La periodista Pepa Bueno, directora del informativo ‘Hora 25’ de la Cadena SER, se estrena como escritora con ‘Vidas arrebatadas’ (Editorial Planeta), una historia sobre dos víctimas de ETA, José Mari y Víctor Pino Fernández. Dos hermanos que, el 11 de diciembre de 1987 vivían en la casa cuartel de la Guardia Civil de Zaragoza, cuando ETA voló el edificio en pedazos. Solo una pared quedó en pie. En ella se apoyaban las camas de dos niños, José Mari, de 13 años, y Víctor, de 11. Tras la explosión, despertaron para encontrarse sobre un abismo de escombros. Aún no sabían que su madre, su padre y su hermana de siete años acababan de morir.
PREGUNTA.- ¡Qué complicado es entrevistar a una entrevistadora…!
RESPUESTA.- Y para una entrevistadora ser la que responde (risas). Pero venga, dispara.
P.- ¿Por qué ETA?
R.- La historia me eligió a mí. Me ofrecieron contarla, quise conocerlos y, cuando lo hice, tuve claro que merecía la pena ser contada. Por ellos, y por nuestra propia historia. Yo quería contar la historia de José Mari y Víctor, sin adjetivos, sin adornos ni aditamentos. Porque su voz era lo importante, y de fondo el terrorismo etarra, y España en aquellos años. Yo solo he puesto en tinta el relato de dos niños que se quedaron sin padre, sin madre y sin hermana y luego les falló todo el entorno… y han construido su vida como han podido.
P.- Internados en un orfanato, pasan estrés postraumático, fantasean con la venganza e incluso regresan al oficio de su padre: la Guardia Civil. Aquellos niños, ¿todavía siguen luchando contra los fantasmas?
R.- Esta no es una historia con final feliz aunque se haya contado en un libro. Ellos siguen batallando con sus fantasmas y con qué hacer con sus vidas con poco menos de 40 años. Y uno ha tenido que jubilarse por el estrés postraumático pues no podía ejercer su trabajo. La onda expansiva de los 150 kilos de amonal llega hasta el presente. Visto con los ojos de hoy, nos parece increíble que nadie les impidiera ejercer de Guardia Civil, con el estrés que tenían. Son muy valientes y están construyendo su vida, todavía, sin la pegatina de víctimas. (…)
P.- Como narradora, ¿has desarrollado una especie de fusión con su dolor?
R.- Hay un término desprestigiado que me parece precioso: he sentido mucha compasión. “Pasión con” ellos por su dolor. La compasión es profundamente humana. Cuando terminé el libro, sentí la necesidad de pedirles perdón… Yo no señalo culpables y, menos, en un asunto tan colectivo como este, pero todos tendríamos que sentir la necesidad de pedirles perdón, porque les fallamos cuando más teníamos que haberles ayudado.