¿A quién debe servir la Curia romana, al Papa o a las Iglesias locales? ¿Cómo puede convertirse en un instrumento para facilitar la sinodalidad y no ser un poder en la sombra? ¿Resultan imprescindibles los dicasterios vaticanos para que el obispo de Roma ejerza su primado? La nueva constitución apostólica, cuyo título provisional es Praedicate Evangelium y que está llamada a sustituir a la Pastor Bonus de san Juan Pablo II, en vigor desde 1988, trata de responder a estas y a otras preguntas.
En este nuevo texto llevan trabajando desde poco después del inicio del pontificado de Jorge Mario Bergoglio los miembros del Consejo de Cardenales, el grupo de purpurados que asesoran a Francisco en la reforma y el gobierno de la Iglesia.
Elaborar la constitución apostólica no está siendo un proceso fácil, como demuestran los continuos retrasos en las fechas inicialmente previstas para su aprobación. Aunque el purpurado Marcello Semeraro, hasta el pasado octubre secretario del Consejo de Cardenales, apuntó en diciembre que el Papa podría firmar el texto antes de Semana Santa, en el Vaticano se descarta ahora esa fecha.
Hasta hace unas semanas se creía que Praedicate Evangelium iba a promulgarse antes del próximo verano, pero la pandemia podría impedir estos planes. El contagio del cardenal Óscar Andrés Rodríguez Maradiaga, arzobispo de Tegucigalpa (Honduras), que estuvo hospitalizado entre el 3 y el 18 de febrero, obligó a cancelar la reunión que tenían previsto desarrollar ese mes los miembros del Consejo de Cardenales.
Como todas las citas anteriores desde que se desató la pandemia, esta también iba a tener lugar a través de videoconferencia. Todavía no hay fecha para el próximo encuentro, aunque será difícil que se celebre antes de que se reponga plenamente de la enfermedad Maradiaga, que ejerce de coordinador del grupo.
El Consejo de Cardenales está formado por 7 miembros después de que, el pasado octubre, se sumara un nuevo purpurado: Fridolin Ambongo Besungu, arzobispo de Kinshasa. Se mantienen Pietro Parolin, secretario de Estado; Seán Patrick O’Malley, arzobispo de Boston; Oswald Gracias, arzobispo de Bombay; Reinhard Marx, arzobispo de Múnich; y Giuseppe Bertello, presidente del Governatorato del Estado de la Ciudad del Vaticano.
Más allá de los últimos impedimentos motivados por la pandemia, el principal motivo del actual retraso en la aprobación de Praedicate Evangelium viene por la disparidad de criterios a la hora de concebir cómo debe ser el trabajo de la Curia romana, según ha podido saber Vida Nueva. ¿Debe ponerse negro sobre blanco que existe para servir a todos los obispos de la Iglesia y no solo al Papa?
En el Consejo de Cardenales se cree que sí, pero en Roma hay quien ve la situación de otra manera. “La Curia está al servicio de la Iglesia universal precisamente porque está al servicio del Papa. Desde el punto de vista práctico, no sería realizable que los dicasterios tuvieran que responder a los más de 5.000 obispos”, se justifica un alto funcionario de la Santa Sede. “La Curia es –añade– una estructura que deriva del ejercicio del primado del obispo de Roma y responde a una exigencia práctica”.
Será, obviamente, Francisco quien tenga la última palabra sobre un texto nacido tras un largo proceso de consulta, que implicó a los episcopados y en el que los dicasterios vaticanos han podido limar los aspectos con los que no estaban conformes. Una vez que el borrador final cuente con el visto bueno tanto del Consejo de Cardenales como de las Iglesias locales y de los ‘ministerios’ de la Santa Sede, Bergoglio tiene previsto realizar una revisión detallada de cada uno de los artículos del documento con la ayuda del obispo Marco Mellino, secretario del grupo de purpurados que asesoran al Pontífice.
Mellino fue la mano derecha de Semeraro hasta que, el pasado octubre, ocupó su lugar al dejar este el Consejo de Cardenales tras ser nombrado prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos. Doctor en Derecho Canónico y con amplia experiencia en ese campo, Mellino trabajó durante más de una década en la Secretaría de Estado de la Santa Sede, lo que le convierte en la persona adecuada para realizar esa última revisión del texto junto a Bergoglio.
