Démosle la palabra. Dejemos hablar al protagonista, al que mejor que nadie puede explicarnos qué ha significado para él el que muchos han considerado “el más importante”, “el más difícil y peligroso”, “histórico”… “El viaje del pontificado”.
Estábamos sobrevolando Turquía, a 12.500 metros de altura, en el vuelo de retorno a Roma, cuando Francisco mantuvo con los periodistas que le acompañamos en su visita a Irak (del 5 al 8 de marzo) su habitual encuentro. Como siempre, estaba flanqueado por el director de la Sala de Prensa, Matteo Bruni, y, por primera vez, a su derecha estaba Dieudonné Datonou, monseñor nacido en Benín que es el nuevo responsable de la organización de los viajes pontificios.
Bergoglio nos hizo esta confesión personal: “Octavo año del pontificado. No sé si los viajes disminuirán o no, solo os confieso que en este me he cansado mucho más que en los anteriores. Los 84 años no pasan en balde. Es una consecuencia…, pero veremos. Ahora, en septiembre, tendré que ir a Hungría, a la misa final del Congreso Eucarístico Internacional. No es una visita al país, sino a la misa. Pero Budapest está a dos horas de coche de Bratislava… ¿Por qué no hacer una visita a los eslovacos? No lo sé. Así comienzan las cosas”.
Agotado (como todos nosotros, desde luego), pero se le veía muy feliz por haber podido reanudar, después de 15 meses, sus salidas de Italia. “Después de estos meses de prisión, porque yo me sentía un poco prisionero –aseguró–, esto para mí es volver a vivir. Revivir porque es tocar a la Iglesia, tocar al santo pueblo de Dios, tocar a todos los pueblos”.
En las preguntas de los colegas se aludió a otras posibles y futuras visitas de Francisco a diversos países: Siria, Líbano, su natal Argentina, España. Y el papa explicó cómo nacen sus viajes: “Para tomar una decisión, yo escucho. Escucho lo que me dicen los consejeros y también la gente. A veces, viene alguno y le digo: ¿qué piensas, debo andar a ese sitio? Me hace bien escuchar, esto me ayuda a tomar más adelante las decisiones. Escucho a los consejeros y, al final, rezo, rezo, reflexiono mucho. Sobre algunos viajes ha reflexionado mucho. Y, después, la decisión viene de dentro: ¡hagámoslo! Casi espontánea, como un fruto maduro. Es un largo recorrido. Unos son más fáciles; otros, más difíciles”.
El enviado del Washington Post le preguntó si le había preocupado que quienes vinieran a verle durante su estancia en Irak pudieran enfermarse e incluso morir a causa del coronavirus, contagiado en alguno de los actos de este viaje. “Como ya he dicho –explicó–, los viajes se cocinan con tiempo en mi conciencia y esta era una de las cosas que me provocaban fuertemente, que me oprimían. Lo he pensado mucho, he rezado tanto sobre esto y, al final, he tomado la decisión, libremente, pues venía de dentro. Y me he dicho: el que me hace tomar la decisión, que se ocupe de la gente. Así he tomado la decisión, pero después de rezar y tras ser consciente de los riesgos. Después de todo eso”.
Los más de 3.000 kilómetros que separan Roma de Bagdad los recorrió el Airbus 330 de Alitalia en cuatro horas y media. Tiempo suficiente para que Francisco viniese a saludarnos uno a uno a todos los periodistas que viajamos con él (75 procedentes de 16 países; entre ellos, seis españoles). Debido a las normas de cautela sanitaria, el encuentro fue algo más sobrio que los que se dieron en anteriores circunstancias, pero resultó incluso más cordial.
El Papa me confirmó que sigue siendo un asiduo lector de nuestra revista y, resaltando que le interesa mucho su lectura, reconoció que el tratamiento de algunos temas, a veces, puede parecerle mejorable. Le prometí que continuaríamos con nuestro esfuerzo de hacer una buena información. “Estoy seguro de ello y os lo agradezco”, me dijo.
Vista desde el cielo, Bagdad ofrece una visión impresionante. La “ciudad de las mil y una noches” acoge hoy a casi siete millones de habitantes y se extiende en un área inmensa flanqueada por el Tigris y el Éufrates; hoy, después de décadas de guerra, ofrece al visitante la impresión de sentirse todavía amenazada y son numerosos los sistemas de protección y control en diversos puntos de su territorio. Es obligado resaltar que la visita del Papa la “militarizó” aún más, sin que sus habitantes dieran muestras de especial impaciencia por ello.
El Papa fue acogido en el aeropuerto de Bagdad por quien es el primer ministro desde mayo de 2020, Mustafá al-Kadhimi, personalidad muy ligada al mundo de la información y ex director de los servicios secretos. Después de un breve saludo y presentación de las respectivas delegaciones (la vaticana la componían los cardenales Parolin, Ayuso, Sandri y Filoni, además de Gallagher, ministro de Exteriores, y Peña, sustituto de la Secretaría de Estado), emprendieron separadamente la ruta hacia el palacio presidencial .
