La Universidad Pontificia Comillas y la Compañía de Jesús continúan aterrizando la ‘tolerancia cero’ marcada por el Papa Francisco para plantar cara a los abusos a menores y personas vulnerables en entornos eclesiales. Por segundo año consecutivo, están pilotando un curso presencial y on line de seis sesiones dirigido a formadores y sacerdotes, religiosos, religiosas y laicos que trabajen en ámbitos pastorales, y a directivos de colegios vinculados a la Iglesia.
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Esta acción formativa se está impartiendo desde la UNINPSI (Unidad Clínica de Psicología), contando como ponentes con psicólogos clínicos de la universidad, miembros de la Facultad de Derecho Canónico, de la Cátedra de Derechos del Niño y también del ‘Center for Child Protection’ de la Pontificia Universidad Gregoriana.
Desde ahí, Virginia Cagigal, directora de la UNINPSI, comparte con ‘Vida Nueva’ que “la Iglesia ha dado un paso decidido y claro para acompañar, cuidar y proteger a quienes han sufrido en un pasado más lejano o más inmediato abusos”.
PREGUNTA.- Segunda edición del curso sobre abusos a menores y personas vulnerables de la Universidad Pontificia Comillas. ¿Qué cree que hace más falta? ¿Formación en la prevención y detección o concienciación en la comunidad católica para que esté alerta?
RESPUESTA.- Tratar la cuestión de los abusos requiere gran delicadeza; es una cuestión muy dolorosa para quienes lo sufren y para todos aquellos afectados de alguna forma (familia, colegio, parroquia…). Creemos que cualquier línea de actuación es necesaria, tanto la preventiva, para impregnar al conjunto de la sociedad y específicamente a los entornos eclesiales de modos de hacer cuidadosos, respetuosos con cada persona, dignificantes; y a la vez, es necesario saber detectar, para poder frenar cuanto antes cualquier situación que pueda desbocarse. No se trata tanto de estar hipervigilantes cuanto de tener conocimiento apoyado en la ciencia de los indicadores de riesgo que, sin la adecuada preparación, pueden pasar desapercibidos. El tomar conciencia y sensibilizarse, genera motivación para prepararse mejor, buscando formación para prevenir y detectar.
En el Curso ‘Prevención e intervención en casos de abusos a menores y personas vulnerables: abordaje en entornos eclesiales’, ofrecido desde la UNINPSI Unidad Clínica de Psicología de la Universidad Pontificia Comillas, queremos preparar a los participantes tanto para desarrollar una mirada preventiva como para poder ser agentes de buen trato y de relaciones seguras en aquellos lugares en los que cada uno desempeñe su vocación o su tarea laboral o pastoral.
P.- En diciembre, los maristas se convirtieron en la primera institución de la Iglesia en España que acuerda indemnizar a las víctimas de abusos sexuales cuyos casos habían sido archivados por la justicia civil. Todo fruto de una comisión independiente. ¿Se necesitarían más acciones y comisiones de este tipo?
R.- La objetividad y la imparcialidad son necesarias para ciertos aspectos de las actuaciones en estos casos. Lo subjetivo es necesario porque el relato de lo acontecido necesariamente pasa por la vivencia personal, pero a la hora de tomar ciertas determinaciones, puede ser de gran ayuda la colaboración de personas independientes al caso e incluso al entorno eclesial. Diversas instituciones eclesiales han desarrollado o están desarrollando protocolos de actuación, como expuso el pasado 21 de enero en la presentación del Sistema de Entorno Seguro de la Compañía de Jesús a los medios, lo que también contribuye a una objetividad clarificadora.
P.- Todavía queda algún que otro eclesiástico que insinúa en voz baja que las víctimas buscan hacerse ricas a costa de todo esto. Usted que habrá tenido contacto con supervivientes de abuso, supongo que estará en contra. El dinero nunca podrá pagar las secuelas de un abuso…
R.- El abuso deja secuelas muy duras, heridas profundas, y uno de los aspectos más complejos es el largo proceso de superación personal que requiere en la mayor parte de las víctimas hasta que pueden explicitarlo, exponerlo, y pedir reparación por ello. Por eso, son historias que salen tantos años después de lo ocurrido. Es un estigma muy hiriente, cuesta sentirse identificado como víctima de abuso incluso ante las personas más cercanas.
Pero para quien no sabe de este tema, puede resultar incoherente tanto tiempo de silencio, tanta dificultad para reivindicar derechos, por lo que se puede creer que la denuncia es más fruto de la moda del momento o del afán lucrativo que de la angustia vivida en silencio durante tantos años o de la disociación de la consciencia que ha tenido sumida a la víctima en una anestesia protectora.
P.- ¿Ayudan los encuentros entre víctimas y victimarios a la hora de superar el trauma?
