Vaticano

¿Qué legado deja Bergoglio a un Irak martirizado?

En su última misa en Oriente Medio, Francisco pudo retornar a su contacto con  las multitudes a quienes pidió que “trabajen juntos en unidad por un futuro de paz y prosperidad que no discrimine ni deje atrás a nadie”





Como final  de su visita a Irak se había previsto una ceremonia en la que pudieran participar el mayor número de personas. El marco escogido fue el Estadio Franso Hariri -nombre de un  gobernador del Kurdistán asesinado-, conocido popularmente como estadio de la ciudad de Erbil. Es el segundo mayor del país y en sus gradas caben 28.000 personas.



No eran tantas el domingo por la tarde, porque había que respetar ciertas normas para contrarrestar la expansión de la pandemia. Aun así, eran varios miles los que han aplaudido con entusiasmo al Papa cuando este ha hecho su entrada a bordo de un papamóvil, la primera y única vez que pudo utilizarlo para garantizar su seguridad. Ningún equipo de futbol hubiera provocado mayor explosión de entusiasmo por parte de sus hinchas.

Presagio de tiempos mejores

Ni que decir tiene que para Francisco este retorno de su contacto con  las multitudes le llenaba de satisfacción porque sabía además que esas gentes que le aclamaban lo hacían llenos de esperanza en que su presencia en el país era un presagio de tiempos mejores que en Irak son muy necesarios.

La Eucaristía trascurrió sin mayores novedades pero al finalizar el Santo Padre quiso manifestar su agradecimiento por la visita que ha realizado y la acogida que le han dispensado tanto las autoridades civiles y políticas así como, sin distinción, los líderes de todas las religiones y confesiones que existen en Irak.

Esperanza y consuelo

“En estos días – dijo- vividos con ustedes he escuchado voces de dolor y de angustia, pero también voces de esperanza y consuelo”. Y añadió: “Ahora se acerca el momento de regresar a Roma pero Irak permanecerá siempre conmigo en mi corazón. Les pido a todos ustedes que trabajen juntos en unidad por un futuro de paz y prosperidad que no discrimine ni deje atrás a nadie”.

Me atrevo a sospechar que estas frases quieren ser el legado que Bergoglio quiere dejar después de una intensa visita de tres días a un país tan martirizado por décadas de guerras y violencias y con agudas tentaciones de sectarismos y fundamentalismos. Ojalá que estos deseos papales se cumplan, porque también los que le hemos acompañado, hemos aprendido a amar a esa nación milenaria que ha sido cuna de civilizaciones y de las tres religiones monoteístas gracias al Patriarca Abrahán nacido en estas tierras regadas por el Tigris y el Éufrates.

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