Francisco nombró el 12 de febrero a Margarita Bofarull Buñuel miembro ordinario de la Pontificia Academia para la Vida (PAV). La religiosa del Sagrado Corazón de Jesús, nacida en Barcelona, fue superiora de la Provincia de España Norte de 2005 a 2011 y vicepresidenta de la CONFER entre 2009 y 2013. Licenciada en Medicina y Cirugía por la Universidad de Barcelona en 1985, también es licenciada en Teología y máster en Teología Moral por la Facultad de Teología de Cataluña, y tiene un postgrado en Medicina Tropical por la UB.
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Ha desempeñado su labor como médico en distintos ambulatorios y hospitales, tanto en España como en Perú. En la actualidad es presidenta del Instituto Borja de Bioética (Universidad Ramón Llull), presidenta del Comité de Ética Asistencial del Hospital de San Juan de Dios de Barcelona, profesora de la Facultad de Teología de Cataluña y de la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas (UCA) de El Salvador, y delegada de Fe y Cultura de la Archidiócesis de Barcelona.
PREGUNTA.- ¿Cómo acoge este nuevo servicio?
RESPUESTA.- Yo ya era miembro correspondiente de la PAV desde 2013. Es decir, nombrada por el presidente. Además, hay miembros ordinarios, que son nombrados por el Papa. Esto es lo que ha sucedido ahora. Lo acojo con alegría e ilusión, y con el deseo de poder responder con generosidad, responsablemente y con coherencia. Así, lo acojo como lo que soy: religiosa, médico y teóloga. Llevo las voces de muchas mujeres conmigo y también de la Vida Religiosa y, sobre todo, de la femenina.
P.- Hace un año que el mundo se paró por la pandemia, ¿cómo ha vivido este tiempo?
R.- Me cogió en Barcelona, donde vivo. El confinamiento me situó, como a la mayoría, en una realidad completamente nueva y desconocida, que me obligaba a centrarme en lo fundamental, a dejarme interpelar por la realidad tratando de vislumbrar qué era lo que el Dios de la Vida nos estaba pidiendo.
He tocado muy de cerca el dolor de algunos amigos ante la muerte en soledad de sus familiares. También mi propio dolor por la muerte de hermanas queridas y otros familiares y conocidos. Todo ello tuvo un lugar privilegiado en mi oración. He tratado de acoger, acompañar, y dejarme interpelar por el dolor y la impotencia de muchos compañeros, muchas veces sin medios y conscientes de que eran el único contacto humano de los pacientes.
A nivel docente, ante la supresión de las clases, continuar de forma telemática supuso un reto; también una oportunidad. He colaborado en la elaboración de algunos protocolos que perseguían facilitar la vida de las personas, evitar los contagios y promover actuaciones responsables y solidarias.
Desde el principio sentí la necesidad de una reflexión profunda sobre las muchas cuestiones éticas que nos estaba planteando esta pandemia. Desde el Instituto Borja creamos, y ofrecimos en nuestra web ya a finales de marzo, un banco de recursos sobre el COVID-19. He procurado colaborar en distintas iniciativas, como por ejemplo la del Arzobispado, que creó un servicio de apoyo espiritual para atender a los profesionales que lo desearan.
Determinantes sociales de salud
P.- Francisco habla constantemente de la necesidad de hacer las vacunas accesibles a todos. ¿Serán nuestro salvavidas?
R.- Las vacunas son una ayuda muy importante en la lucha contra el virus, pero no son la única solución. Además, hay muchos interrogantes, porque no sabemos qué tipo de inmunidad dejan, si será necesario revacunar, etc. Al margen, están también, por ejemplo, cuestiones de justicia distributiva de recursos sanitarios. No olvidemos que no es lo mismo una pandemia sobre una población con un sistema de salud fuerte, que una pandemia en una población con unos sistemas sociosanitarios más débiles.
Los determinantes sociales de salud son importantes. Podríamos decir que sobre nuestra salud incide tanto nuestro código postal como nuestro código genético. En Barcelona hay diferencias de hasta tres años de esperanza de vida según el distrito en que vives. Por otro lado, necesitamos una cobertura universal de las vacunas. No sirve vacunar a porcentajes pequeños de la población mundial.
P.- El Vaticano ha negado cualquier incompatibilidad ética con las vacunas…
R.- Las vacunas aprobadas no ofrecen resistencias éticas, tampoco desde el punto de vista de la investigación y desarrollo de las mismas, al menos hasta donde conozco. El Vaticano ha recomendado la vacunación también por una cuestión de solidaridad. En las residencias de religiosos mayores que conozco casi el 100% de las personas se han vacunado.
P.- Como vicepresidenta de la CONFER pudo conocer la riqueza de muchos carismas. Desde ahí, ¿qué otras vacunas debe ponerse la Vida Religiosa?
R.- (Se ríe) De virus, supongo que todas las recomendadas. Pero de actitudes y de comportamientos hay que vacunarse contra todo lo que nos impide desinstalarnos y ser fieles a nuestra vocación de proclamar la Buena Noticia. Nos debemos vacunar de todo aquello que nos impide ser ágiles en el Amor. Por otro lado, me gustaría decir que para mí ha sido un regalo la vicepresidencia de la CONFER. Llevo en el corazón muchos nombres de la CONFER.
Es intencionado, evidentemente. Los ‘cómo’ son tan importantes como los ‘qué’. Y los ‘cómo’ de esta ley son tristes. En un asunto tan importante no se puede obviar el debate social. También se ha ignorado el magnífico informe del Comité de Bioética de España.
Se ha jugado con la confusión terminológica. No todos ponemos lo mismo debajo de la palabra ‘eutanasia’. Está claro que todos queremos una muerte digna o una buena muerte. Mira si la queremos en la Iglesia que tenemos a San José como patrón de la buena muerte. Ahora bien, el significado y contenido de la palabra ‘eutanasia’, y lo que regula la ley, no es el etimológico (en griego significa ‘buena muerte’). La eutanasia es la actuación que tiene por finalidad provocar la muerte de otro.
Muchas personas dicen pedir la eutanasia cuando en realidad lo que piden es no sufrir. Tenemos un arsenal terapéutico contra el dolor, e incluso ante dolores refractarios al tratamiento podemos llegar a la sedación terapéutica, y esto no es eutanasia. Es importante también promover la formación en cuidados paliativos en las facultades. Por otra parte hay un consenso ético enorme en el rechazo a la obstinación terapéutica.
Es muy triste que haya personas que puedan pedir la muerte porque se sienten una carga social. Estoy segura de que una buena red social desestimaría muchas peticiones. Nos puede hacer pensar también que en Europa, solo Bélgica, Luxemburgo y Países Bajos tienenlegalizada la eutanasia. La vida es también un bien comunitario. No podemos tener discursos tan individualistas y poco sociales cuando tratamos el final de vida. Como Iglesia, debemos comprometernos en la protección, sobre todo, de las personas que están en situaciones de vulnerabilidad.