En la audiencia general que presidió este miércoles en la biblioteca del Palacio Apostólico del Vaticano, el papa Francisco advirtió que cuando el dolor permanece “encerrado dentro de nosotros, puede envenenar el alma” y resultar “mortal”, por lo que animó a sacarlo fuera a través de la palabras, como proponen las Sagradas Escrituras, que enseñan a los fieles a rezar también “con palabras a veces audaces”.
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Continuando con su ciclo de catequesis sobre la oración, el Pontífice destacó en su meditación la importancia de las palabras, que son “nuestras criaturas y también nuestras madres y, de alguna manera, nos modelan”. Con ellas a veces se “esconden los sentimientos”, pero en otras ocasiones también los “modelan”. “La Biblia educa al hombre para que todo salga a la luz de la palabra, que nada humano sea excluido, censurado”, dijo Jorge Mario Bergoglio.
“Nadie nace santo”
Tras recordar cómo en el corazón de las personas también anidan impulsos “poco edificantes”, como el odio, subrayó que “nadie nace santo”, por lo que cuando esos sentimientos afloran es necesario “ser capaces de desactivarlos con la oración y con las palabras de Dios”. Los salmos precisamente ofrecen “expresiones muy duras contra los enemigos, que pertenecen a la realidad humana y que han terminado en el cauce de las Sagradas Escrituras”.
Su presencia en los textos sagrados no es casual: testimonian que “si delante de la violencia no existieran las palabras, para hacer inofensivos los malos sentimientos, para canalizarlos para que no dañen, el mundo estaría completamente hundido”. Por ello Francisco animó a rezar, en particular con la oración vocal, que es “la más segura y siempre es posible ejercerla”, logrando gracias que resultan “imprevisibles”.
El valor de la oración oral
“No debemos despreciar la oración vocal. No debemos caer en la soberbia de despreciar la oración de los sencillos, la que nos enseñó Jesús. Las palabras que pronunciamos nos toman de la mano; en algunos momentos devuelven el sabor, despiertan hasta el corazón más adormecido. Nos llevan de la mano hacia la experiencia de Dios”, dijo el Papa.
Puso como ejemplo a seguir por su humildad a los ancianos que recitan en las iglesias a media voz las oraciones que aprendieron de niños. “Esa oración no molesta el silencio, sino que testimonia la fidelidad al deber de la oración, practicada durante toda la vida, sin fallar nunca”. Esos orantes son a menudo “los grandes intercesores de las parroquias, los robles que cada año extienden sus ramas, para dar sombra al mayor número de personas”.