“La razón de ser de la Curia romana es ayudar al Papa a ejercer su ministerio”, sostiene Eduardo Baura, profesor de Derecho Canónico en la Pontificia Universidad de la Santa Cruz, que no cree que se deba plantear “en términos dialécticos” la cuestión de si los dicasterios vaticanos deben estar principalmente al servicio del Pontífice o de las Iglesias locales.
“La Curia romana nace para ayudar al Papa en el ejercicio de su ministerio. El objetivo principal es cumplir esta misión con lealtad y eficacia. Lealtad comporta que la Curia debe ser consciente de su razón de ser. No ha sido creada para ejercer una misión autónomamente, no es una instancia entre el Papa y los demás obispos, sino que se trata de una organización al servicio del ministerio petrino”, explica este canonista, advirtiendo que la Curia debe realizar su labor con “sinceridad y competencia profesional”, no limitándose por tanto a “ejecutar ciegamente” lo que ordena el Pontífice.
“Ahora bien, el ministerio del Papa es un servicio a la Iglesia universal y, por tanto, a las Iglesias locales. En otros términos, la Curia romana sirve a las Iglesias particulares poniéndose al servicio directo” del obispo de Roma, señala Baura, para el que no hay que olvidar que “los dicasterios son siempre instancias dependientes del Papa”, no de los pastores de cada diócesis.
También desde el punto de vista histórico y teológico es indudable que la propia existencia de la Curia está ligada el ejercicio del primado. “Es un instrumento de gobierno utilizado por el Papa para cumplir su misión de pastor universal”, comenta por su parte el misionero comboniano Fidel González, catedrático emérito de Historia de la Iglesia en las universidades pontificias Urbaniana y Gregoriana y consultor de varios dicasterios vaticanos.
“Según la fe de la Iglesia católica, el dogma del primado del Papa consiste en la suprema autoridad y poder del obispo de Roma sobre las diversas Iglesias que componen la Iglesia católica”, explica González, que presenta a la Curia como un conjunto de organismos administrativos “al servicio del Papa en el gobierno de la comunidad eclesial católica”.
Armando Matteo, profesor de Teología en la Pontifica Universidad Urbaniana, encuentra una raíz teológica en la Curia romana con la tarea de guía que Cristo encomendó a san Pedro y a sus sucesores. “Jesús deseó que su Evangelio fuera llevado a los confines del mundo, pero no por discípulos que operan de manera separada. Al contrario, dio vida a una comunidad de discípulos que prevé un ministerio específico de guía y de coordinación”, dice Matteo, que ve en esas personas encargadas de ayudar a Pedro el embrión de la Curia romana.
Su función a lo largo de la historia ha sido siempre ser un “instrumento administrativo” con el que contaban los pontífices para poder desarrollar el ministerio petrino, explica González. Desde los comienzos de la vida eclesial, los papas fueron “consultados o intervinieron en diversos asuntos” de las Iglesias locales, que apelaban al obispo de Roma en cuestiones “particularmente difíciles en busca de apoyo o de aclaraciones, sobre todo en materias de fe”.
Estas intervenciones, que poco a poco fueron haciéndose “más requeridas y frecuentes”, subraya el catedrático emérito de Historia de la Iglesia, propiciaron el surgimiento de organismos en los que los papas se apoyaban para administrar la relación con las distintas comunidades eclesiales esparcidas por el mundo.
Al principio se trató de comisiones formadas por cardenales, que nacían para responder a necesidades concretas y luego desaparecían o quedaban como organismos vacíos cuando pasaban los problemas que las habían suscitado. La primera de aquellas comisiones que fue instituida de manera estable fue la Sagrada Congregación de la Inquisición, instituida por Pablo III en 1542 y antecesora de la actual Congregación para la Doctrina de la Fe.
Este ministerio ha sido considerado históricamente como el más importante de la Curia, un estatus que podría perder con la nueva constitución apostólica, cuyos últimos borradores colocan como primer dicasterio de la Santa Sede al de la Evangelización. Este organismo aglutinaría a dos instituciones separadas ahora: la Congregación para la Evangelización de los Pueblos, más conocida como Propaganda Fide y encargada de las tierras de misión, y el Consejo Pontificio para la Promoción de la Nueva Evangelización, creado en 2010 por Benedicto XVI para responder a la descristianización de los países occidentales.