La emergencia climática que estamos afrontando tiene un “rostro humano”, el de los millones de personas que, de manera particular en las “periferias existenciales” del mundo, se ven obligados a dejar su tierra debido a los efectos de la crisis y frente a los que la Iglesia católica tiene una “consideración materna”. El scalabriniano Fabio Baggio, subsecretario de la la Sección Migrantes y Refugiados del Dicasterio para el Servicio del Desarrollo Humano Integral, recordó esta responsabilidad de la comunidad cristiana durante la presentación, este martes 30 en el Vaticano, del documento ‘Orientaciones Pastorales sobre los Desplazados Climáticos‘.
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En el prólogo de este texto, elaborado por el citado departamento de la Santa Sede tras un proceso de consulta con los episcopados locales, el papa Francisco aboga por alcanzar respuestas globales ante esta “emergencia” que afecta a un gran número de personas. El salesiano Joshtrom Isaac Kureethadam, responsable de Ecología en la Comisión Covid-19 del Vaticano, ofreció numerosos datos para hacerse una idea de la magnitud del problema.
“Necesidades inmediatas”
De los más de 33 millones de desplazados en 2019, 24,9 millones tuvieron que dejar sus casas por desastres naturales y 8 millones debido a conflictos violentos, mientras que en la primera mitad de 2020 fueron 14,6 millones los desplazados, de los que 9,8 por motivos ambientales. “Se estima que alrededor de 253,7 millones de personas se vieron desplazadas por desastres naturales entre 2008 y 2018, entre tres y diez veces más que las personas que huyeron por conflictos armados en todo el mundo”, explicó Kureethadam.
En la presentación del documento también participó el cardenal jesuita Michael Czerny, subsecretario, junto a Baggio, de la la Sección Migrantes y Refugiados del Dicasterio para el Servicio del Desarrollo Humano Integral. El purpurado destacó que los desplazados medioambientales “no pueden esperar, ya que sus necesidades son inmediatas”, y manifestó su deseo de que, además del acompañamiento de la Iglesia católica, estas personas puedan beneficiarse de un mayor reconocimiento por parte de la comunidad internacional. “Todos los miembros de la humanidad tenemos una responsabilidad con aquellos que se ven forzados a migrar por la crisis climática”, subrayó Czerny.
“No es una hipotética amenaza”
Los efectos de la emergencia climática los ha vivido en primera persona Maria Madalena Issau, mozambiqueña de 32 años que vive en un campo de desplazados a unos 60 kilómetros de la ciudad de Beira. “Yo no soy católica, pero puedo testimoniar la presencia de la Iglesia católica en el campamento desde los primeros meses de nuestra llegada. La Iglesia ha ayudado mucho”, contó Issau, que sufrió las consecuencias devastadoras del ciclón Idai, que asoló Mozambique en 2019