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Cuando el seminario se abre a las mujeres

La Iglesia se pregunta sobre el papel de la mujer en el modelo educativo que propone, de la escuela a los seminarios





La mujer y la Iglesia, una y otra vez. Quizás algún día no sea un tema ni un problema. El “Pacto Educativo Global” –impulsado por el Papa Francisco en septiembre de 2019 y relanzado un año después en medio de la pandemia–, exige una nueva alianza educativa que comprometa a la Iglesia a preguntarse sobre el modelo educativo que propone, explícita o implícitamente, a los niños y niñas en las parroquias y en sus propias estructuras de gobierno.



En 1960 Furio Monicelli publicó El jesuita perfecto. Es la historia de una vocación. Conocemos a Andrea cuando deja su casa familiar una mañana de lluvia “constante y triste como un remordimiento” para ir a Galloro, al noviciado jesuita; y lo dejamos cuando va a convertirse en jesuita.

En medio se nos describe la diligente formación personal y espiritual, la relación con los otros novicios, los espléndidos e intensos diálogos con el padre maestro, el confuso probable enamoramiento de un hermano que luego muere y el espléndido intercambio intelectual con otro hermano que se marcha en nombre de la libertad de fe.

No llegamos a saber de ninguna mujer. No hay mujeres en la formación del perfecto jesuita, ni siquiera en la memoria. Antes de que termine la historia, Andrea se encuentra en una iglesia con una monja de “nuca corta y gorda, inclinada hacia adelante como una dalia marchita”. Por supuesto, es literatura, aunque Monicelli vivió la experiencia del noviciado con los jesuitas.

Casi veinte años después y un Concilio (Vaticano II) más tarde, el obispo de Vicenza Arnoldo Onisto abrió el seminario diocesano a laicos y religiosos, hombres y mujeres que deseaban hacer el curso institucional de Teología para obtener el título de Bachiller. En aquel momento en la formación de los sacerdotes no intervenía ninguna mujer.

Ausentes en la formación

Ausentes como compañeras de clase y de estudios y ausentes como profesoras y formadoras. La presencia femenina era la de las religiosas en la cocina y en otros servicios. Como si fuera de los seminarios y noviciados las mujeres no representasen más de la mitad de la humanidad y mucho más de la mitad de la Iglesia creyente. Como si sus talentos y su preparación de ninguna manera pudieran ser útiles, oportunos (¿necesarios?) en la formación de los sacerdotes.

Conozco la experiencia de Vicenza porque estuve entre las personas que pudieron vivirla. Entre los diecinueve y los veinticinco años hasta el Bachillerato. Luego hice la Licenciatura en la Lateranense, en Roma.

Quien diga que las facultades de Teología llevan años abiertas a todos sabe que está diciendo una verdad a medias. Porque había (hay) pocas en Italia, y la mayoría de las pontificias están en Roma. Necesitabas tener los suficientes recursos como para poder permitirte no trabajar durante 5 o 7 años y no tener familia, porque era necesario trasladarse a la Ciudad Eterna.

Unos requisitos casi imposibles de cumplir para una mujer. En cambio, en todas las grandes ciudades había Seminarios y todos ellos contaban con un Instituto Teológico. Abrirlos a laicos y laicas fue una elección que podríamos definir teológica y política porque significó hacer la teología más accesible al pueblo de Dios.

Fe en la modernidad

¿Qué hay detrás de la decisión del obispo Onisto? Monseñor Luciano Bordignon, que era decano de estudios y rector del Seminario, habla del obispo como alguien ni ingenuo ni revolucionario. Habla de un hombre de fe que había aceptado íntimamente el Concilio y tenía fe en la modernidad, una creencia que acompañaba con sus elecciones. Deseaba normalidad al abrir estos estudios a los laicos. Y nunca reivindicó tal decisión. Dijo que sí al primer laico que se lo pidió y sí al primer religioso y después a la primera laica. En 1979 había 4 en todos los cursos. Toda una experiencia.

No están claras las razones por las que se toman ciertas decisiones siendo muy joven, y ni siquiera importa que estén claras. No existían ejemplos de mujeres en el campo de la teología. Había algunas teólogas en Italia, pero en Vicenza ni siquiera sabían lo que era una mujer teóloga así que más de una vez me tocó explicar qué demonios estaba estudiando. Pero más adelante comprobé que hacerlo resultó inspirador para otras personas.

El nacimiento de los ICR (Institutos de Ciencias Religiosas) a partir de 1986, y después la aparición de los ISSR (Institutos Superiores de Ciencias Religiosas) en 2008, posibilitó que las mujeres y los hombres que no querían ser sacerdotes, estudiasen Teología fuera de los Seminarios. El acceso pasa por contar con una carta de presentación para los laicos y una declaración de su párroco que acredite su idoneidad para asistir al Instituto.

Los religiosos y religiosas necesitan la declaración del Superior Mayor para matricularse en estos estudios. Si no hay mujeres como una presencia normal y paritaria en las clases de Teología de los Seminarios, es imposible que un modelo femenino pueda inspirar su formación.

