En castellano, habla pausado. Sin recrearse en las palabras, sino más bien deteniéndose en cada una de ellas. Con un tono grave que empapa todavía más de autoridad a unas reflexiones que no nacen en abstracto, sino de la realidad doliente que ha tocado a lo largo de sus casi dos décadas de ministerio episcopal, que le llevó primero a las Islas Vírgenes y, después, a Palm Beach y Boston.
El fraile capuchino norteamericano de 76 años que se sentía uno con los migrantes, se topó de repente con el tsunami de los abusos sexuales que arrasó con la credibilidad de la Iglesia norteamericana. Lejos de buscar puerto seguro, salió al rescate de las víctimas con el salvavidas de la verdad y el perdón por tanto daño cometido por los clérigos pederastas y sus encubridores. Hoy, pertenece al Consejo de Cardenales que capitanea las reformas de Francisco y es el presidente de la Comisión Pontificia para la Protección de Menores.
Ahora, por primera vez, al cardenal Seán Patrick O’Malley se le puede leer en español, gracias a las homilías, conferencias, retiros y otros escritos que ha aglutinado en ‘Se buscan discípulos y lavadores de pies’ y ‘Enganchados a la luz’ (PPC). A partir de estas obras, Vida Nueva ha organizado un encuentro digital para abordar las claves de ambos libros en el contexto de la pandemia, además de mantener una entrevista estructurada a partir de algunos extractos de sus dos obras.
“Para los católicos, la Cuaresma siempre fue importante. En parte, asociamos este tiempo a una mayor autodisciplina para caber en nuestros trajes de baño del verano, que se acerca. Prescindimos de rebozados, dulces, hidratos, snacks, bebidas gaseosas, cigarrillos, televisión (…). Alguien me preguntó qué iba a hacer yo. Yo quería hacer algo diferente, dar ejemplo. Este año voy a hacer un solo sacrificio. Durante los próximos cuarenta días, voy a abstenerme, excepto tal vez los domingos, de hacer cualquier ‘selfie’”.
PREGUNTA.- En esta Cuaresma del coronavirus, ¿a qué dieta se está sometiendo?
RESPUESTA.- Odio los selfies, por lo que fue muy fácil renunciar a ello. En una ocasión, en el convento, planeamos una penitencia comunitaria en Cuaresma. Lo sometimos a votación y un hermano que es muy callado nos sugirió escoger aquello que tenía menos votos… Recomiendo que todos experimentemos la Cuaresma como un momento de desierto, como lugar de silencio en el que escuchar la voz de Dios y dejar que su Palabra penetre en nuestros corazones
“En 2015, Ross Douthat publicaba un provocativo artículo en el ‘New York Times’, titulado ‘¿Están las Iglesias abandonando a los pobres?’. (…) Según la interpretación de Douthat, muchos de los liberales allí presentes afirmaban que las Iglesias americanas habían abandonado a los pobres porque estaban obcecadas con las batallas culturales”.
P.- ¿Está la Iglesia católica abandonando a los pobres en esta crisis del coronavirus?
R.- Todas las crisis hacen salir lo mejor y lo peor de las personas. Cuando viví un huracán en las Islas Vírgenes [su primer destino como obispo], pude ver, por un lado, a algunos que robaban en las tiendas que habían sido destruidas, pero también vi a muchos compartiendo su último trozo de pan o su botella de agua con el vecino que no tenía nada. En la pandemia estamos viendo esto mismo, pero estoy contento de ver cómo la Iglesia se ha movilizado en Boston.
Los sacerdotes jóvenes se han formado para visitar a los enfermos y moribundos para que pudieran recibir el consuelo. En las parroquias se han movilizado para hacer llegar alimentos a las personas que se han quedado sin trabajo. Y estamos pagando el alquiler a quienes no llegan a fin de mes… Generosidad y sacrifico es lo que define a nuestra Iglesia ante el coronavirus.
“Es muy significativo que el primer viaje del Santo Padre haya sido a la isla de Lampedusa, para subrayar su preocupación por la suerte de los inmigrantes. Tras arrojar una corona de flores en ese mar donde ya murieron miles de refugiados del norte de África, hacinados en auténticos barcos-ataúd, el Papa nos habló de la globalización de la indiferencia. Indiferencia hacia el sufrimiento de los otros, hacia el futuro de los que aún no nacieron, de los ancianos, de los deficientes físicos y mentales… Y sí, de los emigrantes”.
P.- Han pasado casi ocho años de aquel viaje a Lampedusa, ocho años de Francisco. Dentro de la Iglesia, hay quien espera que todo vuelva a la ‘normalidad’ después de la era Bergoglio. ¿Qué les diría?
R.- Las enseñanzas de Francisco van a perdurar mucho más allá de su pontificado. Aquella visita inicial a Lampedusa solo fue el comienzo; marcó su ministerio. Francisco se erigió entonces como un profeta de los migrantes y, a partir de ahí, ha tocado el corazón de muchos a partir de esta apuesta, devolviendo la esperanza. Aquel día, él preguntó: “¿Acaso soy yo el guardián de mi hermano?” (Gen 4,9).
Ahora, en ‘Fratelli Tutti’, responde desde el Evangelio a toda la humanidad. En estos años, nos ha hecho ver la importancia de la misericordia de Dios. En mi vida pastoral, no he tenido un Año Santo más exitoso, pues realmente ha tocado el corazón de todos. Si a eso unimos cómo está calando su apuesta por una Iglesia de los pobres, con unos sacerdotes que huelan a oveja, creo que su resonancia en los católicos es incuestionable.
“Muchas personas aún dicen que no están de acuerdo con las normas de transparencia y tolerancia cero. Pero, como responsables eclesiales, debemos confrontar esas actitudes”.
P.- Dos años después de la histórica cumbre antiabusos, ¿Cree que la Iglesia está poniendo de verdad todos los medios?
R.- Ese encuentro nos ayudó mucho. Antes, en muchos sitios ni se hablaba del tema… Es una cuestión muy difícil, pero fue bueno que a todos los obispos se nos llamara a la reflexión, pues es mucha la responsabilidad que tenemos como pastores. Por ejemplo, ahora, cuando se ofrece en Roma la formación a los nuevos obispos, se incluye una sesión para hablar del tema. Yo voy siempre con un superviviente de abusos para que conozcan su dolor de primera mano y todos reconocen que conocerle es la experiencia más significativa del curso.
Le ha ocurrido al propio Papa. En su evolución pastoral en esta batalla han sido cruciales sus encuentros con las víctimas. Garantizar un hogar seguro para nuestros niños, adolescentes y personas vulnerables es básico. Si no logramos esto, no podremos cumplir con la misión de anunciar el Evangelio y servir a los pobres. A la Iglesia se nos pide coherencia al afirmar que amamos y respondemos por los más débiles. Ha habido grandes y concretos logros en este sentido, pero aún falta mucho por hacer para cuidar a las víctimas y sus familiares a la hora de ofrecerles el trato pastoral que merecen.
Por eso, además de la transparencia, la responsabilidad y la tolerancia cero, todas las Iglesias locales deben tener protocolos claros. Si se improvisan, cometeremos errores, aunque sean con buena intención. Debe haber una estrategia para responder a esta crisis en cada comunidad. El Papa nos ha dado unas pautas y nos señala que esta es una prioridad importante.