El “reto” del ahorro en instituciones de la Iglesia

“Aplicando las medidas adecuadas, los costes pueden reducirse hasta en un 1,5% anual”, afirman desde Alveus – Grupo ETS

El “reto” del ahorro en instituciones de la Iglesia

Ahorrar es un desafío en todos los niveles de la economía, desde la familiar hasta la del Estado. En todos los casos, ahorrar significa ser conscientes de la importancia y responsabilidad de la previsión y del orden.



La parábola de las diez vírgenes (Mt 25, 1-13) muestra cómo ser responsable y planificar aporta independencia de cara al desarrollo de actividades futuras: “(…) Diez muchachas tomaron sus lámparas de aceite y salieron a recibir al novio. Cinco de ellas eran despreocupadas y cinco previsoras. Las despreocupadas llevaron sus lámparas, pero no llevaron aceite para llenarlas de nuevo; en cambio, las previsoras llevaron sus botellas de aceite, además de sus lámparas. Como el novio tardaba en llegar, les dio sueño a todas, y por fin se durmieron. Cerca de la medianoche, se oyó gritar: ‘¡Ya viene el novio! ¡Salgan a recibirlo!’. Todas las muchachas se levantaron y comenzaron a preparar sus lámparas. Entonces las cinco despreocupadas fueron a comprar aceite, llegó el novio, y las que habían sido previsoras entraron con él en la boda, y se cerró la puerta (…)”.

El ahorro tradicionalmente se ha entendido como apartar, guardar, conservar… En definitiva, dejar de gastar. Pero no se limita necesariamente a ese ámbito, “también se puede obtener un ahorro considerable actuando con responsabilidad hacia nuestra entidad y aportando un beneficio en lo que a nuestro patrimonio se refiere”, explican desde Alveus – Grupo ETS, iniciativa que surge para ayudar a congregaciones y fundaciones que necesitan respuesta real a sus necesidades en relación con la gestión de sus recursos financieros.

Tipos de costes

En el ámbito bancario y financiero hay diversos tipos de costes que podrían diferenciarse entre: directos e indirectos.

“Los directos, conocidos por el cliente, son pactados con la entidad y recogidos en el contrato. Por norma general, resultan menores aunque en el largo plazo pueden traducirse en cantidades relevantes. A diario nos encontramos con comisiones bancarias, cobradas por el simple hecho de realizar una transferencia, comisiones por mantenimiento de la cuenta o por hacer un cambio de divisa. Incluso, por tener el dinero en cuenta corriente (intereses negativos)”, señalan desde Alveus.

Estas comisiones, “que ya están normalizadas en el sistema, se ven reflejadas en nuestros extractos bancarios y pueden, en la mayoría de los casos, ser revisadas con la entidad. Es más, las entidades normalmente aplican distintas comisiones en función del tipo de cliente”, agregan.

Además de las comisiones mencionadas, “nos encontramos otras comisiones, más relacionadas con el patrimonio financiero. Hablamos de la comisión de custodia, que cobra la entidad por guardar y custodiar nuestros valores; las comisiones operativas de intermediación y liquidación, por ejecutar e intermediar operaciones en mercado en nuestro nombre y/o por nosotros; la comisión de asesoramiento, cobrada en base a las recomendaciones de inversión que da la entidad a la institución”, añaden.

Y continúan: “Todos estos servicios tienen un coste. Y debe ser conocido, para generar confianza y transparencia. En caso contrario nos encontramos unos costes indirectos y desconocidos”.

Los costes indirectos son “aquellos que van implícitos en el resultado de nuestra cartera y de los que no somos ‘tan’ conscientes. Al no ser conocidos e identificados, hay una falta de transparencia e independencia en aras del interés del asesor”, detallan los expertos.

Eso sí, “es necesario aclarar que los fondos de inversión, normalmente, tienen distintas clases. Todas estas clases no son más que compartimentos dentro del propio fondo, que se gestiona como un todo. La diferencia entre las clases puede ser, entre otras,  la divisa de denominación, la cobertura del riesgo divisa, o bien las comisiones de gestión del fondo: en función del patrimonio invertido se cobran más o menos comisiones (clase institucional o minorista), si tiene distribuidor o no (aplica mayores comisiones para retroceder desde la gestora al distribuidor o clases limpias sin comisiones añadidas), etc.”, puntualizan.

Estos costes, “que pueden llegar a ser muy elevados (superiores al 1% en muchos casos) vienen implícitos en la comisión del activo”:

  • “Si la entidad que asesora recomienda fondos propios difícilmente lo hace desde la independencia y la transparencia”.
  • “Si la entidad recomienda fondos de terceros con retrocesiones, percibe unos incentivos desde la gestora del fondo. Esta práctica, muy habitual, hace que el inversor sufra mayores comisiones para que la gestora pueda repartir con el comercializador/ recomendador”.

Para Alveus, es necesario “seleccionar una entidad bancaria con la que trabajar que, además de solvencia y garantías, proporcione unas condiciones justas que no vayan en contra del patrimonio. Se deben negociar unas tarifas justas, que beneficien a la institución”.

Por último, recuerdan que, “aplicando las medidas adecuadas, los costes pueden reducirse hasta en un 1,5% anual. A modo de ejemplo, por cada millón de euros en una cartera, con una rentabilidad anual del 5% y a 10 años, el beneficio obtenido por dicho ahorro podría superar los 200.000 euros”.

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