En busca de los san José de nuestro tiempo, encontramos un bonito ejemplo en la relación paterno-filial que une a G. Tadeo Falagan y a Aurelio Carrasquilla, vicario de la Pastoral Caritativa y Social de la Diócesis de Getafe y párroco de Nuestra Señora de Zarzaquemada, en la localidad madrileña de Leganés.
Como explica el mismo Tadeo, todo empezó hace seis años: “Vivía en Murcia y, tras salir del sistema de protección de menores al ser ya mayor de edad, fui a Madrid, a la localidad de Leganés. Estaba en un centro de acogida y ejercía de educador con un grupo de chicos. De las primeras cosas que hice al llegar a la ciudad fue buscar la parroquia más cercana, siendo así como conocí a Aurelio, el párroco de Nuestra Señora de Zarzaquemada. Enseguida creamos un vínculo especial y pasó a ser mi director espiritual”.
Pero, al poco, las cosas se le complicaron al joven: “Hubo una serie de problemas en el centro de acogida al cambiar a los responsables y eso provocó mi salida. Me derivaron a la Fundación Alicia Koplowitz. Aurelio quiso acompañarme el primer día. Me ofrecían una beca para seguir con mis estudios y vivir en un piso suyo entre semana. La Comunidad de Madrid pedía que, para entrar en el programa, un adulto me acompañara como responsable. Así que él se encargó de ejercer de supervisor, estableciéndose además que podía ir a pasar los fines de semana con él. En teoría, debía estar cinco días en el piso y dos con Aurelio. Pero, poco a poco, acabó siendo al revés. Solía tener problemas de salud y me iban dando permiso para pasar más tiempo con él, pues aceptaban que en su casa estaba mejor y más tranquilo que en un piso compartido con otros cuatro chicos”.
Hasta que llegó un momento en el que todas las partes aceptaron que la realidad era que “mi familia, mi hogar y mi sentimiento de pertenencia estaban junto a Aurelio, a quien ya, aunque no hubiera papeles de por medio al ser mayor de edad, sentía como mi padre. Así, tras medio año complicado, en el que tuve muchos achaques de salud, la fundación aceptó seguir becándome los estudios (también hubo dos fieles de la parroquia que me ayudaron en este sentido) mientras, definitivamente, me iba a vivir con él”. Un paso que hoy, seis años después, ve decisivo: “Él me aportó la paz que necesitaba. De seguir como estaba, creo que no lo habría resistido y hubiera abandonado”.
Para ello, antes de nada, hubo que cumplirse un requisito previo: “Aurelio y yo fuimos a hablar con el entonces obispo, Joaquín María López de Andújar, para pedirle permiso antes de acogerme en su casa. Él lo aceptó sin problema, aunque puso como única condición que dejara de ser mi director espiritual, pues veía que podía ser complejo que compartiéramos hogar y al mismo tiempo me confesara”.
Fue así como nació definitivamente una relación entre padre e hijo que, pese a las muchas dificultades, ha sido esencial para los dos. “En mi caso –reconoce Aurelio–, además de hablar con el obispo, lo primero que hice fue explicárselo un día a toda la parroquia en una misa. Sé que a Tadeo no le gustó, pues consideró que expuse su intimidad; no le faltaba razón, pero era mejor que la información saliera de mí y no por comentarios de fuera. Así, la gente sabría por qué había un joven siempre conmigo y que, además, cuando estábamos ante otros, me llamaba ‘padre’”.
Desde ese día, comenzó un difícil equilibrio de responsabilidades, entre la gestión parroquial y el cuidado de un joven a su cargo, en el que el sacerdote se encontró con la incomprensión y las críticas de algunos y el apoyo sin fisuras de otros: “Aquí hay que destacar a Gema, una mujer de la parroquia que se ha hecho cargo de Tadeo cuando yo tenía misas y otras obligaciones y con la que él ha creado un vínculo familiar enorme, hasta el punto de que la llama ‘madre’ y la siente como tal. Rafa, su marido, podría ser el otro san José de esta historia, pues siempre lo ha aceptado todo y, en un papel más en la sombra, ejerciendo de ‘tío’, ha sido clave para sustentar lo que no deja de ser una familia especial… Y es que sus hijos quieren de corazón a Tadeo y este les tiene auténticamente por sus ‘hermanos’. Es tal la relación que hemos forjado entre todos que ellos mismos se dirigen a mí, como padre de Tadeo, llamándome ‘tío’”.
