Estamos volando con Alitalia rumbo a Bagdad. Somos setenta periodistas de todo el mundo entre los que nos encontramos seis españoles, tres varones y tres mujeres para respetar la igualdad de género.
Francisco ha venido, como es habitual, a saludarnos uno por uno pero esta vez –¡la pandemia obliga!– el encuentro ha sido más breve, lo que no quiere decir que haya sido menos cordial. Ha estado cercano, paciente y nos ha transmitido tranquilidad y confianza en Dios que nos protege en todas las circunstancias de la vida.
Todos somos esta vez conscientes de que participamos en un viaje mucho más arriesgado e incluso peligroso que todos los precedentes. Vamos a llegar a un país que se caracteriza por la inestabilidad y en el que, incluso muy recientemente, se han producido ataques y violencias. Sabemos, desde luego, que las autoridades iraquíes han tomado todas las precauciones a su alcance y que han recibido informaciones muy precisas de algunos de los servicios de inteligencia de los países limítrofes.
En cuando lleguemos a Bagdad nos espera una agenda sobrecargada: Jorge Mario Bergoglio va a visitar en tres días seis ciudades, al norte, sur este y oeste del país. Va entrevistarse con sus máximas autoridades. Entre ellas se encuentra el Gran Ayatollah Ali Al Sistani, líder indiscutido de la comunidad chiita –mayoritaria en Irak– y cuya influencia desborda las fronteras nacionales.
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