Cuando Goethe viajó por Italia entre 1788 y 1790, se quedó fascinado por La Última Cena, la pintura que Leonardo da Vinci realizó entre 1495 y 1498 para el refectorio del convento de Santa Maria delle Grazie, en Milán. “Estas trece personas cuyos rostros van de la resignación al pavor, once personas conmovidas ante el anuncio de la traición”, describió el genio alemán. La iconografía de la Última Cena, relatada en tres episodios evangélicos bien definidos –el anuncio de la traición, la consagración del pan y el vino, la representación de la primera eucaristía–, ha suscitado, especialmente desde el fresco de Leonardo, una singular atracción a través de los siglos.
- ¿Quieres recibir gratis por WhatsApp las mejores noticias de Vida Nueva? Pincha aquí
- Regístrate en el boletín gratuito y recibe un avance de los contenidos
La Santa Cena como motivo pictórico surge en el cristianismo primitivo, ya en la Roma del siglo IV, como se advierte en los cubículos de las Catacumbas de San Calixto. Da Vinci no fue tampoco, ni mucho menos, el primer pintor renacentista –ahí están los frescos de Andrea del Castagno, Ghirlandaio o Pietro Perugino– que trató la temática de la “traición” anunciada en la Santa Cena, pero su perspectiva en punto de fuga suponía un reto que los grandes pintores, en todos los tiempos, trataron de superar.
Tiziano Vecellio (1490-1576) fue uno de ellos. Uno de los que, inspirado en el modelo de Leonardo, convirtió la Última Cena, además, en una escena repetida hasta la perfección. Su culmen es la monumental obra que le encarga Felipe II, su mejor cliente –quien llegó a nombrarlo “pintor de la Corte”–, para el refectorio del monasterio de San Lorenzo de El Escorial y que llegó a España en diciembre de 1565 desde su taller de Venecia.
Tres copias
El padre Francisco de los Santos reflejó en su Descripción del Real Monasterio de San Lorenzo de El Escorial (1681) la magnificencia de “aquella famosa pintura de la Cena, del Tiziano”, que en 1574 ya colgaba en el refectorio. De ella, añade el padre De los Santos, que es “tan celebrada de los pintores, y con razón, porque tal viveza y espíritu, como muestran las figuras con el relieve y fuerza del Arte, es de lo más precioso que puede verse: son del natural. El rostro de Christo, hermosísimo y grave. Los apóstoles parecen que respiran y hablan. Los lexos [el fondo] que se descubren por la puerta del cenáculo, maravillosos. No pudo el Arte llegar a más”. Y eso que, para adecuar la obra al hueco, al testero sur del refectorio, sobre la silla del prior, tuvo que recortarse. La medida original, de 255 x 485 centímetros, se quedó en 208,5 x 463.
En España, aún existen otras dos “últimas cenas” vinculadas al taller de Tiziano. Una es la copia anónima (s. XVI) de la colección del Museo del Prado, un óleo sobre lienzo de 158 x 262 centímetros procedente del Museo de la Trinidad y que reproduce prácticamente íntegro el cuadro de San Lorenzo de El Escorial –también con sus recortes–, pero en el que los discípulos, y hasta Cristo, se han envejecido notablemente.
La otra, de atribución reciente, está en la colección de la Casa de Alba y permanece colgado en el Palacio de Liria (Madrid). Adquirido por el decimocuarto duque de Alba, el duque Carlos Miguel, en 1818 en Italia, es probable que se trate de un boceto pese a su tamaño: 167 x 225 centímetros. Está fechado entre 1550 y 1560.
El hallazgo inglés
En todo caso, de factura anterior al que el historiador del arte Ronald Moore atribuye ahora al taller de Tiziano y que, durante un siglo, ha permanecido anónimo, expuesto junto una copia de La Última Cena de Leonardo en el altar de la iglesia de San Miguel y Todos los Ángeles de Ledbury, en el condado de Herefordshire, en Inglaterra.
Moore ha hallado bajo luz ultravioleta la firma de Tiziano Vecellio en un aguamanil sobre la mesa, oculta por el pigmento, el barniz y el polvo acumulado, y ha establecido la datación de la obra en 1576, el mismo año en el que murió el pintor italiano. Según el pintor y restaurador, que ha dedicado tres años de investigaciones, el cuadro, de 3,6 metros de ancho y evidente semejanza con el modelo davinciano, comenzó Tiziano a pintarlo dos décadas antes, coincidiendo con el encargo de un convento veneciano, pero nunca lo acabó.
Fue uno de sus hijos, Marco, quien, ante el inminente fallecimiento de su padre, decidió alterar el rostro de al menos dos de los apóstoles con el suyo y otro de sus hermanos. “Cuando Tiziano murió, la peste estaba presente y mucha gente estaba muriendo, y creo que eso quizás influyó en su hijo para convertir el cuadro en un retrato familiar”, afirma Moore.