Reportajes

Sor Lourdes, sor Eva y sor Vicenta: tres enfermeras (y religiosas) en primera línea durante la pandemia





La Vida Consagrada ha vuelto a estar. Como siempre. Con su labor siempre callada, pero volcada con los enfermos en el año que nunca nadie quiso contar. Cuando ya se han cumplido 365 días de que el coronavirus entrara en España, SomosCONFER recorre este tiempo junto a tres Hijas de la Caridad que, desde su entrega, han demostrado que, tras el Calvario, siempre llega la Pascua.



Después de un año en el que al mundo se le ha encogido el corazón, las tres hermanas muestran un testimonio de esperanza, desde el convencimiento de que en medio del dolor, el Señor se hace presente, porque “no estamos solos”, como todas ellas dejan caer en sus reflexiones. Desde Madrid, que durante los meses de abril y mayo de 2020 se convirtió en el epicentro de la pandemia, echan la vista atrás para compartir lo vivido.

La primera acogida

Sor Lourdes Blázquez es enfermera de urgencias del Hospital La Milagrosa. Entró en la Compañía hace 15 años, tras estudiar enfermería: una doble vocación que vive con pasión y así lo transmite al conversar con ella. Después de dedicar “un tiempo de oración a volver la vista un año atrás”, todavía se estremece y ella misma se pregunta si tendría la fuerza suficiente para volver a vivir un 2020 de nuevo.

No obstante, “ha sido motivo de agradecimiento a ese Dios que siempre me ha acompañado, pero que me ha dejado sentir especialmente su presencia durante la primera ola de la pandemia, que fue el momento de mayor impacto en el que se nos puso al límite”, señala. Y agrega: “Me he sentido sostenida por Él. La valentía y la fuerza de ese momento no era mía”.

Ella vive en la parroquia de San Blas, en una comunidad de cuatro hermanas. Hermanas de las periferias, que, hace cinco años, respondiendo a la llamada del Papa de ir a los márgenes, la Provincia las envió para apoyar la labor social y pastoral en este barrio madrileño. “Es una suerte estar aquí. Es un trabajo muy de presencia, en una comunidad muy abierta donde caben personas de cualquier edad, ya sea para tomar un café o compartir una oración”, explica.

Sor Lourdes compagina su trabajo como enfermera con la presencia en Cáritas y en un centro de escucha coordinado por la Vicaría 2, además de estar involucrada en la pastoral vocacional de la Provincia. Una hermana multitarea, al igual que sus compañeras de comunidad (una es consejera provincial, otra trabaja en una obra social y la otra es profesora).

Hay que darlo todo

El 13 de marzo de 2020, el presidente del Gobierno comparecía ante todo el país para decretar el estado de alarma. “Recuerdo que fueron momentos de impotencia, contradicción… Justamente libraba y al día siguiente, cuando volví al hospital… era un campo de batalla. Me dije: aquí hay que darlo todo. He sentido mucho miedo, sobre todo al principio, de este que te cierra el estómago, que no te deja dormir. Pero en urgencias los miedos se quedaban fuera, había que transmitir a la gente seguridad, que todo estaba bajo control, porque lo necesitaban”, rememora.

Por suerte, “Dios me ha dado salud para poder estar, ya que muchos compañeros fueron contagiándose”. De hecho, normalmente trabajan dos enfermeras en cada turno –mañana, tarde y noche–, pero durante toda la primera ola de la pandemia estaba una por turno. “Cada noche, antes de dormir decía: ‘Gracias Dios mío, porque he sentido malestar, cansancio, pero nada más’”, reconoce. En todo este tiempo, también ha recordado estas palabras del profeta Isaías: “Los que esperan en el Señor renovarán sus fuerzas” (Is 40,31). “Eso ha sido una experiencia muy real aquí”, detalla.

