Si la Semana Santa es, por excelencia, el tiempo de postrarse ante la muerte en espera orante de la resurrección, la segunda que celebramos sacudidos por una pandemia que se ha llevado por delante la vida de al menos 70.000 personas en España es, sin duda, una oportunidad para recogerse ante el mayor misterio de todos. Y hacerlo en silencio, en grupos pequeños. En comunidades familiares que, sin la emoción ante el paso de la procesión que nos sobrecoge, pueden cerrar los ojos y, con los del alma, mirar cara a cara al Dios que nació pobre en un pesebre y murió como un bandido colgado de un madero.
Esa emoción callada es la que siente en cada servicio que realiza Ignacio Giménez Baratech, el hermano mayor de la Hermandad de la Sangre de Cristo, única en nuestro país que realiza este servicio. Fundada en Zaragoza hace más de siete siglos, en el año 1280, esta desempeña desde entonces una labor única: recoger, por orden judicial, el cadáver del fallecido y trasladarlo desde el lugar donde se encuentra hasta el Instituto de Medicina Legal.
“Nuestro objetivo principal –apunta Giménez Baratech– es que ese momento tan difícil no sea un trago extra para los familiares o amigos de quien ha muerto, que ya lo pasan bastante mal por el hecho en sí. Por eso tratamos de otorgarle al acto un fondo de humanidad, cariño y respeto”.
Una acción completamente gratuita que la cofradía desempeña a diario desde hace más de siete siglos, cuando, en sus orígenes, tuvo que desdoblar su acción ante los efectos devastadores de la peste negra. Ahora, con el coronavirus, también han tenido que adaptar su paso: “En 2020 levantamos y trasladamos 550 cadáveres, siendo abril el mes más complicado, en el que llegamos a hacer este servicio diez veces en un solo día. Pero no fue tanto una cuestión de números, pues la media anual suele rondar las 450 personas, sino el cómo hubimos de adaptarnos al adquirir todo el material de protección y los trajes. Humanamente, es algo que, aparentemente, le resta cercanía a nuestra intención de estar con los familiares, pues lo primero que hacemos, antes incluso de aconsejarles sobre todos los trámites que han de hacer, es darles el pésame. No es lo mismo con la mascarilla puesta y un traje que nos cubre… Pero el espíritu de acompañamiento es, por supuesto, el mismo”.
Por estatutos, la hermandad establece en 50 el número máximo de sus componentes, siendo hoy 48. En este sentido, salvo siete, por razones de salud, los otros 41 se turnan semanalmente para ser cada vez uno el responsable. Entonces, “su función es completa, teniendo que estar disponible durante las 24 horas de cada uno de los siete días, de viernes a viernes. Siempre conectado al teléfono, en caso de que se llame desde el juzgado con un aviso de fallecimiento, hay que desplazarse al lugar de los hechos. Además del hermano responsable, acuden un conductor y un camillero. Contamos para los servicios con cuatro personas contratadas, dos para conducir la furgoneta y dos para llevar al difunto, turnándose entre sí por parejas. Recibimos para ello una subvención del Ayuntamiento y completamos lo que falta para pagar sus sueldos con donativos que recibimos y con nuestras propias aportaciones. Acudimos con nuestro furgón, que es blanco y se distingue con el escudo de la hermandad, siendo este nuestro gran símbolo”.
Puesto que las defunciones que requieren de un aviso judicial pueden darse por motivos muy variados (asesinatos, suicidios, accidentes de tráfico o domésticos, víctimas de la droga o de enfermedades infecciosas…), todos los componentes de la hermandad reciben periódicamente cursos formativos de la Guardia Civil, la Policía y los forenses. “Y es que –explica el hermano mayor–, cuando se trata de la escena de un crimen, tenemos que estar perfectamente instruidos para levantar el cadáver sin adulterar absolutamente nada del lugar, tratando de que todas las posibles pruebas se mantengan tal cual, asegurando la cadena de custodia”.
