Arturo Sosa: “Ni la Compañía ni yo tratamos de aprovechar que haya un jesuita como Papa”

  • El superior general de los jesuitas publica un libro-entrevista de la mano de Darío Menor
  • Vida Nueva ofrece en exclusiva un extracto de ‘En camino con Ignacio’, que se pone hoy a la venta

Arturo Sosa: “Ni la Compañía ni yo tratamos de aprovechar que haya un jesuita como Papa”

Durante doce semanas, todos los sábados, encerrados a cal y canto. Atracón, que no atraco, de conversaciones entre el prepósito general de la Compañía de Jesús, Arturo Sosa y el corresponsal de Vida Nueva en Roma, Darío Menor. De esos encuentros nace ‘En camino con Ignacio’ (Sal Terrae), el primer libro-entrevista desde que Sosa fuera elegido superior general de los jesuitas y que se enmarca en el arranque del Año Ignaciano, que celebra los 500 años de la conversión del fundador. Del diálogo entre ambos surgen reflexiones sobre el origen de su vocación, la relación con el primer Papa jesuita de la historia y los desafíos que presenta la pandemia. ‘Vida Nueva’ ofrece a sus lectores en exclusiva un extracto de ‘En camino con Ignacio’, que se pone hoy a la venta.



PREGUNTA.- Hace décadas hubo quien veía a la Compañía de Jesús casi como una «Iglesia paralela». ¿Existe hoy ese peligro? ¿Hay alguien que le siga llamando papa negro?

RESPUESTA.- Yo pido perdón si alguna vez hemos podido parecer una Iglesia paralela. Es lo contrario de la razón de ser de la Compañía, que desde sus inicios se siente subordinada a la única Iglesia. De ahí viene la renuncia de los jesuitas a aspirar a ser obispo o a otros oficios eclesiásticos. Para evitar dar motivos de que alguien piense que somos una Iglesia paralela hay que ser fieles a nuestro carisma. La expresión papa negro me incomoda mucho, me parece un absurdo total. No la uso ni en broma. Tuvo su origen en un intento de golpear a la Compañía y a la Iglesia, precisamente utilizando un supuesto paralelismo en el nivel de autoridad. Hay un solo papa y quien quiera de verdad respetar a la Iglesia no puede aceptar esa imagen, que distorsiona la figura del obispo de Roma y la del superior general de la orden.

P.- ¿Qué beneficios y dificultades supone para la Compañía de Jesús que el papa sea jesuita? ¿Qué relación mantienen ustedes dos?

R.- Nadie pensó nunca que fuera a haber un obispo de Roma jesuita. Para la Compañía, en cualquier caso, el papa es el papa sea cual sea su origen y su persona. El hecho de que ahora lo sea un jesuita nos pone en desventaja, porque tiene que cuidarse de dar una imagen que pueda entenderse como que tuviera una relación de preferencia por la Compañía. Entre el papa Francisco y yo hay una relación fraterna muy cordial. Pero no es conmigo solo, él tiene ese estilo. La relación es además sumamente respetuosa. Él no intenta intervenir en asuntos de la Compañía, lo que no impide que se muestre siempre muy disponible cuando se le hace alguna consulta. Lo mismo ocurre en el otro sentido. Ni el gobierno de la Compañía ni yo tratamos de aprovechar que haya un jesuita como obispo de Roma. Mantenemos una relación muy sana. No nos vemos demasiado ni con una regularidad precisa. Con el proceso de preparación de las PAU sí que iba cada tres meses a informarle, pero ahora nos vemos en ocasiones públicas o cuando lo exige alguna cuestión particular.

“El Papa se siente en casa cuando viene a nuestra curia”

P.- ¿Se consultan decisiones entre ustedes? ¿Le dice al Papa si piensa que se ha equivocado en algo?

R.- Yo intento tratar con él lo esencial. A veces le pregunto qué piensa de una cuestión y le digo mi opinión, cuando me pregunta sobre algo. Es algo que también ocurría con Adolfo Nicolás. El Papa me puede llamar siempre que quiera, pero yo utilizo el mismo canal que cualquier otro. Tengo que dirigirme antes a su secretario, no tengo acceso directo.

P.- Imagino que la elección como papa de Jorge Mario Bergoglio fue una sorpresa para muchos jesuitas porque había puesto distancia con la Compañía de Jesús. Con Kolvenbach mantuvo además diferencias. ¿Qué puede decir de aquellas relaciones?

R.- Su elección fue una gran sorpresa: por ser un jesuita, porque era latinoamericano e incluso por su edad. Cuando se anunció su nombramiento hubo cierta incertidumbre sobre cómo iba a ser la relación con la Compañía de Jesús de un Papa jesuita que ya había sido obispo durante mucho tiempo.

El propio Bergoglio rompió esa tensión al llamar por teléfono a la curia de la orden para hablar con el P. Nicolás e invitarle a un encuentro. Desde entonces se estableció una relación muy buena entre ellos, que eran contemporáneos, pues solo se llevaban unos meses de diferencia. Esa relación tan fraterna de alguna manera la heredé yo. Nuestra impresión es que el Santo Padre se siente en casa cuando viene a nuestra curia, lo que ocurre al menos una vez al año para almorzar con nosotros en julio con motivo de la fiesta de san Ignacio. Sobre la relación entre Bergoglio y Kolvenbach no tengo nada que decir. Lo que trata un jesuita con su superior general es algo absolutamente privado.

P.- ¿Cómo vivió el nombramiento del jesuita Juan Antonio Guerrero como ‘ministro’ de Economía del Vaticano?

R.- Como una amputación, como si me quitaran un brazo. Así se lo dije tanto al papa como a Guerrero, que era mi mano derecha en una misión importante, como es la gestión de las casas y las obras interprovinciales de la Compañía en Roma. No es algo sencillo y Guerrero había tomado la tarea con gran responsabilidad y buen olfato. Francisco pidió a una persona en particular para esa misión, no es que le dijera a la Compañía que se hiciera cargo de gestionar la economía vaticana. El papa recogió información al buscar a alguien de confianza para ese cargo y llegó hasta Guerrero. Yo le animé a que lo conociera en persona, ambos se reunieron y luego el papa me confirmó que lo iba a nombrar. Así fue todo.

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