En esos primeros meses de confinamiento total, con un Madrid parado, todo era diferente al atravesar las puertas de urgencias. Pese al caos, “he aprendido a regalar esa sonrisa de ojos, porque era lo único que nos veíamos”, señala sor Lourdes. Ella, como todo el personal sanitario, ha vivido situaciones que te encogen. “Recuerdo una hija que se despedía en el ascensor de su padre al que sabía que no iba a volver a ver más…”. ¿Su misión? “A través de la mirada poderle decir a la gente: aquí estoy. Un gesto, una palabra de ánimo, pero no de este facilón, porque todo el mundo era consciente de la gravedad y necesitaban que estuviéramos ahí”, indica.

Entre el dolor, sor Lourdes agradece la paciencia de los pacientes, valga la redundancia. “La gente ha sido muy paciente y ha agradecido mucho. Han visto que si no llegábamos antes era porque estábamos con otros. Incluso nos decían que fuéramos a atender a los demás primero. Dejaban su vida en tus manos y eso crea mucho vínculo”, reconoce ahora, cuando empieza la calma tras una tercera ola después de Navidad que ha recordado lo peor de los primeros meses.

¿Y cómo se ha hecho presente Dios en este tiempo? “Cuando volvía cada día del hospital y dejaba pasar por el corazón todo lo vivido, le preguntaba al Señor por qué. La verdad es que me ha resultado muy fácil rezar en este tiempo. Cualquier momento era bueno para presentar al Señor lo vivido. En cualquier persona que atendí vi a Jesús sufriendo. Por eso sé que la resurrección es posible”, subraya. Y continúa: “Él está queriendo alentar cada vida y acompañando en la vida que se apaga y se despide. Jesús se ha hecho humano y está en cada uno de nosotros”.

En estos meses, ella también ha recordado, como nos muestra el Evangelio, que Jesús era capaz de atender a todos los enfermos. “Yo he querido ser sus manos, su corazón, su mirada, porque, en su nombre, estamos para cuidar, para aliviar, para ser esa Pascua que los enfermos esperan. Eso es un signo de vida. La Pascua es posible siempre, también ahora. Y sobre todo este año, que con las vacunas vamos viendo que hay esperanza”, asevera.

Cuestión de humanidad

Sor Eva Sáez es enfermera en el Hospital de la Paz desde 2012, actualmente en la unidad de paliativos. Y siempre ha trabajado en hospitales públicos desde que salió del seminario de las Hijas de la Caridad hace ya 25 años, a excepción de sus dos primeros años que estuvo en una residencia para personas con enfermedades crónicas avanzadas. Ella vive en una comunidad de seis hermanas y durante estos meses con algunas personas que necesitan acogida de emergencia.

De este año de pandemia, saca una clara enseñanza: “Pese a todo, no estamos solos”. “No lo hemos estado nunca, aunque a veces vivamos como si Él no existiera. No vivimos solos ni morimos solos. En medio de los trabajos y desvelos, de los miedos y las preocupaciones, no estamos solos. Y Dios no hace distinción. Aunque no todos crean el Él, Él está”, remarca, porque para ella, “la esperanza es precisamente saber que no estamos solos”.

Ella comparte su testimonio desde una frase que le viene acompañando desde hace unos meses: “Para encontrar a Dios hay que aprender a ser humano”. “Me muevo en un ambiente donde la muerte está muy cerca y mi misión es ser cada día la mejor Eva que Dios quiere que sea”, reconoce. Y la mejor Eva no tiene nada que ver con una heroína: “No es cuestión de héroes, quizá a algunas personas esta visión les ayuda, yo la respeto, pero para mí no es cuestión de héroes porque solo lo podrían ser unos pocos; es cuestión de humanidad, de hacernos todos cada día más humanos. Somos personas y tenemos que sacar lo mejor de nosotros en situaciones difíciles”.