A nivel de fe, sin duda, es una experiencia religiosa profunda, aunque más bien íntima: “Esto ha ido cambiando mucho con el tiempo. Ahora, depende de si la familia se manifiesta o no creyente cuando llegamos. En caso de que sí lo sea, rezamos juntos por su familiar. Si no lo es, nuestra oración por el alma del fallecido es interior y silenciosa. Particularmente, lo siento como un momento de dar gracias a Dios y un fuerte recordatorio de lo importante que es la vida”. Además, a nivel comunitario, “la hermandad celebra una misa mensual en la que se pide por todos los fallecidos recogidos en ese tiempo y a la que se invita a acudir a los familiares que son creyentes y sabemos que lo agradecen”.
Con todo, no deja de ser una vivencia difícil, para la que todo el mundo no está preparado: “En nuestros estatutos establecemos un tiempo de prueba para todos aquellos que quieran ingresar como hermanos. Se les invita a participar en algunos servicios y, ahí, ellos y nosotros comprobamos si pueden soportar algo como lo que hacemos”.
En el caso de Giménez Baratech, quien lleva 32 años en la hermandad, siete de ellos como principal responsable, admite que “hay casos que te impactan profundamente y se te quedan mucho tiempo en la cabeza… Especialmente, cuando son jóvenes e incluso niños”. Con todo, su instinto le ha llevado a generar un mecanismo psicológico de autodefensa: “Me ocurre muchas veces que, cuando voy paseando por Zaragoza con mi mujer, identifico muchos sitios en los que he tenido que participar levantando un cadáver. Pero, afortunadamente, en la mayoría de los casos, mi mente solo recuerda el lugar y no el rostro de la persona ni las circunstancias de su muerte. Por supuesto, es algo que me ayuda a sobrellevar este servicio, pues, perfectamente, en estos años, he atendido a un millar de fallecidos. Y, salvo unos pocos que jamás olvidaré, del resto no tengo una imagen”.
¿Y qué lleva a querer pertenecer a una hermandad como esta, única en toda España? “En mi caso –explica el hermano mayor, quien a su vez es director general de una empresa local–, cuando era joven, junto a toda mi familia, pertenecía a otra cofradía. Pero fue un amigo de mi padre el que me propuso entrar en la Sangre de Cristo. Hice el período de prueba y, tras dos servicios, me aceptaron. Sabiendo que valía para esto, no podía negarme a ello, pues soy consciente de que es mucho el bien que podemos hacer”.
Simbólicamente, gran parte de lo que son se reúne en la talla del ‘Cristo de la cama’, tumbado tras su muerte, propiedad de la hermandad y se custodia en su iglesia de San Cayetano. En ella, como saben todos los zaragozanos, anida buena parte del alma de la Semana Santa local. Y es que, además de esa función al servicio de los muertos y sus familias, la Hermandad de la Sangre de Cristo es en buena parte protagonista en la procesión del Santo Entierro, el Viernes Santo, una de las mayores que tienen lugar en España, con más de 400 años de historia.
Así, de la iglesia de San Cayetano salen esa tarde-noche las imágenes de todas las cofradías de la capital aragonesa, siendo la última la que representa a su ‘Cristo de la cama’, cuya imagen, por cierto, fue tiroteada durante la Guerra de la Independencia, a inicios del siglo XIX. El paso cierra la procesión y es llevado en silencio, solo roto por el sonido del toque de campanas y tambores, recorriendo las calles de Zaragoza durante unas ocho horas. Es tal el peso de su tradición que, en 2017, esta procesión cumplió su cuarto centenario documentado; un momento de celebración que incluso pudieron compartir con el papa Francisco, que recibió a varios de sus miembros.
El año pasado, tristemente, la pandemia rompió la tradición: “Además de no salir por el Estado de Alarma, la Semana Santa nos cogió completamente volcados en tratar de adquirir material de protección sanitaria. Estábamos en casa y la vivimos a través de las redes sociales. Pero, de cara a este año, aunque tampoco podamos procesionar, queremos que sea diferente y vivirlo de un modo más pausado y en comunidad. Por ello, en todas estas semanas de Cuaresma y hasta que finalice el Triduo Pascual, queremos que, aunque sea en pequeños grupos, la gente pueda venir a nuestra iglesia y poner flores y rezar ante los pasos”.
