El arzobispo de Yangon apela al diálogo político: “Tenemos que negociar, el muro contra el muro solo puede conducir a la tragedia”
En plena ola de represión del régimen militar, con 400 muertos en las calles y con el gabinete de Aung San Suu Kyi todavía en prisión, resuena con una fuerza especial la voz de cardenal Charles Bo, principal representante de la Iglesia en Myanmar. Incansable en su llamada a los valores democráticos y a la convivencia, su último aldabonazo lo deja en una larga entrevista con Chiara Zappa en ‘Mondo e Missione’.
En ella, el arzobispo de Yangon clama desesperado: “La situación es crítica, debemos detener la masacre. Hemos visto demasiada sangre en nuestra historia”. De ahí que, aunque considere ilegítimo el modo en que el jefe de las fuerzas armadas, Min Aung Hlaing, se ha hecho con el poder, tachando sin pruebas de “fraude” el triunfo electoral de Aung San Suu Kyi en noviembre, apele al diálogo político: “Tenemos que negociar, el muro contra el muro solo puede conducir a la tragedia”.
Sin ambages, Bo apoya el “movimiento de desobediencia civil”, que “fue espontáneo” e “iniciado por un médico”. Tras él, “los jóvenes se unieron y miles salieron a las calles, pacíficamente”. Ahora, al encontrarse con una brutal represión (más de 100 asesinados en las calles en un día este fin de semana, incluidos varios niños), el purpurado cuenta cómo se están movilizando en las iglesias para evitar más derramamiento de sangre: “Proponemos ayunos y vigilias por la paz. Poco a poco, muchos de estos jóvenes también están volviendo a la oración, en las parroquias o en las calles”.
Sin duda, esos jóvenes son los protagonistas del momento y, por ello, los más expuestos a perder la vida: “Hay una nueva generación de fieles, criados con las redes sociales y el conocimiento del mundo exterior, que tienen una mayor conciencia de sus derechos y, por lo tanto, se oponen a todo lo que consideran una injusticia. Estos niños nacieron después del golpe anterior y han alcanzado la mayoría de edad en la era de Internet: sus valores y su formación ya no provienen solo de la familia y de la Iglesia. Están a la vanguardia del movimiento de resistencia y esto tiene un fuerte impacto en la comunidad: muchos sacerdotes y religiosos se emocionan con esta participación”.
Con todo, el arzobispo de Yangon insiste con todas sus fuerzas en la necesidad de negociar: “No hay alternativa al diálogo. Tememos un derramamiento de sangre a gran escala: el drama de los padres que entierran a sus hijos debe terminar. Por lo tanto, no cesamos en nuestros esfuerzos por llevar a las partes a la mesa de negociaciones. La comunidad internacional y las Naciones Unidas se han pronunciado enérgicamente contra el golpe y la sesión especial de la ONU sobre Myanmar ha pedido un retorno a la democracia.
Lamentablemente, hasta el momento no ha habido respuesta del ejército, que, sin embargo, sigue siendo un interlocutor fundamental porque es muy poderoso y controla a la policía”.
“El ejército –prosigue– ha declarado su intención de celebrar nuevas elecciones dentro de un año, pero aún está por verse si esto sucederá. El escenario más oscuro sería la repetición de lo ocurrido en 1988, cuando la junta militar se consolidó y permaneció en el poder por otras dos décadas. Rezamos para que esta vez no suceda”.
En este sentido, destaca que, pese al deterioro de la imagen internacional de Aung San Suu Kyi tras defender la labor del ejército en la expulsión de los rohingya y su éxodo a Bangladesh, dentro de sus fronteras ocurre lo contrario: “Los jóvenes están firmemente con ella, la gente la ama. En las elecciones de noviembre pasado consiguió el 83% de los votos y, cuando vuelva a votar, volverá a ganar. Dentro del país, su autoridad se ha incrementado”.