R.- Existen experiencias positivas de este tipo de encuentros, no siempre con el victimario específico necesariamente, sino con agresores que han cometido este mismo tipo de violencia. Pero en esta cuestión, hay que tener en cuenta diversos aspectos para no equivocar el rumbo.
Por una parte, no es un tipo de abordaje para todo tipo de víctimas. En los abusos, la desigualdad de poder, el desequilibrio entre la persona dominante y la persona sometida o sumisa es consustancial. Cuando se proponen encuentros restaurativos, es necesaria la simetría, es decir, que ninguno de los dos se sienta subordinado al otro, para que el proceso sea saludable para ambos, especialmente para la víctima; en esa condición de igualdad, la víctima puede empoderarse, es decir, puede recuperar el sentido de ser dueña de su vida, de que el victimario no se la ha robado, no le ha dominado, de modo que el hecho de encontrarse cara a cara le permite recuperar sentido de identidad. El simple hecho de abrirse al encuentro puede ser para la víctima un acto de recuperación de su dignidad.
En el caso de los abusos sexuales, y otro tipo de abusos como el de conciencia, hay una cuestión de poder en la base, hay un escalón jerárquico entre el victimario y la víctima, el primero ostenta u ostentaba algún tipo de cargo o autoridad explícita o implícita sobre la víctima, que de una u otra forma depende o ha dependido en el pasado de esta figura de autoridad. Por ello, es mucho más difícil asegurar que cuando la víctima acepta encontrarse con el agresor, lo hace desde la simetría relacional, puesto que los resquicios del subconsciente pueden tender una trampa, y no ser tanto un encuentro de igual a igual como un encuentro con dependencias implícitas escondidas. Por tanto, es necesario hacer un análisis caso por caso sobre la conveniencia de este tipo de abordaje en cada situación, pudiendo resultar muy fructífero y liberador si se han dado las buenas condiciones.
P.- Hace un par de años, comenzaron a proliferar más casos de abusos sexuales en el seno de la Iglesia española. Sin embargo, tras ese ‘boom’ en la opinión pública, la propia Conferencia Episcopal Española ha confirmado que son mínimas las denuncias nuevas que han llegado a las oficinas creadas para la atención a víctimas. ¿Cree que realmente ya se están acompañando todos los casos del pasado o sigue habiendo miedo para dar un paso al frente?
R.- Creo que la Iglesia ha dado un paso decidido y claro para acompañar, cuidar y proteger a quienes han sufrido en un pasado más lejano o más inmediato abusos en entornos eclesiales. El Papa Francisco está siendo contundente en esta dirección, encaminando a quienes tienen mayor autoridad en el ámbito eclesial para la promoción del cuidado y atención a las víctimas.
Pero el abordaje de estas cuestiones es siempre complejo. Por una parte, las propias víctimas pueden lógicamente sentirse reticentes a pedir el amparo y el consuelo de la institución de la que vino el daño; seguramente, por esta razón, hay personas que sufrieron y que no quieren volver a acercarse, ni se atreven a confiar y abrir su corazón. Por otra, las prácticas más generalizadas en la Iglesia hasta hace poco tiempo no han generado confianza ante la denuncia: a veces se desviaba el tema, o se recolocaba al abusador, o se intentaba paliar en el mejor de los casos dando credibilidad, pero seguramente las víctimas no sentían un posicionamiento claro; esto no promueve confianza. Creo que puede pasar bastante tiempo hasta que muchas víctimas se queden tranquilas al comprobar que la respuesta eclesial es de verdadera madre cuidadora, protectora y que trata con justicia el daño infringido a sus hijos. Cuando se anima a las personas que han sufrido algún tipo de abuso a dar su testimonio, se está ayudando a que otras personas que no habían querido “remover” ese dolor, estén encontrando cierta esperanza.
Por otra parte, aunque la voluntad sea decidida, hay que preparar equipos especializados, que sepan abordar estos temas adecuadamente, porque al tratarse de heridas, cualquier movimiento inadecuado puede incrementar el dolor y abrirlas más en lugar de sanarlas. Por ello es tan importante ofrecer formación y supervisión de máxima calidad.
P.- ¿Considera que, en materia de prevención, la Iglesia ha pasado de estar en el punto de mira por haber cometido graves errores a abanderar una lucha en medio de una batalla que la sociedad parece esquinar dado que la mayoría de los casos se dan en el seno de la familia?
R.- Por una parte, capacitar en la prevención y detección de los abusos a aquellas personas que están en nuestras instituciones es una forma de colaborar a que eviten cualquier tipo de abuso en otros ámbitos, en su vida laboral o familiar por ejemplo… y también promueve una cultura del buen trato en múltiples contextos.