Algo que va mucho más allá de las nominaciones… “Gema y yo nos tomamos muy en serio esta paternidad compartida. Hasta el punto de que, a la hora de tomar muchas decisiones sobre Tadeo, sobre su educación o sobre cualquier cosa, las hablamos y consensuamos. Además, hay una serie de cosas que hablan entre ellos, por su sensibilidad como mujer, y otras que él solo comparte conmigo, como ocurre en la mayoría de las familias. Estas cosas se quedan entre Tadeo y cada uno de nosotros. Y las decisiones, en general, intentamos dialogarlas entre los tres”.
Con todo, ha sido un camino ciertamente difícil: “El primer año, Tadeo tuvo siete intervenciones quirúrgicas por distintos motivos. Yo estaba muy preocupado, pero hablé con la psicóloga de la fundación, que siempre nos ha acompañado y ayudado mucho, y lo entendí mejor. Me dijo que era una buena señal y un reflejo de que Tadeo se sentía conmigo en paz, tranquilo. Así, tras muchos años de tensión y arrastrar numerosas heridas mentales, al relajarse, estas salieron a flote, de golpe, en forma de lesiones físicas”.
En este sentido, Tadeo valora mucho el respeto con el que le trata el sacerdote: “Sabe que tengo un carácter fuerte y que muchas veces no soy fácil. Pero ha sabido siempre marcarme los límites sin imponerse ni caer en el colegueo. Hemos discutido mucho y, como todo padre, ha sufrido conmigo. Pero los dos hemos congeniado muy bien y hemos mirado siempre por el otro. Hasta el punto de que, gracias a él, quien me ha insistido mucho en ello, últimamente he tenido un acercamiento con mis padres biológicos, con quienes antes no tenía relación”.
El último apoyo se lo acaba de dar cuando, desde esta Navidad, Tadeo se ha independizado y se ha ido a vivir a Menorca, contando con su propio piso y trabajo: “Me ha ayudado económica y moralmente para dar mis primeros pasos aquí. Y, por supuesto, nuestra relación sigue intacta. Nos llamamos, ya he ido a visitarle, él vendrá dentro de poco… Siempre será mi padre. Nadie sabe lo que ha hecho por mí, siempre ha estado conmigo”.
Una familia, por cierto, que no deja de crecer. “Como ‘hijo del cura’ –cuenta entre risas Tadeo–, Aurelio siempre me ha hecho sentir como propios a su madre y hermanos y a sus compañeros sacerdotes. Incluidos a los obispos, Joaquín y, ahora, Ginés [García Beltrán]. Me llevo de maravilla con los dos. Al primero ya he ido a visitarle varias veces y comemos juntos. Con el segundo, incluso me escribo a menudo por WhatsApp. Él me pregunta: ‘¿Cómo vas, nieto?’. Y yo siempre le respondo: ‘Muy bien, abuelo’. Ahora tengo a mi novia y estoy muy feliz. El día que me case, tengo claro que quiero que celebren la eucaristía Aurelio y Ginés”.
Con esta experiencia vital, ambos aprenden cada día y se nutren mutuamente. “Por mi parte –asegura Aurelio–, esto me ha hecho valorar más a mi propia familia, cosa que a veces nos cuesta a los curas. Y, a nivel pastoral, me ha servido mucho a la hora de entender a las parejas y a los matrimonios. Siempre he sentido mucha afinidad con los niños y los jóvenes. Ahora, cuando me cuentan sus problemas, también sé verlo desde el punto de vista de los padres”.
Tadeo asiente y cree que, “en cierto modo, he mitigado un poco la soledad que a veces sienten los sacerdotes. Eso sí, ahora tengo aún más claro que es normal que no se puedan casar ni tener hijos. No todos aguantarían los sacrificios que él ha tenido que hacer a la hora de conjugar las dos responsabilidades, con la parroquia y conmigo”.