Setecientos años después de la muerte del sumo poeta, del cantor de la Divina Comedia, Dante Alighieri (Florencia, 1265-Ravena, 1321) sigue siendo “mensajero de una nueva existencia, profeta de una humanidad nueva que anhela la paz y la felicidad”, según lo define el papa Francisco. Más que nunca necesitamos mirarnos en Dante, en su testimonio, y tomarlo como referente.
Así lo expone y lo reivindica Francisco en ‘Candor lucis aeternae’, la carta apostólica publicada el 25 de marzo, festividad de la Anunciación y también ‘Dantedì’, día en el que Italia conmemora al autor que dio origen a su lengua y su literatura.
“Dante hoy no nos pide que sea solamente leído, comentado, estudiado y analizado –dice el Papa–. Nos pide, más bien, ser escuchado; en cierto modo, ser imitado, que nos hagamos sus compañeros de viaje, porque también hoy quiere mostrarnos cuál es el itinerario hacia la felicidad, el camino recto para vivir plenamente nuestra humanidad, dejando atrás las selvas oscuras donde perdemos la orientación y la dignidad”.
Dante es un “resplandor de la luz eterna”, y Francisco lo enmarca extraordinariamente en un texto que no solo es una clase magistral –como singular profesor de Literatura que fue–, sino también unas instrucciones de uso para ese viaje imprescindible junto a Dante y la obra de su vida, la Divina Comedia que escribió en tercetos entre 1308 y 1321, hasta su misma muerte.
“En este particular momento histórico, marcado por tantas sombras, por situaciones que degradan a la humanidad, por una falta de confianza y de perspectivas para el futuro, la figura de Dante, profeta de esperanza y testigo del deseo humano de felicidad, todavía puede ofrecernos palabras y ejemplos que dan impulso a nuestro camino”, refiere Francisco.
“Nos puede ayudar a avanzar con serenidad y valentía en la peregrinación de la vida y de la fe que todos estamos llamados a realizar –prosigue–, hasta que nuestro corazón encuentre la verdadera paz y la verdadera alegría, hasta que lleguemos al fin último de toda la humanidad, ‘el amor que mueve el sol y las demás estrellas’ (Par. XXXIII, 145)”.
Francisco se mira otra vez en Dante y, a la vez, quiere que nos miremos en el sumo poeta, al que reconoce de nuevo como “luz de la fe”, como le denominó en ‘Lumen fidei’ (2013), su primera encíclica. Dos años después, coincidiendo con el 750º aniversario de su nacimiento, ya lo propuso como “profeta de esperanza, anunciador de la posibilidad del rescate, de la liberación, del cambio profundo de cada hombre y mujer, de toda la humanidad”.
Ahora, no solo vuelve a insistir en ello, sino que profundiza con lucidez en él como “testigo de la sed de infinito ínsita en el corazón del hombre”. El Papa reconoce en Dante y su divina poesía un referente en el que es posible recorrer “un camino de liberación de cualquier tipo de miseria y degradación humana (la ‘selva oscura’) y, al mismo tiempo, señala la meta final, que es la felicidad, entendida sea como plenitud de vida en la historia que como bienaventuranza eterna en Dios”.