El papa Francisco no ha faltado una semana más a su cita con los fieles congregados en la plaza de San pedro para rezar el ángelus. El pontífice ha presidido la oración mariana desde la ventana del despacho en el Palacio Apostólico Vaticano. Así, el Papa se ha sumado a la condena de los obispos de Nigeria tras el secuestro masivo de más de 300 niñas en una escuela del noroeste del país.
Con motivo de la Jornada Mundial de las Enfermedades Raras, Bergoglio ha destacado las redes de solidaridad que se crean entre las familias para no sentirse solas y compartir consejos. El Papa ha mostrado su cercanía a las familias y, sobre todo, a los niños necesitados de ternura ante esta la incertidumbre de estas enfermedades. A todos los fieles ha recomendado ayunar en esta cuaresma de las habladurías y las maledicencias sobre los otros, “un ayuno que no os dará hambre”, bromeó. También invitó a leer cada día un fragmento del evangelio.
Un anticipo de la resurrección
Comentando el evangelio del día, el relato de transfiguración de Jesús de Marcos (cf. 9, 2-10). Tras el anuncio de su pasión, para los discípulos “la imagen de un Mesías fuerte y triunfante fue puesta en crisis, sus sueños se rompieron y la angustia les asaltó al pensar que el Maestro en el que habían creído sería asesinado como el peor de los malhechores”.
Con el simbolismo bíblico que tiene la montaña, Jesús con su transfiguración “ofrece a esos hombres asustados la luz para atravesar las tinieblas: la muerte no será el fin de todo, pues se abrirá a la gloria de la Resurrección”, señaló el Papa. “Es bueno estar con el Señor en la montaña, para experimentar este ‘anticipo’ de la luz en el corazón de la Cuaresma. Es una invitación a recordarnos, especialmente cuando pasamos por una prueba difícil, que el Señor ha resucitado y no permite que las tinieblas tengan la última palabra”, añadió.
Frente a la pereza espiritual
Y es que, recordó Francisco, “a veces ocurre que pasamos por momentos de oscuridad en nuestra vida personal, familiar o social, y tememos que no haya salida. Nos sentimos asustados ante grandes enigmas como la enfermedad, el dolor inocente o el misterio de la muerte”. Además, destacó, “en el mismo camino de la fe, a menudo tropezamos cuando nos encontramos con el escándalo de la cruz y las exigencias del Evangelio, que nos pide gastar nuestra vida en el servicio y perderla en el amor, en lugar de conservarla y defenderla”.
Ante estas situaciones, recomendó el pontífice, “necesitamos otra mirada, una luz que ilumine en profundidad el misterio de la vida y nos ayude a ir más allá de nuestros esquemas y de los criterios de este mundo”. “También nosotros estamos llamados a subir a la montaña, a contemplar la belleza del Resucitado que enciende destellos de luz en cada fragmento de nuestra vida y nos ayuda a interpretar la historia a partir de su victoria pascual”, propuso.
Frente a la “pereza espiritual”, Bergoglio añadió que “Jesús mismo nos devuelve al valle, entre nuestros hermanos y en nuestra vida cotidiana”. “Debemos estar atentos a la pereza espiritual: estamos bien, con nuestras oraciones y liturgias, y esto nos basta. ¡No! Subir a la montaña no es olvidar la realidad; rezar nunca es evadir los trabajos de la vida; la luz de la fe no es para una bonita emoción espiritual”, advirtió.
“Estamos llamados a vivir el encuentro con Cristo para que, iluminados por su luz, podamos llevarla y hacerla brillar en todas partes. Encender pequeñas luces en el corazón de las personas; ser pequeñas lámparas del Evangelio que lleven un poco de amor y esperanza: ésta es la misión del cristiano”, concluyó el pontífice.