Por otra, como creyente, católica, convencida del bien que hace el mensaje evangélico a todo ser humano, siempre he valorado la capacidad de la Iglesia de adelantarse a las necesidades de su tiempo, poniendo el foco en la atención a realidades hasta entonces poco contempladas. En ese sentido, entiendo que lo que está moviéndose en la Iglesia precisamente tiene que ver con esta sensibilidad desde los valores del Evangelio: atender, cuidar, amar a quien sufre, proteger con justicia a quien ha sido agredido en lo más sagrado de su interior en un entorno del que se presuponía protección y cuidado, y cuidar y ofrecer ayuda a quien ha desviado su conducta tan dañinamente y desea un nuevo camino de reparación. Un movimiento global e institucional de este calado se convierte en referente de transformación social. Estoy convencida del bien que hace y que va a seguir haciendo esta apuesta por la dignidad del ser humano de la Iglesia en el tema de la actuación frente a los abusos; creo que abrirá a una nueva sensibilidad al conjunto de la sociedad, que seguramente irá dando fruto en entornos tan íntimos y a veces tan inaccesibles como el familiar. Entiendo que forma parte de nuestra misión evangélica.
P.- ¿Cree que realmente se está sentando las bases para garantizar espacios seguros para los menores y las personas vulnerables en el seno de la Iglesia?
R.- A esta cuestión creo que se responde desde los pasos de cada colegio, de cada parroquia, de cada orden religiosa, de cada diócesis… Hay muchas personas trabajando para detectar las vulnerabilidades que en esta materia puede tener toda institución eclesial y adelantarse a solventarlas, buscando que no quede resquicio de desprotección. Dentro de la Compañía de Jesús, por ejemplo, hay una gran apuesta promovida por el Provincial de España para que todas las obras tengan una coherencia y una línea inequívoca en este sentido; se ha puesto en marcha Entorno Seguro, propuesta que engloba a todos los sectores y a toda la comunidad en obras jesuíticas en nuestro país, para formar, preparar, detectar y actuar de forma coordinada y clara ante los abusos; así mismo, está en marcha el Proyecto Jordán, una investigación global que implica a todas las universidades jesuíticas en nuestro país, cuyo objetivo es abordar la dimensión espiritual y teológica del abuso desde una perspectiva interdisciplinar y en diálogo con entidades de todo el mundo. Desde las diferentes diócesis, los obispos están promoviendo iniciativas de escucha, de atención, de cuidado a víctimas, como la iniciativa Repara en la diócesis de Madrid. Y muchas órdenes religiosas con colegios, parroquias, centros sociales, residencias de personas mayores o de personas discapacitadas trabajan día a día para mejorar en esta línea y ser espacios sanos y protectores.
Pero no sólo se trata de prevención de abusos, sino de promoción de una cultura del buen trato: cómo nos hablamos, cómo tratamos a los alumnos en los centros escolares o universitarios, cómo dirige el acompañante o el director espiritual a una persona que necesita dialogar su vivencia cuidando su autonomía de conciencia o un formador o formadora de una orden religiosa, cómo consideramos a los más frágiles en nuestra sociedad… cómo abordamos los conflictos sin arrasar al de enfrente… en fin, son mil y un momentos cotidianos que nos dan la oportunidad de construir relaciones sanas y dignificantes o nos pueden llevar a apisonar y crecernos a costa del otro, según actuemos. De ahí que surjan iniciativas como ‘Holistic’, un recurso interdisciplinar de la Universidad Pontifica Comillas para la promoción del buen trato en todas las instituciones, especialmente dirigida a ofrecer apoyo y asesoramiento en esta materia. Es una cuestión que nos jugamos en lo grande pero también en lo pequeño.
P.- ¿Qué herramientas puede tener una familia, un colegio, una parroquia para ir por delante de un depredador sexual?
R.- De entre todas las herramientas posibles, destacaría dos: construcción de vínculos sanos y seguros, y comunicación. Construir relaciones afectivas seguras requiere disponibilidad de los adultos para los niños, que les permita sentirse queridos, entendidos, legitimados en sus pequeñas o no tan pequeñas cuitas cotidianas, niños que no crecen emocionalmente solos; en las relaciones entre adultos, significa promover relaciones de igualdad, de aceptación de la diferencia del otro, que evidencien el cuidado y respeto por la autonomía y libertad de aquellos con los que nos relacionamos. Hoy día la cercanía con los hijos a veces está comprometida por tanta prisa, tanta competitividad laboral, tantas extraescolares… a veces hay adolescentes que crecen en hogares en los que pasan muchas horas de soledad, sin acompañamiento de hermanos, de padres… hay relaciones de adultos construidas sin atención a las necesidades más profundas del otro. Hace falta tiempo de convivencia y encuentro en el que no pase nada más que vivir juntos o saberse cerca unos de otros. Los vínculos seguros facilitan la confianza para hablar de lo que nos ocurre y compartir lo que puede dar apuro, vergüenza o pesar.
