En la Misa Crismal, el arzobispo porteño le pidió al clero conservar el fervor espiritual y la alegría de evangelizar, según las palabras de Pablo VI
“Aquí nos encontramos hermanados los diáconos, presbíteros y obispos porque nos sentimos íntimamente unidos en el único sacerdocio y ministerio de Cristo. Venimos a renovar la comunión eclesial y las promesas que la Iglesia recibió en el día de nuestra ordenación”. De esta manera se expresaba el cardenal Mario Poli durante la Misa Crismal.
Comentó que Jesús, el Jueves Santo, deseó ardientemente comer esta Pascua, antes de la Pasión. Hoy, resuena este llamado al presbiterio de Buenos Aires. “Solo Él puede congregar tanta diversidad en el ministerio apostólico”, dijo el Arzobispo.
Recordó que la liturgia de la Palabra de la Misa Crismal es el origen de la misión apostólica. En referencia a las lecturas, resaltó las palabras del profeta Isaías que “son un bálsamo de esperanza”. Vino a anunciar la buena noticia al pueblo de Israel y a proclamar un año de gracia.
Cinco siglos más tarde, el evangelista Lucas nos sitúa en la presentación de Jesús en el templo. El Cardenal expresó: “La lectura del texto sagrado con la voz del Señor, tomó un renovado realismo que captó la mirada y admiración de todos: se presentó como portador de una Buena Noticia, inaugurando el tiempo definitivo de la misericordia divina.
Agregó que quienes participaban de la asamblea se complacieron al escuchar este anuncio, pero comenzaron a pedir signos para creer. “Desde ese instante, el eterno presente del hoy de Jesús de Nazaret, recorre toda la historia de la Iglesia”, y se actualiza en cada misa crismal. “Llega hoy hasta nosotros como un reclamo para que no se postergue el anuncio de la buena noticia de la salvación”, dijo Poli.
El Primado expresó que la caridad de Cristo nos apremia, no solo en los barrios de Buenos Aires, sino en los desafíos de toda la Argentina: porcentaje humillante de pobres, alarmante generación de niños y jóvenes indigentes y postergados, en el contexto de una gravísima pandemia que se cobró muchas vidas.
Hizo una referencia especial al tratamiento de la ley de la interrupción voluntaria del embarazo. Habló de la aprobación de ley inicua y contraria a la ciencia y a la fe, sancionada en una madrugada, a espaldas del común sentimiento del pueblo.
“Nos asombra y duele ver con qué premura se avanzó en aplicar una ley de muerte que sentencia a los no nacidos inocentes, actitud que contrasta con el encomiable esfuerzo de los médicos, enfermeros y tantos agentes solidarios que hoy siguen arriesgando la vida por curar, asistir y proteger a los enfermos”, sentenció.
El Arzobispo de Buenos Aires señaló que no faltan motivos para el desaliento, pero la gracia de la unción de hoy los anima a emprender nuevamente el anuncio de la Buena Noticia, con la convicción de que el Evangelio de Jesús ilumina toda la realidad humana.
“Podemos -dijo- quedarnos con el libro de las lamentaciones en la mano o, por el contrario, abrazar la realidad que nos toca vivir en nuestras comunidades”. El ejemplo a seguir es la parábola del sembrador que salió a sembrar la semilla de la palabra.
“La siembra constante ha sido la tarea ordinaria de la Iglesia: el anuncio misionero con sus mártires, la catequesis, la celebración de los sacramentos para acercar a los fieles la vida de Dios”, dijo el Cardenal. Y señaló que es un tiempo propicio para sembrar consolaciones: “No privemos a nadie del amoroso y paternal abrazo del Padre Dios, que consolando, perdona, sana y salva”.
Al finalizar la homilía de esta Misa Crismal, Poli le repitió al clero porteño lo que les enseñó en ‘Evangelii nuntiandi’, Pablo VI: «Conservemos, pues, el fervor espiritual. Conservemos la dulce y confortadora alegría de evangelizar, incluso cuando hay que sembrar entre lágrimas».