Ya en los 20 kilómetros que separan el aeropuerto de la llamada “zona verde”, donde se encuentra la residencia del mandatario, pudimos ver a algunos grupos de personas que saludaban al Papa con banderas nacionales y vaticanas. La ruta estaba engalanada con gallardetes y había numerosas pancartas dirigidas al ilustre visitante, “mensajero de la paz”.
El palacio presidencial, construido por el rey Faisal en los años 50, sirvió sucesivamente como residencia del dictador Saddam Hussein y, después de su caída, como embajada de los Estados Unidos, que la devolvieron a las autoridades iraquíes en 2009. Al llegar al imponente y lujoso edificio, Francisco fue saludado por el presidente de la República, Barham Salih, un kurdo de impecable trayectoria democrática y que en 2018 fue elegido con una mayoría aplastante.
Ambos ya se conocían porque el primer mandatario fue recibido por el Papa en el Vaticano el 25 de enero de 2020. En esa audiencia quedó confirmada la voluntad de Bergoglio de visitar Irak, pero la aparición de la pandemia frenó la realización de sus deseos.
El primero en tomar la palabra fue el presidente y el suyo fue el discurso de un sabio: “A pesar de las tempestades de violencia, tiranía y totalitarismo que han llevado a la ruina a nuestro país en distintas fases de nuestra historia, los iraquíes están orgullosos de haber vivido durante muchos siglos en ciudades ricas y con gran variedad de orígenes, donde residen juntos musulmanes, cristianos, judíos, sabeos y yazidíes, hermanos los uno de los otros. (…) Desde que el imán Ali gobernaba Irak, recordamos un elocuente dicho suyo lleno de humanidad: ‘Las personas son de dos tipos: o un hermano en religión o un igual a ti en la creación’”.
Después, abordó el tema de la presencia cristiana en su país: “Los cristianos de Irak, de Oriente, pueblo de esta tierra y su sal, han vivido codo con codo con sus hermanos de todas las confesiones para afrontar los verdaderos desafíos y su contribución histórica de civilización y de lucha ha sido muy influyente y arraigada. (…) Los cristianos de Oriente, en los últimos períodos, han sufrido diversas crisis que han reducido su presencia y les han impulsado a emigrar. Indudablemente, su continua migración tendrá consecuencias desastrosas para los valores de pluralismo y la tolerancia, así como también para la capacidad de coexistencia de los pueblos de la misma región. Oriente no puede imaginarse sin los cristianos”.
En su discurso, el Pontífice puso en evidencia la identificación de sus puntos de vista con los del presidente Salih: “En las última décadas, Irak ha sufrido los desastres de las guerras, el flagelo del terrorismo y conflictos sectarios basados a menudo en un fundamentalismo que no puede aceptar la pacífica convivencia de varios grupos étnicos y religiosos, de ideas y culturas diferentes. Todo esto ha traído muerte, destrucción, ruinas todavía visibles y no solo a nivel material: los daños son aún más profundos si se piensa en la heridas del corazón de muchas personas y comunidades que necesitarán años para sanar. Y aquí, entre tantos que han sufrido, no puedo dejar de recordar a los yazidíes, víctimas de una barbarie insensata e inhumana, perseguidos y asesinados a causa de sus creencias religiosas y cuya propia identidad y supervivencia han sido puestas en peligro”.
En otro momento de su alocución, Bergoglio se dirigió a los políticos, embajadores y diplomáticos presentes: “Ustedes están llamados a promover el espíritu de solidaridad fraterna. Es necesario combatir la plaga de la corrupción, los abusos de poder y la ilegalidad, pero no es suficiente. Se necesita al mismo tiempo edificar la justicia, que crezca la honestidad y la transparencia, y que se refuercen las instituciones competentes. De ese modo, puede crecer la estabilidad y desarrollarse una política sana, capaz de ofrecer a todos, especialmente a los jóvenes (tan numerosos en este país) la esperanza de un futuro mejor”.
“La religión, por su naturaleza –recalcó al final de su discurso–, debe estar al servicio de la paz y la fraternidad. El nombre de Dios no puede ser usado para justificar actos de homicidio, exilio, terrorismo y opresión. Al contrario, Dios ha creado a los seres humanos iguales en dignidad y en derechos. Nos llama a difundir amor, bondad y concordia. También en Irak, la Iglesia católica desea ser amiga de todos y, a través del diálogo, colaborar de manera constructiva con las otras religiones por la causa de la paz. La antiquísima presencia de los cristianos en esta tierra y su contribución a la vida del país constituyen una rica herencia que quiere poder seguir al servicio de todos. Su participación en la vida pública, como ciudadanos que gozan plenamente de derechos, libertad y responsabilidad, testimoniará que un sano pluralismo religioso, étnico y cultural puede contribuir a la prosperidad y armonía del país”.
Desde que se hizo público el programa del viaje, uno de los acontecimientos que más llamó la atención y suscitó mayor interés fue el encuentro con el gran ayatolá Ali al Sistani, de 90 años de edad, encarnación de la ancestral sabiduría musulmana, tan lejana de las soflamas de algunos de sus vociferantes proclamadores. El gran ayatolá, que nació en Irán, se trasladó cuando tenía 20 años al vecino Irak para profundizar en su formación coránica. Desde entonces, se instaló en la ciudad de Nayaf, un núcleo urbano situado a 160 kilómetros de Bagdad y a 30 de la antigua Babilonia.