Y es que, para ella, la experiencia de vulnerabilidad nos acerca. “Hace años encontré a Dios en mi realidad y en quienes atraviesan la enfermedad. Eso sí, los enfermos no son un mero instrumento para ser mejor persona. Esto es contrario a mi experiencia de fe. Yo encuentro a Dios en las personas que cuido y en mis compañeros, pero me relaciono con personas con nombres, no les quiero porque sean un medio para ser mejor Hija de la Caridad”, explica recordando a sus hermanas enviadas a Francia a asistir a los soldados o las que combatieron la peste.

Para sor Eva, “en lo más profundo de nosotros llevamos la humanidad más auténtica, que muchas veces adormecemos o ahogamos con otras cosas; es en esa humanidad donde esta Dios, el Dios que nos comprende y nos acompaña, incluso aunque no se le conozca o no se le haya descubierto”. Y añade: “Esta es la luz que nace en medio del dolor, esta es nuestra salvación y nuestra resurrección. Por ello Jesucristo se encarnó y dio la vida, para ayudarnos a ser plenamente humanos, sin que el dolor y la muerte tengan la última palabra”.

Ella, cuando entra cada día al hospital, le pide a Dios que, “en medio de mi debilidad, todo lo que haga cada día haga salir lo más humano que Él ha puesto en mí y en cada uno de los que estamos en el hospital” y que, “creyentes o no, nos transmitamos vida, vida para trabajar juntos, para aplaudir al que se va de alta o para decir adiós al que nos deja, vida ante la alegría o el cansancio”, porque “en medio de todo, Él completará todo esfuerzo con su continua presencia”.

Volver a casa

Sor Vicenta González es enfermera en el Centro Abierto Municipal para Personas Sin Hogar ‘Catalina Labouré’ desde julio. Es su primer servicio como Hija de la Caridad, porque entró en la Compañía hace menos de tres años y los dos primeros han sido formativos. Un primer servicio que vive en medio de una pandemia. “El Señor me ha presentado a estas personas para servirle desde ahí”, apunta. Este centro es el primer eslabón para que personas en situación de calle inicien un proceso de vida más normalizado. En el centro, situado en pleno corazón de Malasaña, se ofrece a estas personas descanso, alimentación e higiene.

En estos tiempos de distancia social, ella ha experimentado una gran cercanía, puesto que los usuarios “permanecen más tiempo en el centro y eso da lugar a un mayor contacto en el plano humano. Acuden mucho al botiquín, del que me encargo, y muchas veces es para hablar y que les escuches”. “Ellos encuentran en nosotras a personas incondicionales que saben que no les van a fallar. Creo que la mayor pobreza en ellos es que no se sienten queridos, no tienen alguien en quien confiar. Todos han roto con sus familias”, añade.

Sor Vicenta recuerda los almuerzos como un momento de gracia. En el centro vivieron un brote y tuvieron que aislar en otros centros a dos chicos, por los que pedían al bendecir la mesa. “Todos en el comedor  bendicen la mesa y eso me toca el corazón, porque hay musulmanes, ortodoxos, evangélicos, no creyentes… verlos a todos recogidos te toca. Percibes como todo ser humano está abierto a la trascendencia. A los dos chicos los teníamos siempre presentes en la comida y, gracias a Dios, ya han vuelto”, explica.

Ella tiene claro que el Señor resucitará este año “lleno de luz, más fortalecido”. “Si sabemos leer entre líneas, nos daremos cuenta de que el Señor todo lo hace nuevo y hay esperanza si vivimos según Él. En la dificultad, los hombres y las mujeres nos crecemos. Esta pandemia nos ha hecho descubrir la grandeza del ser humano. Todos nos hemos puesto a trabajar, hemos sido capaz de sacar vacunas, la gente de forma solidaria ha ayudado a los demás, unos hacían mascarillas, otros hacían la compra a ancianos…”, sostiene, para luego rematar: “No estamos solos, estamos acompañados por el Señor, porque él nos ama de forma incondicional”.

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