La segunda gran herramienta de prevención es la comunicación: comunicación de los padres con los hijos, comunicación entre compañeros, comunicación de los profesores con sus alumnos (¡qué buenas oportunidades de cercanía ofrecen los patios en el colegio, en un contexto cuidado pero informal!); una comunicación tejida de mucha escucha y mucha observación. La escucha acepta a la persona cuando narra su experiencia, aunque no estemos de acuerdo con ella; lo importante en la escucha no es tener la razón sino sentirse acogido para volcar lo que uno lleva dentro. Muchas veces al sentirnos escuchados, damos forma a lo que hemos vivido; en realidad eso es lo que necesitamos, darle sentido, organizar la experiencia, formularla para clarificarnos interiormente. Una mirada escuchadora es una mirada legitimadora, que no se adelanta desde los prejuicios, sino que acompaña para que quien necesita ser acompañado pueda, a su ritmo, ir volcando “el saco” de lo que guarda concentrado en su corazón y que le tiene intranquilo. Eso aporta calma interior y ayuda a discernir con más claridad. Por otra parte, la comunicación profunda se nutre de la observación con una mirada contemplativa hacia cada persona como alguien sagrado, que es diferente de uno mismo, y que da señales de su bienestar o su malestar a través de lo que hace, de cómo actúa. Los niños, los adolescentes, los adultos que forman parte de nuestra vida, comunican mucho más sobre sus sentimientos con lo que hacen que con lo que dicen. Aprender a observar ayuda a quien tiene responsabilidad sobre otras personas a identificar señales de malestar, señales de dolor, señales de tristeza o de angustia.
A partir de la observación y desde la vinculación segura, podremos tender un puente de comunicación, mostrándonos disponibles para cuando la persona se sienta en disposición de atravesarlo para abrir su corazón. Esto puede ser enormemente preventivo, puesto que desde la confianza generada, la persona en riesgo puede atreverse a exponer sus inseguridades o su malestar sobre cosas a las que a lo mejor todavía no es capaz de dar forma, facilitando que quien cuida pueda caer en la cuenta de posibles riesgos, protegiendo y actuando anticipadamente.
P.- Los obispos polacos han publicado un informe en el que trazan el perfil del cura abusador: de entre 30 y 40 años e inmaduro psicológicamente. ¿Coincide con el perfil en nuestro país?
R.- Existen diversas investigaciones que van tratando de definir estos perfiles; para quienes tienen tarea de cuidado en estos ámbitos, los perfiles son útiles para desarrollar mayor atención a los momentos vitales de riesgo. Existen etapas o características que hacen a las personas más vulnerables, y los perfiles ayudan a identificarlas, para favorecer elementos de protección que eliminen los riesgos. La persona que abusa no es un ser extraño y maléfico, es una persona vulnerable, en la que en la gran mayoría de los casos han convergido diversos factores de riesgo, y nuestra tarea evangélica también es acompañar esas fragilidades para ayudar a amortiguarlas y dar oportunidad a reconducirlas, aunque siempre con toda garantía de seguridad para potenciales víctimas.
P.- ¿Es posible que una congregación o un seminario pueda detectar a potenciales abusadores durante el proceso de formación y discernimiento?
R.- Cada vez se pone más énfasis en la selección adecuada de las personas con vocación sacerdotal o a la vida consagrada; en la UNINPSI y en otras entidades crecen las solicitudes de evaluaciones psicológicas para ello. Cuidar la selección de candidatos actúa en ambas direcciones: por una parte, ayuda a que la persona que no tenga un perfil para esta vocación pueda recibir un ‘feedback’ que le ayude a ver desde dónde cree escuchar la llamada, y que le ayude a no empeñarse en un camino equívoco que podría sumirle en inestabilidad y desajuste; por otra, contribuye a que la congregación o el seminario no se conviertan en un escondrijo de potencial patología.
No obstante, el malestar personal es un continuo: no es que haya una persona que está bien y una persona que está mal, sino que el bienestar y el malestar se mueven en un continuo en el que los factores del entorno contribuyen en una u otra dirección. Por tanto, se puede identificar potenciales desajustes en una persona, pero no siempre se puede asegurar que se trate de un abusador específicamente.
Se nos ha abierto un tiempo de oportunidad como Iglesia, de llamada a la reparación, de propuesta de mejora profunda en el cuidado de todos los vulnerables, de aprender a mirar con ojos misericordiosos capaces de abordar con responsabilidad el dolor callado que envuelve los abusos. Ojalá tengamos capacidad de responder juntos a esta imperiosa tarea.