España

Se traslada a la catedral el sermón de las Siete Palabras de Valladolid

El capuchino Víctor Herrero denunció que “en este ya larguísimo año en el que un virus ha ido demoliendo los cimientos de nuestra forma de vivir, que parecían de acero y eran de paja”





Aunque estaba previsto realizarse en la Plaza Mayor de Valladolid –con las banderas a media asta y con crespones negros en señal de luto–, el Sermón de la Siete Palabras de este Viernes Santo, se ha celebrado finalmente en la catedral con el aforo recomendado por la pandemia. De esta manera, la lluvia no impedido que se celebre uno de los actos más reconocibles de la Pasión vallisoletana. El sermón ha estado a cargo este año del capuchino y biblista Víctor Herrero de Miguel.



El perdón y la esperanza

Herrero ha recalcado al inicio de su intervención que “la muerte de Jesús es real, igual que lo será mi muerte, tan real como la que en este mismo instante acontece no sabemos dónde ni a quién. Puede ser a pocos metros de aquí, en una habitación de una casa de la calle López Gómez, donde Teresa cierra los ojos de su padre, o puede ser en los brazos de un médico canario que no es capaz de salvar la vida de Ayana, una niña de tres años a la que una tormenta lanzó desde su patera al mar”.

Más allá de  la pandemia, el religiosos lamentó la reducción del conocimiento humano, y del ser humano, a la técnica. Es perversa porque transforma algo positivo e imprescindible en un absoluto, hace de un satélite un obstáculo que eclipsa el sol y nos impide recibir todos los matices de su luz, sobre todo los más tenues”.

“El paraíso, en esto consiste la promesa de Jesús, no es un premio como el que dan los bancos a sus inversores más fieles, sino un acto gratuito de amor; no es un jardín como Versalles, sino la compañía de quien pasó su vida acompañando a los más tristes, a los más solos, a los que (aunque tengan manchas en la ropa, en el pasado o en la piel) tienen limpio el corazón y pueden, como el buen ladrón, descubrir en el pecho del Crucificado los latidos de Dios”, comentó Víctor Herrero a partir de la tercera palabra, la promesa al ladrón arrepentido.

Palabras en el aire

“En este ya larguísimo año en el que un virus ha ido demoliendo los cimientos de nuestra forma de vivir, que parecían de acero y eran de paja”, señaló el capuchino. “Si la nuestra es una condición precaria, lo es también preciosa: vivir es encontrarse, la vida es vínculo y amparo, y lo más humano de lo humano es lo que sucede a los pies de la cruz: un hilo herido de amor que nos sutura”, añadió invitando a la fraternidad al estilo de más franciscano que es “tan dura como un diamante y tan frágil como el pétalo de una flor”.

Comentando el “abandono” de Jesús en la Cruz, Herrero compartió su experiencia misionera en un lugar remoto de Venezuela. Un abandono que “comprendemos, mirando al Crucificado y escuchándole hablar, que sí, que es cierto, que Dios, hecho herida, habita entre nosotros y hace que el viaje de la palabra hacia la carne se autentifique, en los labios de Jesús, mediante la conversión de la carne herida en palabra de amor”.

“Yo quisiera que estas palabras de Jesús quedasen dentro de nosotros, protegidas en algún lugar de nuestra alma, como sucedía en una ciudad antigua y lejana en la que hacía tanto frío que, cuando las palabras se decían, quedaban congeladas en el aire y hasta que no llegaba el calor del verano, no se descongelaban y no se podían escuchar. Me gustaría que sucediese así con estas siete palabras de Jesús. Que las guardemos dentro y, cuando suceda que alguien nos haga algún daño o cuando hagamos daño nosotros, se descongele la palabra del perdón”, concluyó.

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Alicia Ruiz López de Soria, ODN







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