De un día para otro, llevar las riendas económicas de cualquier entidad eclesial se ha convertido en un ejercicio en el que la buena voluntad no es suficiente. Sobre todo si, como insta la Santa Sede, urge cumplir con las normativas nacionales e internacionales, a la par que se toman decisiones con baremos evangélicos. En el Instituto Hijas de María Madre de la Iglesia lo saben bien.
- EDITORIAL: La campaña de la credibilidad
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“Es una responsabilidad muy grande”, reconoce María Elena Castillo, superiora general de esta congregación presente en ocho países, con la conciencia clara de que “nuestro instituto no ha nacido para gestionar finanzas ni para enriquecerse, pero lamentablemente el dinero es necesario para llevar a cabo cualquier misión”.
Y es que, el modo en que se administren la hucha y el patrimonio heredado –“del trabajo generoso y sacrificado, de las hermanas que nos han precedido”, subraya Castillo– y generado desde el gobierno general tiene eco, más o menos inmediato, allí donde se encuentran las herederas del carisma fundado por la beata Matilde Téllez Robles hace 146 años, especialmente en aquellas presencias que salen al rescate de los más vulnerables.
“Nuestro instituto es pobre y para los pobres. Siempre hemos trabajado en zonas deprimidas, lo que conlleva costear obras que no se pueden sostener por ellas mismas, y exige máxima responsabilidad en materia financiera”.
En la mente y el corazón de María Elena brota, casi sin pensarlo, el viacrucis que viven los tres colegios y el hogar para menores que tienen en Venezuela, dada la crisis humanitaria que atraviesa el país. “Los centros escolares se sostienen por sí mismos como buenamente pueden con la ayuda de la Asociación Venezolana de Educación Católica, pero el hogar depende íntegramente de la congregación, al igual que la formación de las religiosas jóvenes”.
Asesoría externa
Las preocupaciones de la superiora se traducen en cifras cuando llegan a la mesa de Margarita Cabrera, ecónoma general de la congregación. Afortunadamente, no se encuentra sola en estas lides, sino que trabaja mano a mano con Carlos San Martín, administrador del instituto desde junio de 2016. Y no solo él. “Nos dimos cuenta de que necesitábamos optimizar la gestión financiera de la congregación y, para ello, vimos pertinente buscar un asesoramiento que fuera externo, solvente e independiente”.
Términos que, en genérico, pueden sonar a declaración de intenciones, pero que las Hijas de María Madre de la Iglesia aterrizaron. Así, hace un par de años, abrieron un concurso para encontrar alguien en quien depositar su confianza en una cuestión tan delicada y relevante, a la vez que mantienen vivo este carisma eucarístico y mariano.
“Todo el mundo entiende que, cuando vas a poner en marcha una construcción, el jefe de obra no debe ser una persona a sueldo de la constructora, sino un profesional de fuera, que pueda responder sin dobles intereses”, comenta San Martín, para subrayar que, en el caso de la hucha de una institución religiosa, resulta especialmente relevante: “En la industria, se generan en ocasiones retrocesiones e incentivos desde los bancos, gestoras…”.
Lograr la confianza
De ahí que el proceso de búsqueda no resultara sencillo. Fue así como desde el instituto se analizó a las Empresas de Asesoramiento Financiero (EAFI) inscritas en la Comisión Nacional del Mercado de Valores y se toparon con Alveus-ETS. “Nos llamó la atención que, siendo la que más facturaba en España, tenía pocos clientes. En su cartera se encuentran congregaciones, familias, pero también compañías de seguros, bancos y fondos de inversión”, detalla Carlos.
Pero, ¿cómo se logra la confianza de una institución religiosa para que, teniendo en cuenta que suele ser un sector conservador a la hora de tomar decisiones, no tengan miedo a ‘mover su dinero’? “Profesionalidad e independencia son imprescindibles”, aprecia Jorge Bolívar, socio fundador de Alveus. Para él, “del mismo modo, es necesario conocer la institución, entenderla, saber qué necesita y diseñar una estrategia de inversión única que atienda esas necesidades, en alineación con su misión”.
En este sentido, considera imprescindible “atender su razón de ser y sus necesidades, no solo orientar la política de inversión”. “El balance y la cuenta de resultados –continúa– nos proporcionarán información valiosa para mejorar la gestión integral”. Y añade la necesidad de comunicarse con los responsables de las congregaciones y las diócesis “con un lenguaje claro y sencillo, que pueda ser entendido por personas que no tienen por qué estar familiarizadas con el sector financiero ni sus términos”.