En ella está enterrado el imán Alí, primo y yerno del profeta Mahoma, y el primer hombre convertido al islam. Desde hace siglos, Nayaf es uno de los lugares más frecuentes de peregrinación para los musulmanes, solo superado por la Meca y la ciudad de Medina. Algunos peregrinan hasta ellas mientras viven y, otros, después de muertos, porque quieren ser sepultados en el anejo cementerio Wadid al-Salam, garantizándose así, según la tradición popular, la entrada segura en el paraíso.
El venerable anciano vive con su familia en una modesta casa en las cercanías de la grandiosa mezquita del imán Ali. El Papa llegó desde Bagdad a primeras horas de la mañana del día 6 y tuvo que callejear para acceder a la residencia del gran ayatolá. Le acompañaba el cardenal Miguel Ángel Ayuso, urdidor de este histórico encuentro; les recibió el hijo del religioso, Mohammed Riad, y, al entrar en la habitación donde les esperaba el gran ayatolá, este se levantó de su sillón, gesto que no realiza con ninguno de sus invitados.
Una cordial y larga conversación –45 minutos, aproximadamente–, en el curso de la cual, según el portavoz vaticano, “el Santo Padre ha resaltado la importancia de la colaboración y de la amistad entre las comunidades religiosas para que, cultivando el respeto recíproco y el diálogo, se contribuya al bien de Irak, de la región y de toda la humanidad”. También, siempre según la citada nota, el Papa agradeció a su anfitrión que “haya levantado su voz en defensa de los más débiles y perseguidos, afirmando la sacralidad de la vida humana y la importancia de la unidad del pueblo iraquí”.
Por su parte, el gran ayatolá también difundió un comunicado algo más amplio que el vaticano, reafirmando “su interés por los ciudadanos cristianos que viven como todos los iraquíes en seguridad, paz y en el pleno respeto de sus derechos constitucionales, y señaló parte del papel que desempeñó la autoridad religiosa para protegerlos a ellos y a todos aquellos que habían sido agraviados y heridos en los incidentes de años pasados, especialmente en el período durante el cual los terroristas tomaron vastas áreas en varias provincias iraquíes y practicaron allí actos criminales”.
Evocando en el avión este encuentro, Francisco nos comentó lo siguiente: “En esta peregrinación de fe y penitencia, he sentido el deber de ir a visitar a un grande, un sabio, un hombre de Dios… Es una persona que tiene la sabiduría y también la prudencia. Me dijo: ‘Hace diez años que no recibo en esta casa a nadie que venga con otros objetivos políticos o culturales, solo los religiosos. Ha sido muy respetuoso, muy respetuoso durante el encuentro, y me he sentido muy honrado; él nunca se levanta, y lo ha hecho dos veces para saludarme. Es un hombre humilde y sabio. Me ha hecho mucho bien este encuentro. Es una luz. Y estos sabios están en todas las partes porque la sabiduría de Dios ha sido derramada en todo el mundo”.
La jornada nos reservaba todavía otra gran emoción: la llegada a Ur de Caldea, la que fue capital del Imperio sumerio, que, durante siglos, dominó toda la Mesopotamia. Hoy se hace llamar Tell al-Muqayyar, es decir, “colina de la paz”. De su antiguo esplendor quedan muy pocos restos, entre los que destacan el imponente zigurat en ladrillo y erigido en honor del dios de la luna, y una improbable casa de Abraham. Fue él quien (Éxodo 12,1 ) oyó la voz de Dios, que le ordenó: “Vete de tu tierra y de tu patria a la tierra que yo te mostraré”; el país de Canaán, la tierra prometida.
En una colina se había alzado un podio y, delante de él, una explanada para acoger a no más de dos centenares de invitados, representantes de las diversas religiones que existen en Irak, con una evidente mayoría de musulmanes, una variada delegación de las confesiones cristianas, un solo exponente de la menguadísima comunidad judía y diversos líderes de otras religiones, como el zoroastrismo o la bahaí.
El Papa había aterrizado previamente en el aeropuerto de Nasiriya y llegó en torno a las once, cuando ya dominaba en el cielo un sol imponente. La sencilla ceremonia interreligiosa se inició con un canto, primero del libro del Génesis, y, en segundo lugar, del Corán. Siguieron dos testimonios juveniles, de un cristiano y de un musulmán, originarios de la ciudad de Basora, que afirmaron que era posible vivir y trabajar juntos, e incluso ser amigos a pesar de las diferencias religiosas (ver páginas 16-17).
La tercera en intervenir fue una mujer, Rafah Hussein Bahker, miembro de la religión sabea-mandea, quien afirmó que “el terrorismo violó nuestra dignidad sin ningún respeto. Muchos países clasificaron sin conciencia alguna nuestros pasaportes sin valor, contemplando nuestras heridas con indiferencia”.