Siempre en segundo plano

Lo buscamos en la Ratio Fundamentalis Institutionis Sacerdotalis. Estas son las pautas generales para la formación de los sacerdotes, que debe ser “única, integral, comunitaria y misionera” en los Seminarios.

El número 95 indica: “El primer ámbito en que cada persona aprende a conocer y apreciar el mundo femenino es naturalmente la familia. En ella, la presencia de la mujer acompaña todo el proceso formativo y, desde la infancia, constituye un aporte positivo a su desarrollo integral. También contribuyen para este fin las mujeres que, con su testimonio de vida, ofrecen un ejemplo de oración y servicio en la pastoral, de espíritu de sacrificio y abnegación, de atención y tierna cercanía al prójimo. Una reflexión análoga se puede hacer respecto a la presencia testimonial de la vida consagrada femenina”.

Oración y servicio en la pastoral, espíritu de sacrificio y abnegación, cuidado y tierna cercanía al prójimo. Adjetivos que se corresponden con el modelo de mujer creyente que aún se propone a una joven o a una niña en una parroquia: catequista, colaboradora en distintas tareas, empleada doméstica de los sacerdotes o mujeres de la limpieza de la iglesia. Incluso cuando animan la oración o son ministras extraordinarias de la Eucaristía, representan un modelo de apoyo a la acción pastoral del sacerdote.

La “mujer en la sombra” es el estereotipo de la mujer en la Iglesia y orienta el posible deseo en las personas que la integran. Así, tiende a reproducir opciones limitadas. Denota la violencia oculta de las relaciones de género en la Iglesia. Es improbable que una joven, gracias a encuentros casuales o la riqueza del Espíritu, pueda desear ser teóloga o participar en la Iglesia de un modo diferente.

Existen mujeres que enseñan en las facultades de Teología. Ejemplos a los que poner cara y nombre. Como el de Mary Melone, rectora de la Pontificia Universidad Antoniana en 2014. O de Mirian Cortés Diéguez, nombrada rectora de la Universidad Pontificia de Salamanca en 2015.

Ocasiones de conversión

Es imposible no darse cuenta de que el número 96 de la Ratio habla de las “debilidades” y “momentos de crisis del seminarista” que “bien comprendidos y tratados (…), pueden y deben convertirse en ocasiones de conversión”. La asociación de fondo es mujer-superación-debilidad-conversión. Por otro lado, la “comunidad de formadores” (n. 132) “está compuesta por sacerdotes seleccionados y bien formados”. Y “es preferible que la mayoría del cuerpo decente esté formado por presbíteros” (n. 146).

En la Ratio, el capítulo decisivo dedicado al valor formativo de la mujer es el 151: “La presencia de la mujer en el proceso formativo del Seminario, entre los especialistas en el ámbito de la enseñanza, del apostolado, de las familias o del servicio a la comunidad, tiene por sí misma un valor formativo, también en orden al reconocimiento de la complementariedad entre varón y mujer. Las mujeres representan una presencia numéricamente mayoritaria entre los destinatarios y colaboradores de la acción pastoral del sacerdote, ofreciendo un edificante testimonio de humilde, generoso y desinteresado servicio”.

El reconocimiento del papel de la mujer en la Iglesia es algo obvio y evangélicamente serio que no tiene sentido volver a sus fundamentos. Lo han hecho teólogos y teólogas durante años, de forma pública, sistemática y competente. ¿Cómo sería la Iglesia si las mujeres estuvieran presentes en las estructuras de toma de decisiones de manera orgánica, según procedimientos precisos, no por cooptación paternal por parte de algún obispo iluminado?

Paciente autodestructivo

Debemos preguntarnos si el escándalo de la pedofilia entre sacerdotes sería tan extendido y duradero si las mujeres fueran corresponsables en el gobierno de la Iglesia. Monseñor Luciano Bordignon define la cuestión de la mujer en la Iglesia como “un pensamiento en el aire”. Las mujeres que han obtenido la licenciatura y el doctorado no han sido autorizadas para ser corresponsables en la formación o en la instrucción teológica. A lo sumo, se les ha implicado como colaboradoras en ocasiones, como señalaba Bordignon.

Elizabeth Green escribe que la Iglesia cruzó las fronteras físicas muy pronto, pero aún no ha logrado ir más allá del género, pese a que esto prive a la comunidad de creyentes de talentos y servicios. La Iglesia se convierte en un paciente autodestructivo, atrapado en la negación. Las estructuras jerárquicas no pueden reformarse desde dentro. Son las creyentes, que nunca han estado dentro de la jerarquía, las que pueden ayudarla a salir de la crisis que está vaciando templos y seminarios. Desde su posición externa no hostil, como amigas y aliadas. Seguiremos intentándolo.

*Reportaje original publicado en el número de febrero de 2021 de Donne Chiesa Mondo. Traducción de Vida Nueva

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