Nagham Hawzat Hasam dedica su vida a tratar a las esclavas de los milicianos del autodenominado Estado Islámico
Para las mujeres que sobrevivieron al ISIS, sus palabras son la primera voz cálida y familiar que las acoge después de meses de esclavitud sexual. Una voz que significa el primer paso hacia la luz. Nagham Hawzat Hasam es una ginecóloga de 42 años que pertenece a la minoría yazidí, un grupo étnico de lengua kurda con orígenes ancestrales que vive principalmente en el norte de Irak, zona que fue invadida por los milicianos del Daesh en el verano de 2014.
La conquista de Mosul fue el comienzo del exterminio de los yazidíes, considerados por estos terroristas como “adoradores del diablo” por sus creencias de origen zoroástrico en un Dios que perdona a un ángel rebelde. Los militantes del ISIS amenazaron de muerte a los yazidíes que no quisieran convertirse a su concepción de la religión musulmana. Asesinaron a sangre fría a 3.000 personas y secuestraron a 7.000 mujeres como botín de guerra. Medio millón de yazidíes huyeron de sus hogares.
Nagham vivía en Bashaaqa, cerca de Mosul: “Cuando el ISIS llegó para exterminarnos, yo estaba en el hospital trabajando. Mi familia vino a advertirme de que teníamos que escapar de inmediato”. Junto a miles de yazidíes, caminó durante días hasta llegar a Dohuk. Ese periplo cambió su vida para siempre.
“En los primeros días fui a visitar a las familias en el campo de refugiados para saber si necesitaban atención médica. Muchos tenían que acudir a un hospital. Recuerdo la primera vez que el dolor me paralizó. A los veinte días supe que dos jóvenes habían logrado escapar de los milicianos y llegar hasta el campo. Estaban traumatizadas y no confiaban en nadie. Confiaron en mí porque soy mujer, soy médico y soy yazidi”, explica Nagham, que desde entonces ha escuchado a más de 1.200 supervivientes narrar atrocidades impensables.
Siempre usa la misma palabra para definir el estado psicológico de las mujeres que escucha: destruidas. Destruidas como una ciudad bombardeada, como una casa después del terremoto. Son mujeres que en las manos despiadadas de sus carceleros tuvieron que vivir lo que para muchas es casi imposible de contar. Así fue el horror físico y emocional que padecieron y padecen, pues vieron con sus propios ojos cómo asesinaban a sus hijos, a sus nietos o a sus maridos. Han sido usadas como esclavas sexuales pasando de mano en mano.
“Una de ellas se me acercó y me preguntó: ¿sigo siendo un ser humano?”, recuerda conmovida Nagham quien desde entonces nunca ha abandonado su nueva misión. En el camino ha sido testigo de “renacimientos” como el de Nadia Murad, la joven yazidí que ganó el Premio Nobel de la Paz en 2018, la primera en tener el valor de contar públicamente la violación sufrida a manos de los milicianos del Estado Islámico.
“Nadia llegó al campo de Dohuk después de escapar de su cautiverio en Mosul. Los terroristas del ISIS la torturaron, la quemaron con colillas de cigarrillos y la violaron”, recuerda Nagham. Mostrando una fuerza revolucionaria, Nadia logró superar el trauma gracias a un programa que permite a las supervivientes yazidíes tratarse en Alemania e intentar reconstruir sus vidas. “En Stuttgart se convirtió en la activista por los derechos humanos que es ahora famosa en todo el mundo”, señala Nagham quien fundó la ONG Hope Makers for Women y ha colaborado durante mucho tiempo con ACNUR, la agencia de la ONU para los refugiados.
Aunque no está especializada en psicología, la doctora Hasam parece haber identificado el camino para llegar a las almas destrozadas de las víctimas del ISIS. “No puedo decir que tenga una terapia. Me dirijo a ellas como si fueran parte de mi familia. Les digo “mi hermana”, con ternura, porque realmente pertenecen a mi historia. Transmitir amabilidad, la sensación de que siempre han sido parte de mi vida. E insisto en lo valientes que han sido: “Has estado en el peor lugar del mundo y tuviste el valor de escapar. Ahora estás viva y escuchar tu voz es fundamental”.
El trauma es tan profundo que a veces necesitan meses para empezar a hablar. Nagham en su extensa experiencia ha identificado las tres fases psicológicas por las que pasan estas supervivientes.
Hay un cuaderno donde Nagham anota las historias que más le impactan. Tiene más de doscientas y quizá las publique. Para esta ginecóloga escribir es una terapia: “A veces me siento destrozada, como ellas. Voy a casa, a mi habitación y me acuesto en la cama y paso allí días enteros. A veces lloro. Lloro por ellas y por mí. Cuando he terminado de repasar mentalmente sus historias, como si fuera una película de terror, me siento lista para escribir”.
Su madre la ayuda a aliviar su dolor repitiendo: “Me dice que soy valiente. Que estoy haciendo un trabajo útil y que estas supervivientes me dan la fuerza para seguir adelante”. Ella no se tiene por una mujer excepcional, aunque sin duda lo sea.
No oculta su fragilidad. Repite lo mucho que extraña la vida en Bashaaqa antes de la invasión del ISIS, cuando vivía en una bonita casa y salía de compras con sus amigas sin preocupaciones, o pasar su tiempo libre leyendo una novela o viendo una película.
“Nuestra vida ha sido aniquilada. Tengo la suerte de tener una casa de ladrillos, pero muchos viven en tiendas de campaña. La Comunidad Internacional no debe olvidarnos. No puedo ocultar mi rabia, cuando veo que el ISIS ha dejado a dos mil niños huérfanos. Todavía no entiendo la maldad que hemos sufrido nosotros, que siempre respetamos a quienes tienen una fe diferente. Por la noche le rezo a nuestro dios, un dios bondadoso que ayuda a las personas en momentos difíciles como yo, como a las mujeres que me hablan de una violencia inhumana. Y rezo para que la bondad pueda volver a reinar en nuestras vidas”.
*Reportaje original publicado en el número de febrero de 2021 de Donne Chiesa Mondo. Traducción de Vida Nueva