Especialmente ante el ‘Cristo de la cama’, que simboliza a la perfección el sentido de su entrega: “Cada vez que recojo a un cadáver, pienso que él es Jesús muerto. Y, si la persona no es creyente, entonces veo en ella a mi padre fallecido… Con ese cariño, respeto y devoción es con el que nos entregamos a cada persona en el momento de su adiós”.
En este sentido, resulta muy ilustrativa la vivencia de Eduardo Baile Vilades, el decano de la hermandad, que ingresó en ella en 1982: “Entré a través de mi suegro. En ese momento, había apenas 10 o 12 hermanos, ingresando a la vez que yo otros cuatro”. Al ser tan pocos, “nos tocaban al menos tres o cuatro semanas de guardia al año”. Muchos servicios realizados en estas cerca de cuatro décadas, aunque jamás podrá olvidar el primero: “Fui solo y sin saber muy bien lo que tenía que hacer. Lo recuerdo todo perfectamente, empezando por el lugar exacto y que fue una persona precipitada desde un piso, no sabiéndose en ese momento si había sido un accidente o un suicidio. Fue todo muy intenso…”.
Pero se adaptó en seguida, hasta el punto de haber compaginado media vida con lo que no deja de ser “un servicio a la sociedad”, aunque ciertamente, como reconoce, “diferente de lo habitual”. Ya jubilado como director de informática y seguridad de una empresa local, ha seguido realizando esta labor hasta hace un año, cuando ha tenido que renunciar por problemas de salud.
Echando la vista atrás, destaca que “lo más duro es cuando encuentras el cadáver de una persona mayor que ha fallecido sola. De hecho, tengo grabada la imagen de una persona que llevaba muchísimo tiempo muerta en su piso. El cadáver estaba momificado y rodeado de basura, por lo que imagino que tendría el síndrome de Diógenes. Fue muy triste comprobar que se había ido sola y nadie la había echado de menos”.
Pese a la amplia experiencia, Baile Vilades admite que “nunca te acostumbras, aunque sí te adaptas con el tiempo y el impacto emocional es menor”. Eso sí, hay veces en las que eso es imposible: “Como a nosotros nos llaman siempre que el juzgado considera que es necesaria una autopsia, he visto de todo: víctimas de la droga con la jeringuilla aún clavada, personas a las que la muerte les sobrevino abriendo la puerta y, cuando llegas, siguen así… O los accidentes de tráfico, muy dolorosos. Recuerdo una vez en que tuve que levantar el cadáver de ocho personas. En plena autopista, en un punto muy abierto, inexplicablemente, dos coches habían chocado de frente. Iban cuatro personas en cada uno y todos murieron en el acto, quedando sus cuerpos completamente quemados. Lo más chocante del caso es que todos eran militares: en un coche venían en dirección a Zaragoza y en el otro a Barcelona”.
Otros dos momentos muy duros tuvieron bastante eco en los medios: “Uno fue en verano de 2015, cuando hubo una explosión en una nave pirotécnica y murieron seis personas. El otro ocurrió en 2001, cuando ETA asesinó en Zaragoza a Manuel Giménez Abad, el líder local del PP. Recuerdo llegar al lugar y estar todo rodeado de forenses, jueces, militares y periodistas. Traté de abstraerme y hacer el servicio con la misma paz interior de siempre, pues, para mí, ante todo estaba delante de una persona, más allá de que fuera conocida o no”.
A nivel de fe, el decano de la hermandad cuenta que, “en cada caso, como católico practicante que soy, lo he vivido con emoción íntima. Me llega mucho cuando me encuentro que, ante el cadáver, está su familia rezando. En esos momentos, me sumo a la oración y les invito a venir a nuestra misa mensual por todos los difuntos de ese tiempo”. Sin olvidar nunca algo que para ellos es clave: “El respeto a todas las creencias o ausencia de ellas. De hecho, en todos estos años, he hecho este servicio para personas de todas las religiones”.
De ahí que el decano valore especialmente esa presencia en la que lo espiritual se derrama “de un modo silencioso y con humildad, pues lo que hacemos nos sale del corazón, nunca para ponernos medallas de ningún tipo”.
Una pasión en clave de muerte que, desde el siglo XIII, para la Hermandad de la Sangre de Cristo no deja de estar bañada en la luz de la resurrección. Por eso, es muy difícil que esa vela se apague.
Fotos: Javier Belver.