La Santa Sede confía en que el Ramadán ser un “un mes lleno de bendiciones divinas y crecimiento espiritual” así como “pacífico y fructífero”. Así lo refleja la carta enviada a los “queridos hermanos y hermanas musulmanes” desde el Pontificio Consejo para el Diálogo Interreligioso.
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Firmada por el prefecto, el cardenal Miguel Ángel Ayuso, y el secretario, Indunil Kodithuwakku Janakaratne Kankanamalage, la misiva apunta cómo “el ayuno, la oración, la limosna y otras prácticas piadosas nos acercan a Dios nuestro Creador ya todos aquellos con quienes convivimos y trabajamos, ayudándonos a continuar en el camino de la fraternidad”.
Sin fronteras
“A nosotros los creyentes, todas estas personas y su bondad nos recuerdan que el espíritu de fraternidad es universal y trasciende todas las fronteras étnicas, religiosas, sociales y económicas”, apunta el purpurado comboniano.
Con la encíclica ‘Fratelli tutti’ como eje de la misiva, se recuerda que “cristianos y musulmanes, estamos llamados a ser portadores de esperanza para la vida presente y futura, y testigos, constructores y reparadores de esta esperanza, especialmente para aquellos que experimentan dificultades y desesperación”.
Asistencia divina
En el texto, se reivindica la necesidad de “la asistencia divina, necesaria y buscada especialmente en circunstancias como la pandemia actual” a través de la misericordia, el perdón, la providencia… “Sin embargo, lo que más necesitamos en estos tiempos es la esperanza”, expresa el departamento vaticano responsable de las relaciones entre las confesiones.
En esta misma línea, subraya que “la esperanza surge de nuestra creencia de que los problemas y las pruebas tienen significado, valor y propósito, por difícil o imposible que nos resulte entender la razón o encontrar una salida”.
“La fraternidad humana, con sus numerosas manifestaciones, se convierte así en fuente de esperanza para todos, especialmente para todos los necesitados”, se expresa en la carta que pone su foco en la realidad pandémica que sufre el planeta. De hecho, se pone en valor “la generosa solidaridad mostrada por los creyentes y personas de buena voluntad sin afiliación religiosa, en tiempos de desastres, tanto naturales como provocados por el hombre, como conflictos y guerras”.