Por ello, reclama a la comunidad internacional que sepa “ver a Myanmar más allá de los partidos políticos y el ejército. Esta es una nación de gente trabajadora que ha sido sometida a duras pruebas durante setenta años. Una vez fuimos el país más rico de la zona, pero ahora estamos entre los más pobres del mundo. Hice un llamamiento a la comunidad internacional para que no mutile nuestra economía mediante sanciones severas: la gente necesita trabajo, necesita comida. Los países extranjeros deben pasar de la condena al involucramiento: las negociaciones son la única salida, no un enfrentamiento aún más duro”.
Y es que al cardenal birmano le preocupa enormemente la postración social a raíz del grave deterioro de la economía: “Las condiciones eran desastrosas incluso antes del golpe: la pandemia ha sumido a casi el 60% de la población en la inseguridad alimentaria. Las empresas han cerrado y millones de personas han perdido sus puestos de trabajo. El hambre iba en aumento y esta nueva tragedia nos ha golpeado ahora, cuando la gente es más vulnerable”.
Pese a la inmensa crisis, Bo deposita sus esperanzas en las generaciones presentes y futuras: “Como salesiano y partidario convencido del afecto de san Juan Bosco por los jóvenes, tengo una gran confianza. Y mi corazón llora por ellos. Cuatro o cinco generaciones han visto sus sueños destruidos en este país y hoy los niños luchan, una vez más, para que sus sueños no se conviertan en una pesadilla. No podemos defraudarlos de nuevo”.
Una confianza que, además, ilustra con datos: “Myanmar está bendecido con tantas riquezas naturales, pero la humana es el mejor recurso. Casi el 40% de la población es joven: si nuestros líderes valoraran el dividendo demográfico, esta nación podría superar a cualquier vecino rico en una década. Nuestros niños necesitan una buena educación, trabajos decentes y la promesa de un futuro feliz. Lo piden. Estoy seguro de que el espíritu de Don Bosco está con ellos en la lucha, pero temo por su seguridad. ¿Qué pasará si todavía se enfrentan a decepciones y fracasos? Como Iglesia y nación, debemos protegerlos”.
A nivel global, como presidente de la Federación de Conferencias Episcopales de Asia (ASEAN), el cardenal mantiene su tono de denuncia clara y concreta a la hora de señalar el gran peligro de su entorno: “El virus de las democracias antiliberales y el autoritarismo, que ha infectado a muchos países asiáticos. De los diez estados de la ASEAN, solo dos pueden definirse como verdaderas democracias. Aunque el desarrollo económico ha aumentado, ha tenido un costo enorme en términos de derechos humanos y libertades. Incluso India, que alguna vez fue un faro de la democracia, se ha deslizado hacia una manipulación antiliberal. En las últimas semanas tenemos el triste caso de un sacerdote de 83 años, el padre jesuita Stan Swamy, encarcelado por su trabajo con los pobres”.
“En toda la zona –rechaza–, la carrera por el desarrollo ha mutilado dos grandes derechos constantemente recordados por el papa Francisco: el económico y el ambiental. Luego está el gran problema de la migración: los países ricos de Asia se han beneficiado de la explotación de mano de obra barata de los estados más pobres. No existe un acuerdo regional de protección laboral y, hoy en día, millones de personas se encuentran fuera de su país, a menudo en condiciones espantosas de esclavitud moderna”.
Con una visión preclara e integral de lo que ocurre en Myanmar y en toda Birmania, Bo cierra la entrevista recordando “a los pueblos indígenas, a los que hemos dirigido nuestra atención gracias al Sínodo sobre la Amazonía y la encíclica Laudato si’, que han pedido un mayor respeto por su forma de vida y una mayor protección de la naturaleza. En Asia hay una vasta área, que se extiende desde los mares del sur de China hasta las áreas centrales de la India, donde los pueblos indígenas alguna vez vivieron en armonía con la naturaleza. Pero, hoy, estos pueblos se reducen en número y el estilo de vida actual amenaza cada vez más su propia supervivencia. No podemos mirar a otro lado”.