modo de poder o de oposición al varón, sino en una mesa en la que dialogar y construir juntos el camino. Una visión de la Iglesia sin ellas carecería de la fuerza transformadora. En este camino, necesariamente sinodal, debemos volver a las fuentes y a un espacio dado ya por Jesús a las mujeres. Hay que recuperar esa frescura. Se dan pasos y estamos contentas por ello, pero sigue siendo urgente dar más visibilidad al aporte de la mujer en la misión de la Iglesia”.
Amigo ha festejado “los pasos que se van dando en este sentido y que todos recibimos con alegría”. Al mismo tiempo, ha incidido en que, “cuando todos éramos niños, ya veíamos que las catequistas eran las mujeres y que, en los sitios difíciles, como las misiones, eran ellas ya la mayoría. Hoy se exige más presencia. Y Juan Pablo II, en su encíclica ‘Mulieris dignitatem’, recalcó que se necesita a la mujer. Un proceso natural y que cada vez se visibiliza más, pues ellas son siempre las pioneras”.
Déjate encontrar
El último mensaje de los participantes ha sido en clave espiritual. En este sentido, Amigo ha sido directo: “Le digo al otro: deja de buscar y déjate encontrar. La luz está ahí. Déjate iluminar”.
Franco ha reclamado “capacidad de desborde, sin tregua ni excusa. Hemos de ejercitar los sentidos y tener una nueva mirada contemplativa de la realidad, que nos saque de nosotros mismos, de nuestras miopías, y nos acerque a Jesús y a los valores Evangelio”.
O’Malley ha concluido con una llamada a la esperanza: “La Iglesia nos proporciona un bello momento en la Cuaresma, como una experiencia de desierto que implica aprender a apreciar el agua del bautismo que nos hace hijos de Dios y hermanos entre nosotros. Hemos de redescubrir bautismo. También es un tiempo de silencio frente al ruido y a las distorsiones, debiendo aprender a escuchar la voz de Dios, que nos invita y nos llama por nuestro nombre”.